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Felicity Lawrence - ¿Quién decide lo que comemos?

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Felicity Lawrence ¿Quién decide lo que comemos?

¿Quién decide lo que comemos?: resumen, descripción y anotación

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Cómo el negocio de la alimentación perjudica la salud, la economía y el medio ambiente
¿A qué se debe que... la mayoría de alimentos procesados estén elaborados a partir de los mismos ingredientes?
¿Y que esos pocos ingredientes sean fabricados por un puñado de multinacionales?
¿Cómo han llegado los cereales a convertirse en el desayuno principal de millones de niños en el mundo si se les acusa de ser menos nutritivos que el paquete que los contiene?
¿Y por qué hoy día el 60 por ciento de los alimentos procesados contiene soja?
¿O no se nos advierte de que el azúcar puede perjudicar tanto la salud como el tabaco?
Felicity Lawrence, periodista especializada en temas de alimentación, realiza un sobrecogedor recorrido por los secretos de las grandes corporaciones agroalimentarias para revelar cómo esas multinacionales manipulan nuestros hábitos alimenticios... y nuestras ideas.
Una lectura fundamental para hacer frente a la amenaza que supone la actual industria de la alimentación para la salud y la de todo el planeta.

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¿Quién decide lo que comemos? — leer online gratis el libro completo

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Felicity Lawrence

¿Quién decide
lo que comemos?
Cómo el negocio de la alimentación
perjudica la salud, la economía
y el medio ambiente
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Para Matt, Ellie, Cecy y Anna

Prólogo

Hace cuatro años escribí un libro titulado Not on the Label (‘No figura en la etiqueta’) con el fin de explicar cómo se elabora la comida de nuestras modernas dietas industrializadas. Como muchos otros, no estaba al tanto de los procesos por los que pasa esa comida hasta que acaba en nuestros platos, así que para mí —y no sólo para mí— fue toda una revelación enterarme de que las delicias de pollo más que de carne magra pueden estar hechas de un picadillo de piel y grasa disfrazado por medio de aditivos, o de que las impolutas bolsas de ensalada lavada y fresca que yo misma solía comprar en los supermercados por lo general han salido de un baño industrial de cloro gracias al trabajo de ejércitos ocultos de trabajadores inmigrantes mal pagados. Fue así como acabé explorando un mundo feliz en el que las tiendas independientes, las redes de distribución local o los pequeños agricultores de todo el mundo se estaban viendo estrangulados a un ritmo alarmante para ser sustituidos por procesos cada vez más centralizados e industrializados, ávidos de energías basadas en combustibles fósiles y que concentran el dinero procedente de la alimentación en las manos de unas pocas corporaciones. Además, aunque nos olvidásemos de las epidemias de obesidad, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, resulta que la comida que produce este sistema no sabe nada bien.

La respuesta que tuvo ese primer libro me conmovió y resultó toda una lección de humildad. Ya he perdido la cuenta de los cientos de cartas y correos electrónicos de las muchas personas que tuvieron el detalle de contarme que, tras leerlo, habían cambiado sus dietas, su manera de comprar o incluso sus vidas. A algunas de ellas dichos cambios les acarrearon considerables inconvenientes o trastornos personales, como a la pareja de ancianos de Cornualles que, después de haber leído lo referente a las condiciones laborales de los inmigrantes, juraron no volver a comprar nunca más en un supermercado; o a los comerciantes urbanos que decidieron restablecer el vínculo con el campo renunciando a su lucrativa profesión y cambiándola por la pequeña producción y una vida más sostenible. Me llegaron noticias de decenas de personas que comenzaron a realizar sus propias campañas, de decenas de personas que entraron a formar parte de cooperativas de alimentación, se integraron en ciudades justas o por el comercio justo, buscaron mercadillos ecológicos, comenzaron a utilizar máquinas de hacer pan o, simplemente, volvieron a cocinar.

En estos últimos cuatro años nos hemos vuelto más conscientes: se ha generalizado la preocupación por la calidad de nuestra alimentación y por el gran impacto social y medioambiental de sus formas de producción y famosos chefs de la televisión han apoyado la causa de un mejor régimen alimentario valiéndose de ese todopoderoso medio de comunicación para propagar su mensaje.

Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención últimamente es que, a pesar de que ahora estamos más preparados que hace tan sólo unos años para elegir una alimentación mejor para nuestra salud y la de nuestro planeta, muchas interrelaciones siguen sin verse con claridad. Así, me encuentro con mucha gente que me pregunta si tal o cual alimento en particular es bueno, si esta marca sería mejor que aquélla, si un minorista en concreto es mejor que otro o si un nuevo alimento o una tecnología innovadora, aparentemente milagrosos, podrían considerarse la respuesta adecuada, cuando, para entender realmente el sistema y lo que se nos está vendiendo, lo que necesitamos saber es cómo funciona en su conjunto y por qué se ha desarrollado como lo ha hecho. ¿Qué poderes, económicos, políticos o culturales, son los que nos han impulsado a seguir preferentemente la senda de la degradada comida industrializada? ¿Adónde nos conducirán próximamente si no se produce una transformación radical? ¿Qué relación existe entre el hambre y la emigración en una parte del mundo y la obesidad y los problemas de salud en la otra? Con el avance acelerado del cambio climático y una presión creciente sobre nuestros recursos, las respuestas a estas cuestiones parecen cada vez más urgentes.

El presente libro es un intento de abordar estas cuestiones. Cuando escribí Not on the Label aproveché la ingente labor que, a lo largo de muchos años, habían realizado muchos promotores de campañas de salud, organismos de ayuda, sindicalistas, expertos medioambientales y organizaciones de agricultores y productores biológicos. Gracias a todos ellos, muchos de los cuales aportaron una ayuda de un valor incalculable a la realización de este libro, todos nosotros nos hemos vuelto mucho más críticos.

El profesor Tim Lang me ofreció a menudo su asesoramiento y se prestó muy amablemente a leer gran parte del original. El profesor David Goodman leyó también algunos capítulos y me ayudó a comprender mejor la política de los Estados Unidos. Los catedráticos Aubrey Sheiham, Erik Millstone, Michael Crawford y Jack Winkler me enseñaron muchas cosas sobre azúcares, grasas y política alimentaria; el catedrático John Salt me guió a través del campo minado de las estadísticas migratorias. El catedrático John Stein, Alex Richardson, Bernard Gesch, Jo Hibbeln y Ray Cook también me dedicaron muy amablemente muchas horas de su tiempo.

Bill Vorley, Tim Lobstein, Jane Landon, Kath Dalmeny, Janet Longfield y Andrew Simms han tenido la generosidad de compartir conmigo sus profundos conocimientos a lo largo de estos últimos años.

Patrick Holden, Craig Sams, Simon Wright y Peter Melchett de la Soil Association me han ayudado a comprender muchas cosas, al igual que la eurodiputada de los Verdes Caroline Lucas y la primera activista y empleada en un comedor de escuela, Jeanette Orrey.

Estoy muy agradecida a gran parte del personal de las agencias de ayuda Oxfam, Christian Aid, Action Aid y Banana Link, que me ayudaron en la organización de viajes y me ofrecieron detalladas sesiones formativas. También estoy en deuda con Greenpeace y su equipo del Amazonas por todo su apoyo.

Como siempre, los activistas sobre el terreno me facilitaron, algunas veces a costa de un considerable sacrificio personal, la información sin la cual no habría podido escribir gran parte de este libro. Don Pollard, Dave Richards, Miles Hubbard, «Dan», Spitou Mendy, Binka Le Breton, Edilberto Sena y la fallecida Angela Hale han sido todos una fuente de inspiración.

Quiero expresar mi agradecimiento a todos los empleados, funcionarios y personal de prensa de la Food Standards Agency (‘Agencia de Normas Alimentarias británica’) y de los supermercados y compañías manufactureras que me han ayudado con información y sesiones formativas. El diálogo con la industria me ha resultado provechoso gracias a la singular generosidad de Davis Gregory, de M&S, Martin Paterson y Martin Glenn, entre otros.

He llevado a cabo gran parte del trabajo en que está basado el presente libro en calidad de corresponsal especial de The Guardian. Tengo la inmensa fortuna de trabajar para un periódico que aún apuesta por el periodismo de investigación y que tanto apoya a sus escritores. Debo muchísimo a mis editores Alan Rusbridger, Paul Johnson, Nick Hopkins, Stuart Millar, Ian Katz, Georgina Henry, Toby Manhire y Katharine Viner, y a tantos colegas, entre ellos, a John Vidal, David Adam, Rebecca Smithers, Julia Finch, Ian Griffiths, David Leigh, Nuala Cosgrove y Mary Byrne.

Susannah Osborne no sólo me ayudó de manera sustancial en la investigación, sino que también me enseñó a organizar mis archivos.

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