SINOPSIS
Esta es la historia de una persona que podría ser cualquiera. Una que, tras escuchar que se nos acaba el tiempo, que estamos hipotecando el futuro de las próximas generaciones y que España va a convertirse en un desierto, empezó a agobiarse. ¿Y ahora qué compro? ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Por qué tengo que dejar de comer carne mientras otros viajan en su avión privado?
Cuando comenzó a encontrar respuestas, la COVID-19 se interpuso en su camino. ¿Seguirá siendo válido lo que creía? ¿Cuál es la relación entre la crisis del coronavirus y la climática? ¿Una será el aviso de la otra? Y aunque lo sea, ¿cómo voy a preocuparme del planeta con la que tengo encima?
En vez de frustrarse, Irene Baños decidió compartir su experiencia en este libro bajo una premisa: no se trata de agobiarse bajo el peso de una responsabilidad que nos supera, sino de cambiar pequeños hábitos que pueden beneficiarnos a todos.
Con humor, desparpajo y realismo, esta obra explica la situación actual sin caer en el catastrofismo ni la parálisis. Además de entrevistas con expertos, aporta datos que ponen en su lugar muchas de las medias verdades que nos aturden, a la vez que ofrece alternativas razonables para prepararnos y reducir el impacto de la otra gran crisis invisible: la ecológica.
Eco
ansias
Salimos de una crisis,
no caigamos en otra
IRENE
BAÑOS
INTRODUCCIÓN
QUIEN MÁS, quien menos, a estas alturas todos hemos oído hablar de la crisis climática y ecológica que el planeta está sufriendo. Que pronto habrá más plástico que peces en el mar, que la contaminación del aire ya mata a más gente que el tabaco, que los insectos están muriendo y que, sin abejas, morimos nosotros también. Sin embargo, mucho más hemos oído hablar del recién llegado coronavirus. ¿Y si las dos crisis estuvieran estrechamente relacionadas? Aunque la gran mayoría de las personas estamos preocupadas, tanto por el famoso bicho como por la situación del planeta, nos abruman las dudas. Nos seguimos preguntando qué narices tendrá que ver la leche que bebamos con que desaparezcan los osos polares, que para qué reciclar si luego lo mezclan todo, que si es mejor comprar ecológico, sin plástico o del barrio, o que si compramos un coche de gasolina o uno eléctrico. Dar respuestas no es sencillo, porque las fórmulas mágicas no existen, y apoyarse en la ciencia es esencial para entender, pero entender solo es el primer paso para encontrar soluciones. Sin embargo, no podemos dejar que lo perfecto sea enemigo de lo bueno, que decía algún sabio.
Vale, sí, he mentido en el título. No podemos evitar caer en otra crisis, porque la crisis climática ya es una realidad palpable, pero sí podemos suavizar los impactos que vamos a recibir. Quizá tampoco hubiéramos podido evitar que el nuevo coronavirus llegara a nuestras vidas, pero podríamos haber tenido una sociedad mejor preparada. Los científicos llevaban años avisando del peligro de una pandemia semejante, porque ya habían visto las orejas del lobo asomar, pero hasta que no vimos los dientes del lobo relucir delante nuestro, no supimos reaccionar. Lo mismo está pasando con la crisis climática y ambiental. Los expertos llevan décadas avisando de la que se nos viene encima, de las consecuencias de no reaccionar a tiempo, de que nos espera un escenario de un dramatismo que antes nos parecía una novela distópica, pero que ahora sabemos que puede ser muy real. Los impactos de la crisis climática y ecológica no van a ser temporales, no se van a controlar con una vacuna. Y, sin embargo, seguimos creyendo que es algo que no va con nosotros, que solo afectará a otros, o que alguien lo solucionará. Pues no, nadie va a aparecer con una varita mágica, y cuando la cosa se ponga fea, de poco servirá buscar culpables, porque pagaremos con nuestra salud y nuestro bolsillo. Ya lo estamos viendo. La pandemia sanitaria del coronavirus nos ha pillado por sorpresa y nos ha dado un buen repaso. Va a costar reponerse, mucho, pero mucho más si esperamos a que la próxima pandemia avive aún más las llamas. ¿Te imaginas las inundaciones de Murcia o Baleares en plena pandemia, los incendios de la Amazonia o de Australia? La amenaza de la pandemia climática puede parecer invisible, otro enemigo abstracto, un invento de unos para aprovecharse de otros, pero sus impactos son muy visibles, como lo están siendo los del COVID-19, y están a la vuelta de la esquina.
Amortiguar el golpe no consiste en martirizarnos cada vez que comamos un chuletón, compremos una botella de agua de plástico o vayamos en coche, sino de darnos cuenta de que muchos de nuestros pequeños hábitos son perjudiciales para el planeta, pero también para nuestra salud. Porque cuando hablamos de cuidar el planeta, en realidad queremos decir cuidar de nosotros mismos. Al planeta no le va a ir mal sin nosotros, eso ya lo hemos comprobado, pero nosotros las vamos a pasar canutas. Ahora bien, como para vencer al dichoso bicho, frenar la crisis climática y ecológica requiere un esfuerzo tanto individual como colectivo. Cada gesto cuenta, pero no basta. Bien sabemos que frente a los grandes mandamases tenemos poco que hacer; que por más que reciclemos en casa, nada cambia si las grandes multinacionales no mueven un dedo o si las petroleras siguen llenando sus arcas. Por eso, el giro hacia la sostenibilidad debe partir de cada individuo, pero no se puede limitar a puertas adentro. Hay que organizarse, hacerse oír. Las empresas están empezando a reaccionar ante la presión de los consumidores que exigen productos más sostenibles, y así, sí se puede motivar el cambio. Así, y votando, porque el cambio tiene que ir acompañado de políticas de apoyo.
Yo no soy ninguna gurú. Admito que, hace 10 años, iba una vez por semana al McDonald’s, bebía Coca-Cola hasta para desayunar y no pasaba un mes sin comprarme ropa (de segunda mano, eso sí). Además, cada vez que pisaba un aeropuerto me sentía una estrella de cine, mi sueño siempre fue viajar por los cinco continentes y contar historias desde los más recónditos puntos. Ahora, mi sueño sigue siendo el mismo, pero sufro cada vez que cruzo la puerta de embarque. No consigo deshacerme de un asfixiante sentimiento de culpa e intento pasar lo más desapercibida posible, muerta de miedo por encontrarme a alguien, algún testigo que pueda dar fe de mis actos impuros. Por no hablar de mis disgustos cada vez que se me olvida decir que no me pongan pajita con el tinto de verano, que es siempre. Tampoco soy científica, así que no esperes un libro lleno de tecnicismos; como base, uso una afirmación en la que coinciden el 97 % de los científicos del mundo: los humanos son la causa de la actual crisis climática. Pero incluso si no creyera en ello, los cambios hacia una sociedad más sostenible merecen la pena porque mejoran la calidad de nuestro día a día.