Carlos Raúl Yepes
Por otro camino
De regreso a lo humano
Aguilar
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Prólogo
Por Jorge Valdano
E ste prólogo es para el libro de un hombre valiente. Hace falta mucho coraje para enfrentarse a las corrientes culturales que son el signo de una época y a los prejuicios que marcan el paso de una comunidad. Este hombre valiente no necesita una espada como en la Edad Media ni un Kalashnikov como en estos tiempos confusos. Le basta con una palabra que abarca todo su universo moral, que dignifica al ser humano y que tiene el poder de producir cambios profundos si la convertimos en bandera: “Ética”.
Algo funciona rematadamente mal para que el imperio de la ética resulte revolucionario. Cada atajo que toma la codicia conculca algún valor de referencia, pero como el dinero prestigia, la admiración social le llega antes al pícaro que al honesto. A mí me plantaron en el territorio emocional del fútbol y ahí me enseñaron nociones elementales de “viveza”, como si se tratara de otra forma de inteligencia. Mal hecho. Es una tragedia cotidiana que la “viveza”, auténtico cáncer social, sea un motivo de orgullo para el que la emplea y arranque una sonrisa cómplice a los testigos. Lamentemos que sea un mal latino, pero no olvidemos que se está extendiendo como una metástasis por el mundo entero aunque la disfracemos con eufemismos como los de llamar “corrupción” al robo, “individualismo” a la falta de solidaridad o “posverdad” a la mentira.
La honestidad se ha ido llenando de defectos: es sacrificada (“cuesta mucho trabajo ser honesto”, me dijo un día Marcelo Bielsa con toda razón), parece poco ambiciosa (porque tiene escrúpulos), parece lenta (porque cumple con las normas). A cambio resulta emocionante, como todo ejercicio de dignidad que pelea contra un entorno hostil.
Acordemos entonces que Carlos Raúl Yepes es contracultural. No es casualidad que el título del libro que usted tiene en sus manos se llame Por otro camino. Ese camino alternativo resulta apasionante. Para dar pelea desde la ética eligió, en principio, el lugar más sospechoso para cualquier empresario: un banco. Es fácil imaginar que a su revolución le esperaba una clientela desconfiada, unos accionistas temerosos (el dinero siempre lo es), unos empleados obligados a cambiar sus prioridades. La ética empieza en un principio básico: el respeto al otro. A la gente hay que conocerla, hay que entenderla, hay que quererla… Desde ahí nace la humildad y la confianza, elementos que establecen lazos sólidos en una comunidad que aspira a la excelencia desde la decencia.
Lo increíble de esta historia es que da lugar a una paradoja que debería hacernos pensar. El humanismo que pregona Carlos Raúl puede entenderse como algo ingenuo dentro de esa pecera llena de tiburones que es el ámbito empresarial. Pero aquí viene la gran e inesperada noticia: ¡el “buenismo” es un gran negocio! Porque nadie abandona el lugar donde fue tratado con generosidad y no existe mejor publicista que un cliente agradecido. La honestidad tiene un aliado invencible: el largo plazo. Y un enemigo que la acecha: la impaciencia.
Este prólogo es para el libro de un humanista. Y también para ello desafía la tendencia de una sociedad volcada en el consumo, que, en lugar de hacer visible al que es, convierte en rey al que tiene. “Buenos y malos”, “visibles e invisibles” y, lo que es peor, “ganadores y perdedores” sociales. Carlos Raúl Yepes jamás hace esos ejercicios fronterizos porque considera que el ser humano es una unidad de medida indivisible. Que la dignidad no entiende de clases sociales, que ayudar a quien lo necesita por medio de una segunda oportunidad debe ser una obligación, que el respeto es un derecho tanto como un deber, que el orgullo de pertenencia solo necesita de una buena causa… Para todo eso solo se necesita una cosa: fe en la gente.
El libro tiene enseñanzas rotundas como siempre que la teoría se rinde a la práctica: un recorrido que tiene su complejidad porque todo cambio requiere un proceso a veces doloroso; anécdotas que tienen el valor de categoría (los frigoríficos rebajados, el aparcacoches del estadio, el empleado dormido en la zona de ocio…); pasajes emocionantes (como la hermosa carta de su hija que Carlos Raúl nos comparte). Pero este libro tiene, sobre todas las cosas, el valor sobresaliente de ponernos ante un experimento social que nos reconcilia con el ser humano.
En definitiva, este es el prólogo para un libro en el que no hay buenos y malos, ricos y pobres, jefes y empleados, empleados y clientes… Solo hay seres humanos que establecen lazos firmes, como siempre que a la confianza se le da la oportunidad de hacer un simple viaje de ida y vuelta. El que da recibe.
Cuando usted termine estas páginas tendrá ganas, como yo, de decirle gracias a Carlos Raúl Yepes. Ese tipo normal que hace cosas extraordinarias.
9
La elección
P or supuesto, había críticas, expectativas, escepticismo, incredulidad. Todo ello era muy comprensible. Cómo se va a hablar en un banco de alma o amor, eso es para un colegio, una iglesia o una familia. Pero ese era nuestro propósito, vivir lo cotidiano, lo que siente una persona lo siente una empresa como colectivo, como expresión y suma de ese sentir individual, humano. Al banco le había ido muy bien con la forma y el estilo como se hacían las cosas y se obtenían los resultados. Venía precedido de unos grandes líderes, intachables, valiosos, comprometidos. No había dificultades mayores y hubiéramos podido seguir igual. Sin embargo, quería ir más allá. Ese era el gran reto, cómo avanzar, evolucionar, sembrar y cosechar de otra manera y, por supuesto, tomar otro camino. Había recibido un gran banco, pero debía entregarlo mejor.
Hubo varios directivos que no creían en esto y tuve que tomar decisiones difíciles, muy duras y complejas, y con frecuencia me encontré en una encrucijada. Por muchas razones, entre otras por su forma de ver y hacer empresa, no podían ser mis compañeros de viaje.
Si una persona estaba en desacuerdo con la política que queríamos implementar, por supuesto conversaba con ella, indagaba sus preocupaciones, sus intereses. Pero si yo veía que lo único que le iba a producir su nueva forma de trabajar y los compromisos y acciones que requería esta propuesta audaz eran frustraciones, debía actuar con coherencia y tal vez —como lo decían en el Instituto Disney cuando fuimos a aprender sobre el arte de servir— lo invitaba a que fuera feliz en otro lugar. No podía hacer parte de esta propuesta.
Sabía que la apuesta era dura y que si las cosas no salían como lo planeábamos yo iba a ser el primer “crucificado”, tanto por la Junta como por los accionistas y el mercado en general. La idea era clara, escogimos trabajar de una manera, y esa manera nos obligaba a obtener un desempeño superior a partir del cambio de mentalidad. Nuestro desempeño, rendimiento y resultados debían ser extraordinarios. Sabía que eso se podía, sabía que eso sucedería poniendo a las personas en el centro, con absoluto convencimiento, de manera natural, espontánea y genuina. Generar confianza y credibilidad, y por lo tanto buena reputación, con todas las personas con las que teníamos relación iba a ser la clave. Ese era el ecosistema que teníamos que crear y cuidar. Una línea coherente de gestión empresarial activada desde la dimensión humana. Crear relaciones de largo plazo basadas en el respeto y la confianza, para hacer perdurable lo que había sido puesto en nuestras manos.