© Editorial Siglantana S. L., 2017
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INTRODUCCIÓN
En los últimos años, el número de fracasos matrimoniales ha ido aumentando de forma espectacular. En el año 2014 hubo un aumento de sentencias de divorcio del 5,4% respecto al año anterior. Se produjeron 100.746 divorcios, 5.034 separaciones y 113 nulidades. El 76,5% de divorcios y separaciones fueron de mutuo acuerdo, el 23,5% restante fueron contenciosos (datos del Instituto Nacional de Estadística).
Según el Consejo General de Poder Judicial los procesos de disolución (divorcio, separación, nulidad) crecieron en el año 2014 un 6,9% respecto al año anterior. Esto por lo que afecta a España, pero de hecho las cifras han ido en aumento en toda Europa.
Han crecido también en Portugal, República Checa y Hungría. Bélgica es la que presenta un índice más alto. En la América latina, si bien las separaciones y divorcios siguen en ascenso, no lo han hecho en la medida europea. Las cifras rondan el 25/27%. Hay dos excepciones, Cuba con un 56%, y Chile que tiene el índice más bajo a nivel mundial, un 3%. En EE. UU. y Rusia se alcanza el 50%.
Debemos tener en cuenta que hay un grupo de parejas que no se contabiliza en estas cifras porque, al no estar casados en su mayoría, si no tienen hijos ya no presentan papeles en los juzgados. A pesar de ello, un porcentaje muy elevado de personas separadas repite la experiencia de vida en pareja, con el agravante de que muchas de ellas no han reflexionado sobre los errores cometidos en su experiencia anterior a fin de evitarlos en una nueva relación y, por tanto, es posible que la anterior experiencia no les sea útil en una nueva relación.
Un dato curioso: según las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, la familia sigue siendo un valor muy importante, por encima de la profesión, el dinero, la amistad, la política y la religión. También en Iberoamérica la familia merece una gran consideración. Pero ¿de qué familia se está hablando? Porque, si nos referimos a la familia tradicional de corte patriarcal y con roles muy bien definidos para sus miembros, hemos de convenir que muy poco o casi nada tiene que ver con la familia actual. No deja de ser curioso que se siga considerando al núcleo familiar como algo fundamental sin pararse a pensar si se están afrontando debidamente los cambios surgidos. Las mujeres trabajan. Y lo hacen no sólo en tareas compatibles con el manejo del hogar, sino que muchas de ellas están al frente de negocios importantes y de puestos de responsabilidad.
Ya no hay abuelos conviviendo en la mayoría de las casas, sobre todo en las grandes ciudades. Las parejas tienen los hijos que desean, no «todos los que Dios envía». Marido y mujer comparten o debieran compartir tareas y responsabilidades que antes estaban adjudicadas a cada uno por separado. Convivir en pareja es una decisión libre.
Es evidente que muchos de los cambios descritos no han sido asumidos debidamente y que prevalecen actitudes incompatibles con ellos. Pero habrá que reflexionar sobre las disposiciones, aptitudes y habilidades en las que las parejas actuales deberían fundamentar su unión. Si los papeles de cada uno no están delimitados como lo estuvieron en su día, sino que, por el contrario, se entremezclan y solapan, les corresponderá a los nuevos candidatos a la vida en común el análisis de qué requisitos implica la actual convivencia en un mundo nuevo y con nuevas demandas.
Muchas veces, las discusiones y los desencuentros surgen, no tanto por la carencia de diálogo y/o de comprensión, que también, sino por pequeñas nimiedades de la vida cotidiana que no se discutieron en su debido momento, ni se convinieron ni pactaron y que luego irrumpieron súbitamente y desestabilizaron el día a día.
Recuerdo un artículo publicado en el The New York Times titulado: «Preguntas que las parejas deben hacerse (o desearían haberse hecho) antes de casarse». Entre otras cuestiones más trascendentes, hablaba de otras aparentemente menos importantes pero determinantes en una buena convivencia. Cosas tales como: ¿quién y cómo llevará a cabo la organización de la casa?, ¿queremos televisor en el dormitorio?, ¿se ha hablado del manejo de las finanzas y de cómo y en qué se gastará el dinero?
Leyendo el artículo pensé en las muchas veces que temas como estos habían sido debatidos con las parejas entrevistadas en mi consulta. Recordé también una película en la que los protagonistas se plantean ir o no a vivir juntos. Uno de los dos insiste y el otro responde:
—Bien, de acuerdo. Pero debes saber que: aprieto el tubo del dentífrico por la mitad, duermo con la ventana abierta y dejo las toallas sucias en el suelo del lavabo.
Evoqué entonces la frase atribuida a George Bernard Shaw: «El matrimonio es una alianza que se establece entre un hombre que no puede dormir con la ventana cerrada y una mujer que no puede dormir con la ventana abierta».
Grandes y pequeñas cosas son las que separan. Algunas consideradas pequeñas resultan insoportables cuando se dan cada día y se juzga que son voluntarias, más aún, que son para fastidiar.
El conflicto de pareja, como cualquier otro conflicto, tiene unos factores antecedentes, unos factores precipitantes y unos factores de mantenimiento
Con mucha frecuencia se hallan, entre los factores antecedentes:
- Las falsas expectativas acerca del amor y la vida en común.
- Las diferencias personales y de perspectiva.
- La excesiva dependencia del otro por parte de uno de los miembros de la pareja.
- La autoestima negativa de uno de ellos.
- La carencia de las adecuadas habilidades de comunicación.
- La falta de tiempo libre.
- En ocasiones, la interferencia negativa de las familias de origen.
Entre los factores desencadenantes del conflicto, podemos incluir:
- Algún tipo de patología personal.
- Los problemas económicos y/o laborales.
- La lucha de roles.
- La evolución diferente de cada uno de los miembros.
- Posibles acontecimientos estresantes.
- La carencia de comunicación.
- Los problemas sexuales.
- La aparición de una tercera persona.