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Sinopsis
El confinamiento a causa del peligro de contagio por la pandemia de COVID-19 es una situación límite inesperada a la que nadie antes se ha enfrentado. Al temor por el peligro de nuestra salud y la de los que nos rodean, se une la situación de encierro en nuestra vivienda que todos estamos sufriendo, lo que ha puesto profundamente a prueba nuestro equilibrio emocional.
En Confinados a solas o en compañía, Silvia Congost ofrece una breve guía para comprender y gestionar las emociones negativas que se pueden experimentar durante esta difícil situación de encierro y propone útiles reflexiones y consejos para afrontar de la mejor manera posible este período tanto a aquellos que viven solos como a los que tienen pareja o familia. Revisar nuestras emociones, aprender a enfocar nuestra mente, practicar mindfulness y cuidar nuestro cuerpo son algunas de las recomendaciones que nos sugiere la autora.
El confinamiento por el COVID-19 es una situación muy difícil y extraordinaria, pero como nos recuerda la autora, también puede ser una gran oportunidad para tomar conciencia de lo que de verdad somos y lo que de verdad debemos priorizar, valorar, cuidar y mantener.
CONFINADOS
A SOLAS O EN COMPAÑÍA
Guía para (con)vivir en tiempos difíciles
Silvia Congost
TRAS EL CRISTAL
Después de prohibirnos los besos,
de dejarnos desnudos de abrazos,
de alejarnos de los nuestros,
y de aislar con temor nuestra piel…
Aquí seguimos,
bebiendo de recuerdos imprecisos
y observando, con asombro, la vida pasar.
El tiempo, cansado, decidió detenerse.
La Tierra, herida, decidió descansar.
Y nosotros, perdidos, tratamos de encontrar la salida,
como aves enjauladas, que sueñan volver a sus vidas,
esos días con prisas, llenos de ruidos vacíos, ignorantes de su verdad.
Nos creemos inmortales en cuerpos que no cuidamos,
Y olvidamos que nuestra esencia nace del verbo amar.
Y luego nos deprimimos y nos sentimos perdidos,
y escribimos versos grises y estrofas sin rima
hechas de pasados imperfectos
y condicionales compuestos
que no logramos conjugar.
Y el invierno se nos va, silencioso y con heridas,
Como pájaros que vuelan sin cielo
O peces que navegan sin su mar.
Como el viento que ahora sopla a la deriva
desorientado y sin rostro,
porque no encuentra nuestras manos,
que tanto ansía acariciar.
Pero, aunque parezca que en las calles no hay vida,
o que el viento sople a la deriva
o que los pájaros se pierdan en el cielo
o que los peces naveguen sin su mar…
En verdad todos sabemos cuál es la salida, y la podemos alcanzar.
Solo debemos darnos la mano, incluso sin podernos tocar,
pues sabemos que, si nos mantenemos unidos,
guiados por el corazón y con los mismos latidos,
compartiendo nuevos miedos y viejos sueños perdidos,
al final, más fuertes que nunca, lo vamos a lograr.
Prólogo
Confinados
¿Sientes miedo? Está bien.
¿A veces sientes tristeza, apatía o incomodidad? Está bien.
¿Te sientes aislado, agobiado o angustiado? También está bien.
¿Tienes cambios emocionales bruscos, de modo que un día te ríes y otro día no paras de llorar? Es normal.
Estamos viviendo una situación con la que jamás antes habíamos lidiado. Una enfermedad que puede ser mortal nos ronda, incansable, invisible, agresiva y voraz. Y eso nos recuerda que no somos invencibles ni eternos, que nuestro final puede estar al acecho, o lo que es peor, el final de aquellos a quienes más amamos. Sin embargo, esto también está bien.
Vivir como si los demás no importaran, como si fuéramos inmortales o como si nuestra vida y nuestra Tierra fueran eternas, no es para nada una opción inteligente, ni mucho menos la más adecuada para el futuro de nuestra especie.
Hemos visto a gente comprando de forma compulsiva en los supermercados. Es normal. Nos han educado, con el ejemplo, para ser egoístas y victimistas, para mirar siempre por nosotros primero, olvidando que no estamos solos y que nos necesitamos. Pensamos en nuestro sufrimiento en primer lugar, y no nos damos cuenta de que puede haber otras personas que estén sufriendo mucho más y que tal vez, solo tal vez, nos necesiten.
Tal vez con pequeños gestos podríamos aliviar un poco su dolor, su malestar o su angustia. Si no lo probamos, no imaginamos el bien que podemos hacer y el regalo maravilloso que esto supone para todos los seres humanos.
Es como si, de alguna forma, ante la locura imposible de controlar lo que habíamos construido, la vida se hubiera visto obligada a detenernos, a encerrarnos, a escondernos para que no toquemos nada más, para que no destrocemos nada más y para que dejemos de hacernos daño. Para que recordemos quiénes somos, a quiénes amamos y qué es lo que de verdad importa.
Vivíamos a contrarreloj, desafiando al tiempo y sin tiempo para nada, pidiendo amor a gritos y buscando siempre el reconocimiento, pero incapaces de cuidar a quienes nos aman de verdad, y con el suero de la envidia y los celos corriendo por nuestras venas. Haciendo todo lo necesario para tener algún día una vida mejor, y perdiendo nuestros días sin tener vida alguna. Dañando la Tierra, dejándola sin raíces, contaminando nuestra propia fuente de aire para respirar y, lo más grave, olvidando por completo qué es lo que importa de verdad.
De repente nos obligan a encerrarnos y nos sentimos atrapados. Ahora vemos a los pájaros volando libres por las calles silenciosas y los jardines vacíos, y somos nosotros quienes estamos enjaulados. O así nos sentimos. Y eso está bien. Igual que está bien el silencio que golpea nuestras puertas, el silencio que nos envuelve al abrir la ventana y al tratar de inhalar cada bocanada de aire, ese que nos recuerda lo que era real hace tan solo unos días, ese que nos hace conscientes de que aquello que era ya no es, de que ya no hay nada de lo que había, nada que nos distraiga. Y todo eso nos ayuda a ver que esta es nuestra oportunidad. Nuestra oportunidad para ver, para escucharnos y para oír lo que la vida trata de mostrarnos.
Si tratamos de respirar ese silencio exterior y abrirle la puerta de nuestras casas, si lo dejamos entrar en nuestras vidas y lo invitamos a que conozca de cerca nuestras almas, sin disfraces ni envoltorios, lograremos escuchar lo que la vida nos intenta decir. Y tal vez así nos daremos cuenta de que todos somos iguales y tenemos los mismos miedos, de que nos emocionamos con las mismas cosas, de que nuestra esencia, en realidad, es muy parecida y de que, a pesar de nuestro aprendido egoísmo, es la solidaridad, el apoyo mutuo, la compasión y el amor lo que nos hace auténticamente humanos. Una especie maravillosa y sin igual, a pesar de que lo hubiéramos olvidado.