Evolución de los hábitos de sueño según la situación sociocultural: perspectiva histórica
La historia más reciente de la humanidad ha estado marcada por distintas revoluciones en las que el Homo sapiens ha ido conquistando cada uno de los escalones de necesidades de la pirámide de Maslow: desde las más básicas para la supervivencia de la especie hasta las pensadas y diseñadas para la supervivencia del ego. Esta evolución hacia el desarrollo tecnológico ha supuesto una involución en el desarrollo de nuestra condición de sapiens. Así lo afirma Yuval Noah Harari en Sapiens: De animales a dioses:6
Existen algunas pruebas de que el tamaño del cerebro del sapiens medio se ha reducido desde la época de los cazadores-recolectores. En aquella época, la supervivencia requería capacidades mentales soberbias de todos. Cuando aparecieron la agricultura y la industria, la gente pudo basarse cada vez más en habilidades de los demás para sobrevivir, y se abrieron nuevos «nichos para imbéciles». […] Los cazadores-recolectores dominaban no solo el mundo circundante de animales, plantas y objetos, sino también el mundo interno de sus propios cuerpos y sentidos.
Ahí está la clave. En que, a medida que hemos ido evolucionando hacia el dominio y la optimización de la vida misma a través de la tecnología, hemos ido alejándonos de esa esencia y sabiduría animal que nos permitía vivir en consonancia con nuestro entorno, y no a su costa.
Durante dos millones y medio de años, la especie humana se alimentó de las plantas que la naturaleza ponía a su disposición según la ubicación geográfica y la época del año, y de los animales que vivían y se reproducían libremente. Hace diez mil años, la relación de los sapiens con la naturaleza a la hora de alimentarse pasó de la no intervención a la manipulación de unas pocas especies de plantas y animales. La revolución agrícola «fue el punto de inflexión, dicen, en que los sapiens se desprendieron de su simbiosis íntima con la naturaleza y salieron corriendo hacia la codicia y la alienación».7 Esta revolución en la forma de alimentarse también supuso una revolución en la manera de vivir y de organizar el día a día. El excedente de alimento y la creación de comunidades asentadas geográficamente permitieron el aumento progresivo de la población de Homo sapiens.
Voy a dar un salto de unos cuantos miles de años para llegar a otra de las revoluciones que marcaron un cambio trascendental en el estilo de vida de la especie humana, la revolución científica, que dio lugar al descubrimiento de nuevos mundos en el siglo XV y permitió circunnavegar la Tierra por primera vez en el siglo XVI ; y que dio lugar también a nuevas teorías como las expuestas por Francis Bacon en su manifiesto científico Novum organum (1620) y por Isaac Newton en Principios matemáticos de la filosofía natural (1687). Esta revolución del conocimiento sentó las bases de la gran Revolución Industrial, que permitió el desarrollo del transporte y las comunicaciones gracias a la invención de la máquina de vapor en el siglo XVIII , y que culminó el proceso de transformación de la especie humana en una especie casi artificial.
El trabajo en serie en las fábricas nos convirtió en una extensión de las máquinas que producían en serie, peones autómatas8 que realizaban exactamente la misma tarea y los mismos movimientos desde que entraban hasta que salían de la fábrica. El objetivo de la producción en serie era maximizar la productividad y la eficiencia de todos los recursos, materiales y humanos, y fue entonces cuando empezamos a pensar en nosotros como máquinas que se podían optimizar y explotar.
El trabajo en la fábrica, sin embargo, todavía nos obligaba a cierto movimiento, aunque fuera siempre el mismo. La revolución tecnológica o digital culminó el desastre evolutivo al privarnos de esos automatismos y permitirnos vivir, trabajar y entretenernos a golpe de clic. Y en esas estamos, pegados a la pantalla y viviendo en mundos paralelos en los que estamos más conectados que nunca, pero en los que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás menos que nunca.
Esta perspectiva histórica, y eso que no es fácil resumir miles de años en dos párrafos, es imprescindible para entender cómo hemos llegado hasta aquí y, más importante aún, para darnos cuenta de que la esencia humana dista mucho del estilo de vida actual.
Los ritmos de la vida: ritmos circadianos, ultradianos e infradianos
¿Alguna vez te has preguntado por qué respiramos con la cadencia que lo hacemos, por qué nuestro corazón late al ritmo que lo hace, por qué dormimos más o menos cada veinticuatro horas o por qué las mujeres tenemos un ciclo reproductor de unos veintiocho días aproximadamente? Siempre nos referimos a la precisión de un reloj suizo para hacer referencia a aquello que sucede con exactitud en tiempo y forma, pero ¿no crees que sería más indicado referirnos a la precisión con la que se suceden todos los fenómenos fisiológicos que tienen lugar en nuestro organismo? Y no solo los ritmos de nuestro organismo; no hay más que mirar afuera y fijarnos en los ritmos de la naturaleza: la sucesión de estaciones, la noche y el día, la reproducción de determinadas especies, las migraciones estacionales de pájaros, la hibernación de los osos…
Todos esos procesos, tanto los fisiológicos como los naturales, tienen un ritmo, su ritmo, y, según la cadencia con la que sucedan, se denominan ritmos circadianos, ultradianos e infradianos. Aunque es algo intrínseco a los seres vivos, hasta la década de los cincuenta del siglo pasado no se empezaron a estudiar los ritmos biológicos, en particular los relacionados con el ciclo nictemeral (relativo a un periodo de aproximadamente veinticuatro horas) producido por la rotación de la Tierra alrededor del Sol. Sí que es verdad que los orígenes de la cronobiología se sitúan en el siglo XVIII , cuando el astrónomo francés Jean-Jacques Dortous de Mairan intuyó la existencia de los relojes biológicos al observar cómo los ejemplares de Mimosa pudica que tenía en su estudio abrían sus hojas al amanecer y las plegaban al anochecer. ¿Sucedería lo mismo en ausencia de luz? Metió algunos ejemplares en un armario y observó cómo, aun en ausencia total de luz, las hojas se abrieron al amanecer y se volvieron a cerrar al anochecer. Así es como empezó a tomar forma la idea de que las plantas y otros organismos vivos poseemos un reloj interno que funciona de forma independiente a los cambios ambientales, aunque no es ajeno a ellos.
El funcionamiento de nuestro organismo no es indiferente al entorno físico que nos rodea; de hecho, nuestro equilibrio es el resultado de un constante reajuste de los parámetros fisiológicos ante las perturbaciones del medio externo. Es lo que el fisiólogo americano Walter B. Cannon denominó homeostasis en su artículo «Organization for Physiological Homeostasis», publicado en 1928 en Physiological Reviews (9:399-443). Por lo tanto, podemos definir los ritmos biológicos como adaptaciones heredables de los seres vivos ante los cambios que se producen en el ambiente exterior de forma recurrente en intervalos más o menos regulares.
Lo primero que tenemos que distinguir es el concepto de «ritmo» del de «ciclo». Un ciclo es la sucesión de acontecimientos que tienen lugar de forma repetitiva siempre en el mismo orden, sin tener en cuenta el tiempo en se producen. Cuando un ciclo ocurre en un intervalo de tiempo constante y previsible, entonces hablamos de ritmo, que puede ser endógeno o exógeno, según sea generado por el propio organismo o no. Los ritmos biológicos más evidentes, como los conductuales, los hormonales, el de vigilia-sueño, etc., tienden a agruparse alrededor de determinadas señales del entorno. A su vez, estas señales, que actúan como sincronizadores, son la manifestación de determinados fenómenos geofísicos que se repiten, como el ciclo de las mareas, el ciclo de luz-oscuridad, las fases lunares, los cambios estacionales, los ciclos anuales, etc.