Prólogo
El ser humano lleva haciendo teatro por lo menos desde que nuestros ancestros que habitaban las cavernas representaron la caza delante del resto de la tribu. Y sin embargo, quienes han estudiado teatro o cine –especialmente con mayor interés por la dirección– saben lo difícil que es encontrar material didáctico basado en la experiencia y que haya resistido el paso del tiempo, que les recomiende en qué fijarse, cuándo intervenir y cómo evitar los errores más comunes.
A lo largo de todos mis estudios y de mi aprendizaje como joven director siempre ansié tener a mano unos principios fundamentales y unos consejos sensatos como los mencionados. Aristóteles y Stanislavski han hecho lo que han podido, pero yo me preguntaba: ¿quiénes son los que marcan los modelos hoy? ¿Quién, si es que existe alguien, puede ofrecer una orientación fiable sobre las tendencias y comportamientos de los actores, la percepción habitual del público o las intervenciones efectivas ante las muy frecuentes discusiones y crisis escénicas durante los ensayos?
Y entonces conocí a Frank Hauser.
Corrían los últimos años de la década de 1980. Yo acababa de licenciarme en la universidad, había dejado un trabajo para el que estaba poco cualificado en un banco de Wall Street y me había ido a Londres a iniciar una carrera como director.
Allí estaba Frank, uno de mis profesores, un hombre parecido a un espantapájaros con la voz rasposa, el ingenio afilado y cierta tendencia a los juegos de palabras maliciosos y a las tomaduras de pelo inocentes. Su atuendo desaliñado y sus modales campechanos contradecían sus considerables triunfos: durante sus casi cincuenta años de carrera había capitaneado la compañía de teatro profesional de la Universidad de Oxford, dirigiendo numerosos montajes en Londres y Nueva York, y había dado clases o dirigido a muchos actores y actrices que eran, o serían más tarde, la realeza del teatro británico, entre ellos Alec Guinness, Richard Burton, Judi Dench e Ian McKellen.
Más o menos cuando nos conocimos Frank estaba en las postrimerías de su carrera, con tres montajes en cartel al mismo tiempo en el West End. Cuando acabamos las clases en Londres, Frank me invitó a Chichester, una ciudad con su festival de teatro en el sur de Inglaterra, donde hice el meritoriaje como ayudante de dirección suyo en una versión de Un hombre para la eternidad (A Man for All Seasons) de Robert Bolt.
Un día, antes de empezar el ensayo, recibí una sorpresa. Frank me entregó un cuadernillo de doce páginas impolutamente escritas a máquina; la primera anunciaba modestamente de lo que trataban: Notas de dirección.
–Puede que esto te resulte útil –me dijo.
Las Notas eran el maravilloso regalo de una recopilación de su sabiduría, recogida a lo largo de su ilustre carrera y depurada hasta la perfección. Las Notas de Frank, que él distribuía informalmente entre amigos y estudiantes, contaban cómo hablaba con los actores, cómo analizaba cada escena, cómo hacía para que los ensayos no perdieran ni interés ni frescura. En esencia, contaban cómo le daba vida a una historia.
La técnica de dirección de Frank en los ensayos no era para nada tan doctrinaria como podrían dar a entender sus Notas, pero estas sí que capturaban su esencia y su eficacia; sus rápidas intervenciones, casi quirúrgicas; su manera de orientar a los actores, tan engañosamente sencilla que a veces resulta como él mismo, fácil de subestimar.
Como director, Frank da explicaciones cada vez que es necesario, pero aparentando que no le gusta hacerlo. Se queda a medio camino, esperando que tú, como actor o estudiante, llenes los espacios vacíos y aceptes cierta responsabilidad como participante activo en la conversación. Al fin y al cabo, tienes que desempeñar un papel. Suyas son las propuestas; la reflexión y la ejecución, tuyas. Solamente con el paso del tiempo se da uno cuenta de lo mucho que se consigue haciendo y diciendo aparentemente tan poco, una característica indiscutible de cómo trabajan los directores y los profesores experimentados.
Quince años después de que nos conociéramos le propuse a Frank la idea de que ampliara aquellas doce páginas hasta convertirlas en un libro.
Todas sus Notas originales siguen aquí. Pero han sido complementadas con otras técnicas y enseñanzas que yo observé a Frank utilizar en los ensayos, además de algún material adicional basado en mi propia experiencia y en las enseñanzas de otros.
Le hemos dado al libro la voz de un instructor asertivo, que se expresa con frases como «haz esto», «no hagas aquello», «siempre» y «nunca». Frank y yo habríamos podido adoptar un planteamiento más suave y sugerente, pero pensamos que era mejor pasarse y provocar que correr el riesgo de tener la misma fuerza que un caramelo blando.
Por supuesto, es lícito cuestionarse las afirmaciones dogmáticas que se encuentran en estas páginas, discutirlas, debatirlas, incluso detestarlas. Sin embargo, tenemos la esperanza de que al lector le resulte casi imposible pasarlas por alto.
R USSELL R EICH
Notas a las Notas de dirección
Os habrán dicho: «Nadie te puede enseñar a dirigir. Cada director tiene que encontrar su propio estilo, establecer su particular relación con sus compañeros de trabajo».
Todo esto es muy cierto. Este libro no es un manual de instrucciones, aunque, para ahorrar tiempo, a veces pueda parecerlo. Algunas de las notas son opcionales. Otras (como la 65. Nunca, NUNCA, hables mal al actor, o la 41. No tengas a los actores esperando innecesariamente) no lo son. En líneas generales, es un compendio de mi manera de trabajar y, como tal, está concebido para ayudar a los estudiantes de dirección a aprovechar el tiempo: el suyo y el de los demás.
Pero lo más importante –la pasión, el talento que uno aporta a su trabajo– depende solo de ti.
F RANK H AUSER , febrero de 1992
Más notas a las Notas de dirección
Este libro, además del interés que tiene para los futuros directores, es útil como un estimulante eficaz para los profesionales con experiencia, abiertos a plantearse nuevas perspectivas o maneras de trabajar. Y también para profesionales del cine, espectadores de teatro y aficionados entusiastas que quieran conocer de una forma más profunda el proceso oculto de crear una experiencia de vida compartida.
El libro está pensado para que se utilice no solo como un manual, sino como una herramienta. Se puede leer al menos de tres maneras:
1. Una lectura lineal de principio a fin sigue a grandes trazos el recorrido del proceso de ensayos, ocupándose de las dificultades que se le puedan plantear al director en el orden general en que probablemente se le presenten.