DRA. JULIA SHAW
Nuestras memorias se construyen. Se reconstruyen. La memoria funciona como una página de Wikipedia: puedes entrar y cambiarla, pero también lo pueden hacer los demás.
INTRODUCCIÓN
Ser uno mismo y la plastilina con consecuencias
Por qué identidad y memoria están inherentemente unidas
Los ganadores del Premio Nobel, cuando les comunican que lo han conseguido, reciben una breve notificación, el equivalente a un post de Twitter, explicando el motivo por el que han merecido el galardón. Desde que conocí este detalle, he pasado mucho tiempo revisando esas declaraciones de ciento cuarenta caracteres, o menos, que describen el profundo impacto que los premiados han causado en el mundo.
Una de mis comunicaciones favoritas de todos los tiempos es la que resume la obra de Seamus Heaney, que mereció el Nobel de Literatura en 1995. Explica que consiguió el premio «por crear obras de lírica belleza y profundidad ética, que exaltan los milagros cotidianos y la vigencia del pasado». Menuda declaración. Belleza, ética e historia, unidas al sentido de lo maravilloso, condensadas en unas pocas palabras. Cada vez que leo esa frase, no puedo evitar sonreír.
Copio esas breves explicaciones para los premiados en la pequeña pizarra blanca que tengo junto a mi escritorio para que me inspiren. También las utilizo en mis conferencias, e incluso intento incluirlas en lo que escribo. Dan a entender que hasta los mayores logros de la humanidad pueden exponerse de manera sencilla. De esa simple idea se han hecho eco muchos grandes personajes de la historia: para que nuestro trabajo resulte significativo, tenemos que poder explicarlo de manera sencilla.
Yo también practico esa filosofía, aunque, como es lógico, a veces tengo que pagar un precio por la adecuación explicativa. En otras palabras, cuando explico conceptos utilizando analogías, cuentos o simplificaciones, corro siempre el riesgo de perder alguno de los matices de los temas, inherentemente complejos, que pretendo tratar. Los asuntos de los que voy a hablar aquí, la memoria y la identidad, son muy complicados y, como solo dispongo de un libro, apenas voy a ser capaz de rascar la superficie de la alucinante investigación llevada a cabo en el punto exacto donde se cruzan esos dos temas. Aunque no puedo prometer que vaya a abarcar la escena científica al completo, espero dar pie a un proceso de cuestionamiento mediante el que abordar algunas dudas fundamentales que nos han preocupado a la mayoría de nosotros desde que empezamos a utilizar el maravilloso regalo de la introspección.
Al igual que muchas otras personas, me di cuenta de mi capacidad de meditación por primera vez siendo niña. Recuerdo que me tumbaba despierta durante horas, incapaz de dormirme, porque estaba absorta en mis pensamientos. Acostada en la litera de arriba, colocaba las plantas de mis pies contra el techo blanco de la habitación y reflexionaba sobre el sentido de la vida. ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Qué es real y qué no? A pesar de que en ese momento no podía saberlo, fue entonces cuando empecé a convertirme en psicóloga. Esas preguntas apuntan al puro centro de lo que significa ser humano. Siendo niña, no tenía ni idea de lo acompañada que estaba en esa incapacidad para encontrar respuestas.
Ya no duermo en una litera, pero sigo haciéndome esas preguntas. En lugar de filosofar mirando el techo, ahora me dedico a la investigación. En lugar de debatir con mi osito de peluche sobre quién soy, debato con mis colegas científicos, con mis alumnos y con otras personas que sienten la misma curiosidad que yo. Así pues, iniciaremos nuestra aventura a través del mundo de la memoria desde el inicio de todos los inicios, allí donde la investigación se centraba en mi propia persona. Entonces, empecemos: ¿qué hace que tú seas tú?
Ser tú
Cuando nos definimos a nosotros mismos, solemos pensar en nuestro género, etnia, edad, trabajo, así como en los logros que hemos alcanzado siendo adultos, como haber acabado una carrera universitaria, haber comprado una casa, habernos casado, tener hijos o haber llegado a la jubilación. Es posible que pensemos también en las características que definen nuestra personalidad: si somos más bien optimistas o pesimistas, divertidos o serios, egoístas o altruistas. Por encima de todo eso, es posible que nos compararemos con otros, a menudo remitiéndonos a cómo nuestros amigos de Facebook o nuestros contactos de LinkedIn están haciendo las cosas para saber si estamos o no al día. Sin embargo, si bien todas esas características pueden resultar más o menos apropiadas a la hora de definirnos, la auténtica esencia de lo que hace que «tú seas tú» radica, básicamente, en tus recuerdos personales.
Los recuerdos personales nos ayudan a entender la trayectoria de nuestra vida. Solo gracias a mis recuerdos puedo rememorar las charlas que mantuve con uno de mis profesores en la universidad, el doctor Barry Beyerstein, que me enseñó a pensar de manera crítica y que solía compartir conmigo panecillos de limón con semillas de amapola. O las conversaciones después de las conferencias del doctor Stephen Hart, que fue la primera persona que me animó a estudiar un posgrado. O el considerable accidente de coche que sufrió mi madre hace unos años, que me enseñó la importancia de expresar mis emociones a las personas que quiero. Esa clase de interacciones esenciales atesora una enorme cantidad de significado para nosotros y nos ayudan a organizar nuestro relato personal. En términos generales, los recuerdos son los cimientos de nuestra identidad. Le dan forma a lo que creemos que hemos experimentado y, de ese modo, a lo que creemos que seremos capaces de hacer en el futuro. Debido a todo lo dicho, si empezamos a poner en duda nuestra memoria, nos veremos obligados a cuestionar los pilares de nuestra identidad.