Mike Donovan - América no es libre: Lo que su gobierno no quiere que sepan

América no es libre

Lo que su gobierno no quiere que sepan

© 2021 Mike Donovan

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Diseño de la portada de Bruce Gore, Gore Studio Inc.

Diseño interior de Bill Kersey, KerseyGraphics

Composición: produccioneditorial.com

ISBN: 978-1-948677-72-1

ISBN: 978-1-948677-67-7 (eBook)

A cada una de las persones que sintieron el aguijón de la burocracia gubernamental, que se niega a escucharlos y sigue conculcando sus derechos.

A mis hijos, Sam y Zach.

A nuestros increíbles clientes, cuyos derechos se atropellan a diario. Ustedes son la razón por la que sigo luchando por la libertad cada día.

Por último, a la juventud de nuestra nación, a quienes se les pide que hereden un país y una economía que son una caricatura de lo que fueron. Que los principios de este libro guíen a los líderes de la próxima generación en la lucha para que nuestra América no libre vuelva a serlo.

E STE NO ES UN LIBRO «típico». Me refiero a que es diferente en muchos sentidos. Creo a pies juntillas en el poder redentor del compromiso con la libertad individual, por lo que me sentí obligado a escribir este volumen a modo de intento para salvar nuestra maravillosa república de desmoronarse desde dentro.

Si te consideras de izquierdas, te aseguro que amarás ciertas páginas de este libro y odiarás otras. De forma similar, si te consideras de derechas, quizá te pase lo mismo.

Cada una de mis creencias se fundamenta sobre la fe absoluta que profeso en los derechos que nos ha infundido nuestro Creador y que se consagran en la Carta de Derechos y la Decimocuarta Enmienda de nuestra Constitución.No pido ni espero que estés de acuerdo con todo lo que digo, pero sí te agradecería que, al leer, abrieras la mente. No cabe duda: la política, por lo general, nos lleva al borde del desastre. Podemos hacerlo mejor, y es nuestro deber. Hacerlo mejor implica escucharnos unos a otros y esforzarnos por resolver nuestra siempre tan compleja crisis de la libertad en los Estados Unidos de América.

Aunque vivimos tiempos oscuros y tumultuosos, conservo un gran optimismo: si aunamos fuerzas para proteger el concepto de la libertad, podemos crear, aun en nuestros días más oscuros, una grandeza que permanezca. Los cambios más significativos suelen surgir en las crisis.

Si simplemente pudiéramos escucharnos unos a otros, conseguiríamos marcar la diferencia y, en última instancia, salvar la promesa americana de libertad y justicia para todos.

—M IKE D ONOVAN , agosto del 2020

L A AMéRICA EN LA QU E vivimos hoy en día no es una América libre. Cuando permites que empiecen a coartar tus libertades civiles básicas, nunca se detendrán. Renunciar a algo tan preciado como la libertad es muy parecido a perder la virginidad. Has entregado algo que jamás recuperarás.

La mayoría de las personas anhelan la estabilidad, pero es la inestabilidad la que estimula el mayor crecimiento. Forma parte de la paradoja humana: en ocasiones, necesitamos pasar por dificultades para lograr cambios positivos. Resulta interesante volver la vista atrás a diciembre del 2019. Cuán penosamente ignorantes éramos y cuánta preparación nos faltaba para afrontar los desafíos que nos lanzaría el 2020.

Las paredes comenzaban a encerrarnos mientras disfrutábamos de las actividades habituales de fin de año, celebrando las festividades, ansiosos por la llegada del 2020. Comenzaron a publicarse informes sobre una misteriosa gripe con síntomas parecidos a los de la neumonía vinculada a un mercado de alimentos de Wuhan, China. A principios de enero, los médicos e investigadores pudieron determinar que la enfermedad consistía en una neumonía vírica causada por un nuevo tipo de coronavirus. En aquel entonces, había 59 personas infectadas —o eso indicaban las autoridades locales—. A finales de mes, la provincia entera se hallaba confinada.

Quizá tú te diste cuenta de que se estaba cociendo algo, pero por aquellas fechas la mayoría de los americanos no sospechaba ni por asomo la amenaza de una pandemia mundial. No nos planteábamos ni qué aspecto tendría la respuesta a una crisis de tal calibre ni el riesgo que entrañaría para las libertades civiles de los americanos. Pero deberíamos haberlo pensado. Ya conocíamos los primeros casos de coronavirus confirmados en los EE. UU. Sabíamos que cinco americanos que habían viajado a Wuhan se habían contagiado, y es probable que muchos otros también lo hubieran contraído.

El gobierno de los Estados Unidos conoció la existencia del virus y su rápida propagación en Wuhan a principios de enero (o quizá incluso antes). Sin embargo, reaccionaron como suele ser propio de los gobiernos. Ocultaron la amenaza con la esperanza de que simplemente se desvaneciera. Lo tildaron de bulo, afirmaron que no había nada que temer y aseguraron a los ciudadanos de los Estados Unidos que desparecería sin más. Día tras día, negaron y minimizaron la crisis inminente, lo que transmitió un mensaje confuso. La única organización que dio la voz de alarma fueron los CDC, pero incluso entonces nos bombardeaban con información contradictoria.

La Mancomunidad de Virginia es mi hogar. A finales de enero, Maryland, Virginia y el área D. C. ya sometió a pruebas a un pequeño grupo de ciudadanos porque presentaban síntomas del virus. Los dos primeros dieron resultado negativo. Durante las semanas siguientes, los departamentos sanitarios de dichas zonas siguieron realizando test. No se detectó ningún caso positivo, lo que alivió las preocupaciones de que el coronavirus se hubiera infiltrado en nuestra nación.

Con todo, durante los últimos días del mes, la Organización Mundial de la Salud declaró que el nuevo coronavirus suponía una emergencia global. ¿Por qué? El número de casos alrededor del mundo se había multiplicado por diez en una semana. Cuando el virus causó estragos en Italia, ya era demasiado tarde. Había que pulsar otra tecla y lanzar un mensaje más urgente acerca de lo que acabaríamos conociendo como COVID-19 para convencer a los ciudadanos de que hicieran «lo correcto».

En retrospectiva, nos equivocamos del todo y, en el proceso, ciertas fuerzas de la élite comenzaron a atropellar los sacrosantos derechos que la Constitución de los Estados Unidos garantiza a todos sus ciudadanos.

En lugar de movilizar esfuerzos para someter a test, ofrecer tratamiento y por ventura curar el virus, la inmensa mayoría de los recursos gubernamentales de la nación, tanto a nivel estatal como federal, se invirtieron en convencernos de que debíamos escondernos, permitir que nos controlaran y confiar nuestras propias vidas a nuestros gobernantes y presidente para que no reparáramos en su falta de preparación y de capacidades para gestionar una crisis sanitaria global.