SINOPSIS
Deseada, buscada, provocada, inadvertida, la soledad puede adoptar muchas formas, pero en la mayoría de casos es una situación que nos da miedo, nos genera rechazo y tratamos de evitar a toda costa. En el mundo actual y especialmente a partir de una cierta edad, parece que la soledad se entiende como un fracaso: estar soltero, divorciado o separado es algo que debe superarse a toda costa. Sin embargo, saber estar solo es en realidad un signo de madurez, de autonomía, de riqueza personal.
A solas es una oda a la vulnerabilidad, al atrevimiento, a no dejarse vencer. Silvia Congost, una de las psicólogas más conocidas de nuestro país, rompe en este libro, lleno de reflexiones y consejos, con las ideas preconcebidas sobre no tener pareja y nos invita a perderle miedo al monstruo de la soledad desde su propia experiencia. A quedarnos en silencio escuchando nuestro cuerpo, conectando con los latidos de nuestro corazón, con el ruido de nuestra respiración u observando la forma y el contenido de nuestros pensamientos. A atravesar los tortuosos caminos de la soledad hasta llegar a la propia liberación, esa que solo se consigue cuando vamos de frente, sin dejar de avanzar.
SILVIA CONGOST
A SOLAS
DESCUBRE EL PLACER
DE ESTAR CONTIGO MISMO
«Gracias vida por acariciarme siempre con tu valentía,
por pintar mis días sobre lienzos de armonía,
por calmar mis vientos cuando dejan de soplar.
Gracias vida por el tacto rugoso de mis cicatrices,
por acompañarme siempre en mis horas grises,
por mostrarme nuevos besos con destino a ti.
Gracias vida por dejarme a solas,
por permitirme saborear tus emociones,
por dejarme perder por tus rincones,
esos que me llevan de regreso a mí.»
«Y entonces llegaron aquellas respuestas,
que sellaron en instantes mis fugas de integridad…»
Un día tuve que soltarme y agarrarme muy fuerte de mí misma.
Tenía miedos. Muchos. Pero me di cuenta de que mis alas perdían fuerza, de que mis plumas se enredaban con las sutilezas de un día a día tenue, que la magia que habitaba en mi vida se diluía sin más...
Y lo hice. Sí. Subí a la montaña de mis sueños perdidos, inhalé ese olor que casi había olvidado, le tapé suavemente los ojos al miedo y di un paso al vacío.
En solo unos instantes, mis ojos lo comprendieron. Me explicaron que ese vacío que tanto había temido resultó estar lleno. Absolutamente lleno hasta el infinito de todo cuanto hubiera podido imaginar. Lleno de todas las historias, de todas las palabras, de todas las personas, de todas las opciones, de todos los colores. Ahora lo sé. Siempre estuvo ahí, aunque yo no lo viera. Siempre está ahí para todos, aunque no logremos verlo. Pero si queremos descubrir lo que la magia del vacío esconde, debemos aprender a soltarnos, agarrándonos fuerte a nosotros mismos y confiando en que, si nos amamos de verdad, la vida también nos amará.
INTRODUCCIÓN
Si echo la vista atrás, desde que tuve mi primera relación importante, aquella en la que acabé creando una dependencia emocional, recuerdo haber estado muy poco tiempo sola. Lo estuve, y creo que no lo llevé mal, pero, al fin y al cabo, fue poco tiempo. Sin darme cuenta, fui encadenando una relación con otra. Todas ellas me aportaron muchas cosas, pero se fueron marchitando lentamente. Hasta que al final ha llegado un momento en el que, no sé si por azar o por una cuestión de necesidad, lo he conseguido. He logrado vivir eso que la mayoría tememos y que estaba convencida de que era imprescindible para crecer y fortalecer realmente la autoestima. Aprender a estar solos es una asignatura que jamás se nombra y que, sin embargo, al experimentarla, deja en nosotros un legado que vamos a agradecer durante el resto de nuestra vida.
Enfrentarnos a la oscuridad de los domingos por la tarde, al silencio de las noches de invierno, a los «lo siento, ya he quedado» de nuestros contactos, a la vergüenza de pedir mesa para uno, o de ir al cine solos, o de ir a cenar siendo la única persona de todo el grupo sin pareja, a las miradas compasivas de los demás, a los encuentros en familia sin acompañante, a la tristeza de organizar desde la resignación un viaje a solas, a las parejas enamoradas que de repente se multiplican a tu alrededor y se muestran más cariñosas que nunca, más felices, más sonrientes... De repente, tu cerebro solo ve todo aquello que tanto desea y no logra tener, aquello que ha perdido, tal vez porque se lo ha cargado y vive ahogado por la culpa, tal vez porque le dejaron y se instala en la negación, en la rabia, en el desamparo o el victimismo.
Que se acabe una relación de pareja puede ser una experiencia muy diferente en función de cómo la interpretemos. Puede suponer una liberación enorme y la vuelta a la vida; conseguir por fin volver a tomar una profunda bocanada de aire fresco y recuperar el contacto con uno mismo. O puede vivirse como una terrible desgracia, como una muerte en vida, como si esa ruptura se llevara consigo nuestras ganas de seguir viviendo, como si se llevara nuestras ilusiones, nuestros proyectos, nuestra felicidad… Y cuando esto ocurre, está claro que debemos empezar lo antes posible un proceso para adaptarnos a ese cambio inesperado y no deseado que nos vemos obligados a experimentar.
Deseada, no deseada, buscada, provocada, inadvertida... la soledad puede adoptar muchas formas y muchos colores, pero en la mayoría de los casos es una situación que nos da miedo y nos genera rechazo, así que tratamos de evitarla a toda costa. Aunque en realidad sea necesaria y muy positiva, si solo nos relacionamos con ella desde la rabia y con una mirada de asco y repulsa, no lograremos atravesar sus tortuosos caminos hasta llegar a la propia liberación, esa que solo se consigue cuando vamos de frente, sin dejar de avanzar.
Soy consciente de que al dedicarme profesionalmente a ayudar a personas que están en relaciones tóxicas a liberarse y reconstruirse a sí mismas, el tema de cómo nos enfrentamos a la soledad ha estado siempre muy presente. De hecho, podría decir que es lo que más miedo nos da a los seres humanos. Todo lo que tenga que ver con la pérdida, el rechazo, el abandono, la imposibilidad, el «nunca más» o el «no retorno» nos asusta hasta el punto de dejarnos paralizados incluso ante situaciones verdaderamente dañinas y destructivas.