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Vîctor Ramîrez Mota - Una madre a todo dar aumenta la autoestima

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  • Libro:
    Una madre a todo dar aumenta la autoestima
  • Autor:
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    Pauline Books and Media
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    2015
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Una madre a todo dar aumenta la autoestima: resumen, descripción y anotación

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Una madre a todo dar, significa que no debe lastimar a sus hijos ni física ni mentalmente, pero eso no significa que no le debe llamar la atención, y he aquí lo importante el conocer cómo llamarles la atención y como no lastimar su autoestima, sino elevársela. Mantener el equilibrio entre la libertad y las prohibiciones. Además de una madre a todo dar, tiene que llevarse muy bien con sus hijos, ya que, en estas épocas donde la influencia de los amigos y el medio ambiente que les rodea. Una madre a todo dar, sabe poner límites psicológicos sin lastimar la autoestima de sus hijos y además sabe invitar a que sus hijos cumplan con ellos.

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Serie: Eleva tu autoestima

Una madre a todo dar favorece la AUTOESTIMA

VICTOR RAMIREZ MOTA

Una madre a todo dar aumenta la autoestima - image 1

Título: Una madre a todo dar favorece la autoestima

Autor: Victor Ramírez Mota

Serie: Eleva tu autoestima

Diagramación

y portada: Fernanda Hernández Robles

1ª Edición

© PUBLICACIONES PAULINAS S. A. DE C.V.

Boulevard Capri 98, Col. Lomas Estrella México D.F.

ISBN 978-607-7733-43-0

INTRODUCCIÓN

Es indispensable que toda madre sea sensible del papel tan importante que va a desempeñar frente a sus hijos. Preparar a los hijos para la vida, es la mejor herencia que tienen que proporcionar madres y padres, pero para ello se requiere que también ellos se preparen, ya que, todas las generaciones del siglo pasado (XX) vienen arrastrando viejas ataduras, verdaderos atavíos de armaduras de caballeros de la época de Las Cruzadas o peor aún, de la época de las cavernas.

Las madres tienen que ser no solo eficientes y eficaces, no solo adecuadas y maduras, correcta, “casi” perfectas, puesto que ahora tenemos mucha información científica y humanista que no “deben” o no “deberían” desconocer, pero desafortunadamente, no es así, por tanto, no tienen ni deben ser casi perfectas, sino simple y llanamente “ser madres a todo dar”, que a los hijos les permita ser, dentro de su propia personalidad, pero sin dejarlos en el libertinaje.

Una “madre a todo dar”, significa que no debe lastimar a sus hijos ni física ni mentalmente, pero eso no significa que no le debe llamar la atención, y he aquí lo importante el conocer cómo llamarles la atención y como no lastimar su autoestima, sino elevársela. Mantener el equilibrio entre la libertad y las prohibiciones.

Además de una madre a todo dar, tiene que llevarse muy bien con sus hijos, ya que, en estas épocas donde la influencia de los amigos y el medio ambiente que les rodea, pueden mandar al pozo todo lo que la madre y el padre hagan y digan de bueno a sus hijos.

Una madre a todo dar, sabe poner límites psicológicos sin lastimar la autoestima de sus hijos y además sabe invitar a que sus hijos cumplan con ellos. No solo esto es suficiente como para ser una madre bien “a todo dar”, sino que también sabe anticipar las consecuencias que pueden tener los hijos si no cumplen con los límites marcados con antelación.

La madre no solo debe ser adecuada, moderna, correcta, en una palabra que es “buena onda” con sus hijos, sino que se sabe comunicar, no tiene que hacerlo a gritos y sin llegar hacer aspavientos, sabe decir NO y sostenerse en él con firmeza.

En la medida que va comunicándose adecuadamente y de muy buena forma con sus hijos en la infancia, será como en la adolescencia que se pueden entender mejor, y aún así la madre actualizada se informa para estar al día en las cuestiones de la adolescencia, de motivación de los hijos y de todo lo que abarca una relación intrafamiliar que es lo que hace la calidad de relación de la madre con respecto a sus hijos y su esposo; incluirse como el enlace del padre con sus hijos para con ellos mismos, porque sin darse cuenta, la madre puede acaparar toda la atención, el cariño y amor de los hijos, y de pronto el padre puede quedar fuera de la relación madre-hijos.

El padre tiene que hacer su función, y de él hablamos por separado en otro texto, pero por lo pronto en éste, basta decir que la madre tiene que darle su lugar e involucrarle para que él se posicione del lugar que le corresponde en la familia.

Nota: Se recomienda como complemento a este libro, el texto: “Un padre a la medida”, del mismo autor y esta serie.

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Desde donde empezar

Todos los psicólogos y todos los autores de diferentes escuelas psicológicas están de común acuerdo que una eficiente madre, como también de un buen padre, empieza desde unos 10 o 15 años antes de que se case: ¿Por qué se dice esto? Precisamente porque es en la adolescencia o en la infancia donde aquella jovencita que se va preparando para establecer las bases y proporcionar una buena educación a sus futuros hijos.

Empezamos diciendo que hay algunos requisitos, para ser una buena madre, diferente totalmente de aquellas que desean ser las “madres perfectas”.

Madres buenas o perfectas

Las madres “perfectas” son “anancásticas” (perfeccionistas-neuróticas) con sus hijos, por consecuencia tienden a ser demasiado exigentes, rígidas e implacables; ya con estos calificativos son suficientes como para darnos cuenta que una madre perfecta, no es una buena madre; si, por ejemplo, a un hijo se le te tira un vaso de agua en la mesa o tira migajas en el suelo, entonces, este tipo de madres le regaña en exceso, casi a grito abierto o con un tono de voz áspero, de disgusto, aunque no sea a grito abierto, pero muestran una molestia exagerada, hasta pelan los ojos, por la conducta no aceptable para ellas.

Tienden a ser obsesivas en el orden pero también en la limpieza, si no son obsesivas por lo menos sí tienden a ser excesivamente pulcras consigo mismas y por consiguiente con sus hijos, lo cual deja una huella “mnémica” (en la memoria emocional) de malestar, es decir, que les va trasmitiendo el mensaje de “tú no estás bien”, “tú algo tienes mal en la cabeza”; a cada hijo que le regaña, le exige tal o cual hábito de conducta, porque hizo algo erróneo, o porque según su mamá “se portó mal”. La imagen de sí mismo y toda su autoestima poco a poco rueda por los suelos”.

La conducta perfeccionista se llama “anancástico”, y es conducta neurótica, es decir, enfermiza y enfermizante, por tanto debemos entender que hace daño a los hijos y a quien esté cerca conviviendo.

¿De dónde aprendimos estas conductas?

Todo aprendizaje en familia, es una cadena sin fin. Yo aprendí de mis padres, mis hijos aprendieron de mi y de su madre y nuestros nietos, aprenderán de sus padres, así sucesivamente; aprenderán lo que se supone se “tiene” o “debe” ser lo bueno, lo mejor, lo “perfecto”, pero hay unas preguntas muy importantes que pocos nos hacemos y que casi nadie se las contesta si es que se llega a ser estas cuestiones: todo lo que estamos haciendo ¿será lo más adecuado para nuestros hijos?, ¿está de acuerdo a su edad?, ¿la conducta materna es realmente lo que necesitan los hijos para conducirse en forma normal y socialmente adaptados a la familia y a la sociedad?, ¿son personas que busquen el bien y no el mal? Muchas, muchas preguntas pueden surgirnos cuando realmente nos interesa nuestra educación y la que proporcionamos.

El asunto es saber si realmente queremos cambiar estos patrones de conducta, que venimos aprendiendo desde nuestra infancia y en nuestra adolescencia y que, además hemos decidido también actuar en consecuencia con nuestros hijos.

¿Qué queremos decir con actuar en consecuencia? Esto quiere decir que no sólo nos han enseñado sino que también hemos aprendido, y también hemos procesado algunos o pocos mandatos paternos pero que finalmente hemos tomado decisiones, precisamente, en la adolescencia, es la otra etapa en la que podemos decidir, sobre nuestro futuro con algo más de conciencia propia, además de que en muchas ocasiones nos oponemos contundentemente a nuestros padres, hasta el otro polo, haciendo exactamente lo contrario de lo que ellos hacían.

Es en la juventud (de 18 a 25 años), donde podemos hacer los últimos ajustes, pero en realidad son leves, son cambios que hacemos por voluntad propia, de tal suerte que el tronco común desde la primera infancia se sostiene y se mantiene inconscientemente o involuntariamente con algunas creencias, hábitos y decisiones sobre nuestra propia vida.

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