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CAPÍTULO UNO
COMIDA INFANTIL
Hace calor, pero el agua del mar está tan helada que prefiero quedarme bajo la sombra del quitasol en la arena. La playa está llena este fin de semana de mediados de enero. Un llanto me distrae de mi lectura. Una niña de unos tres años mira desolada sus manos pegajosas que se llenan de arena cuando trata de recuperar el helado que se le cayó. No lo logra y, frustrada, se para y se va. Me llama la atención su sobrepeso. Llega llorando a abrazar a su mamá. Ella es obesa, igual que su marido, que está recostado a su lado, igual que su otro hijo, que se toma una bebida sentado en la toalla.
La tendencia a la obesidad está determinada por la genética, ya que alrededor de un 35 % o 40 % del Índice de Masa Corporal se hereda de los padres, y para los niños más obesos, la proporción aumenta a un 55 % o 60 %.
Más allá, otro grupo de niños se entretiene haciendo un túnel. A todos les sobresalen los rollitos del traje de baño. Cerca de la orilla, veo a varios adolescentes jugando a la pelota. Calculo que siete de los diez tienen sobrepeso. Recuerdo las fotos en blanco y negro de mis papás cuando eran chicos y huesudos, y venían a esta misma playa. En este medio siglo los chilenos engordamos. Junto con el crecimiento económico aumentamos de peso, pasando de la desnutrición a la obesidad.
La mitad de los alumnos que por estos días están entrando a primero básico tienen exceso de peso. Si en la década del ochenta un 7 % de ellos tenía obesidad —un sobrepeso riesgoso para la salud— hoy esta enfermedad la padece un 25 %. Si subimos de curso, las cifras son igual de preocupantes. En menores de quince años la obesidad aumentó en un 47,8 % en la última década. Si un niño tiene sobrepeso a los cuatro años, la posibilidad de que sea un adulto obeso es del 20 %, pero si ese niño sigue siendo obeso a los diez años, la probabilidad de que lo sea de adulto es del 80 %. Y esto no es un problema de estética, sino de riesgo vital.
Se estima que los niños de hoy van a vivir mucho menos que lo que viven actualmente sus padres, por lo que el continuo crecimiento en las expectativas de vida en los últimos doscientos años podría estar llegando a su fin. En las próximas décadas, el sobrepeso cobrará hasta 92 millones de vidas, lo que reducirá la esperanza de vida en casi tres años para el 2050.
Lo dijo fuerte y claro el doctor Roberto del Águila, epidemiólogo y consultor de la Organización Panamericana de la Salud: la razón fundamental por la cual se reducirá la expectativa de vida de los niños es la obesidad.
C ÓMO (MAL )ALIMENTAMOS A NUESTROS HIJOS
Lo mejor del verano es que Santiago está vacío. Llego puntual a mi almuerzo con Cecilia Castillo en una agradable terraza de un restaurante en Providencia. La doctora Castillo, como muchos saben, ha dedicado sus últimos años a capacitarse en nutrición infantil. Pediatra de la Universidad de Chile, máster en Políticas Públicas y doctorada en nutrición humana, Cecilia tiene la película clara: «Los niños empiezan a subir de peso cuando empiezan a recibir alimentación complementaria a partir de los seis meses. Existe la creencia de que los niños, empezando a comer, tienen que probar de todo. Eso los lleva a probar bebidas, galletas o alimentos azucarados, lo que hace que, al año, estos niños tengan una apetencia especial por este tipo de alimentos».
Al frente hay una plaza donde varios niños están jugando en los resbalines y columpios. Mamás, abuelitas y asesoras del hogar les ofrecen colaciones envasadas. En más de un coche se asoman mamaderas rellenas con jugos anaranjados. Todo dulce, mucho más dulce de lo que son los alimentos de manera natural.
La conversación con Cecilia se desvía hacia la industria alimenticia y a cómo, en los últimos cincuenta años, ha utilizado la ciencia y la tecnología para elaborar productos más dulces, más salados y sabrosos. Qué contradictorio. La misma ciencia y tecnología que nos había permitido aumentar la esperanza de vida —hoy veinte años mayor que en 1960— ahora está atentando contra nuestra salud. Mientras nosotros engordamos y nos enfermamos, la industria crece y se enriquece.
L A GRASA EN EL CEREBRO
En marzo, un grupo de pintores se encarama en los andamios, con baldes y rodillos, para terminar de remozar la fachada del INTA , en la comuna de Macul. Rodeado de plátanos orientales, este enorme edificio aloja desde hace cuarenta años al Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos, dependiente de la Universidad de Chile.
El INTA es reconocido internacionalmente por sus investigaciones. En sus laboratorios se testean nuevos productos, se evalúa la inocuidad alimentaria, se investiga la relación entre el sueño y la obesidad, se capacita a los profesionales de la salud, se dictan talleres para los productores, se editan manuales de buenas prácticas, se escriben cientos de papers y se avanza en las fronteras del conocimiento sobre nutrición. Los científicos del INTA son frecuentemente consultados por las autoridades de salud, y no solo de Chile, para la elaboración de las políticas públicas que tienen que ver con la alimentación.
En el INTA también se hacen experimentos y estudios de campo. La doctora Raquel Burrows es endocrinóloga infantil, jefe del Programa Clínico de Obesidad Infantil del instituto y, desde 1986, su línea de investigación está enfocada en el impacto de los estilos de vida —asociados a la malnutrición por exceso— en el rendimiento académico de los niños y adolescentes. Para una de sus publicaciones examinó a 1600 estudiantes de quinto básico y de primero medio. Analizó qué comían en el recreo y qué desempeño obtuvieron en el SIMCE de lenguaje y matemáticas. Los resultados confirmaron su hipótesis: los niños que consumen una colación poco saludable tienen el 50 % del rendimiento de un niño que come una colación sana.
La explicación está en la biología: tanto la azúcar añadida como las grasas contenidas en las colaciones de nuestros niños se acumulan en la sangre. Al no ser eliminadas a través de su musculatura, buscan otra vía de escape y se encuentran con el cerebro. Llegando ahí, bloquean los receptores de la función cognitiva, que es la que permite o favorece el aprendizaje, la memoria y el control ejecutivo, que es el que controla nuestra capacidad para solucionar problemas.
Cuando estoy en el supermercado, miro con otros ojos las colaciones envasadas. Seis años atrás se discutía el reglamento para la ley de etiquetados, por el cual los productos procesados tienen impreso los discos negros de advertencias. Recuerdo que todas las semanas se publicaban noticias con los reclamos de la industria: que la nueva ley está mal hecha, que es alarmista, que la gente se iba a asustar. Me pregunto si de verdad es imposible, como aseguran ellos, bajarle la cantidad de azúcar, sal y grasas a esos productos, y así evitar que tengan la advertencia. Pero en la cola para pagar, observando los carros llenos de cajas y botellas de colores, entiendo que la base del negocio está en la venta y, sobre todo, en el constante aumento de las ganancias. Para lograrlo, los productos tienen que ser tentadores, ricos; mientras más dulces y salados, mejor.
La industria alimenticia ha hecho bien su trabajo, no solo buscando recetas cada vez más adictivas, sino también desarrollando campañas de marketing cada vez más eficientes, sobre todo cuando sus objetivos son los niños. Hay pasillos del supermercado que parecen irradiar sabores y, aunque los envases de cereal ya no tengan caricaturas impresas ni juguetes de regalo que capten la atención de nuestros hijos, el aroma parece traspasar las cajas y atraerlos. Continúan pidiendo que les compremos esos productos, los que muchas veces ni siquiera sirven para nutrirlos y que, por el contrario, les hacen daño.