INTRO
DUCCIÓN
“No tengo tiempo”, “está difícil”, “no lo merezco”, “esto no es para mujeres”, “los hombres no lloran”, “me tiene mala voluntad”, “mañana seguro empiezo”, “no me di cuenta de la hora”. Quizá una o todas las frases anteriores te resulten conocidas y seguro has empleado alguna de ellas más de una vez, pues nuestros días están poblados de excusas.
Las respuestas que damos a los demás oscilan entre ver dades, semiverdades y excusas. Algunas de ellas nos permiten salir del paso con elegancia, aunque en muchos casos existe un pacto implícito por el cual nos damos cuenta de que hay una nota en falso, pero decidimos mirar hacia otro lado.
¿Será que las excusas nos hacen la vida más fácil? Analicemos esta posibilidad. A veces no deseamos responder a una invitación y preferimos inventar una semiverdad: “No puedo cenar contigo porque esta noche trabajo hasta muy tarde”. “No puedo ir” es la parte de verdad, pero “tengo mucho trabajo” es la excusa que oculta que en realidad me aburro contigo. Esta salida evita decir en voz alta una verdad que se transformaría en una ofensa gratuita en caso de ser expresada crudamente.
En cambio, la excusa como forma de vida, la que conlleva la imperiosa necesidad de esconder lo que de verdad sentimos, como si fuera algo de vida o muerte, nos presenta un escenario totalmente distinto. Si adoptamos esta actitud, llega el momento en que este ocultamiento termina por incorporarse a nuestra vida cotidiana como un hábito malsano que queda adherido a nuestra forma de ser y dificulta nuestro crecimiento, nos entrampa, nos amordaza y no permite que nuestra identidad se desplie gue en toda su potencia. Al final, dejamos de sentirnos li bres; la realidad se vuelve opaca, hasta desaparecer y es reemplazada por un convincente entramado de excusas.
El verdadero drama ocurre cuando terminamos por creer que la excusa es la verdad. Así que para no caer en este juego perverso de sustituciones, necesitamos desenredar el ovillo, y para hacerlo exploraremos los pensamientos y emociones involucrados en cada uno de estos pretextos.
Las excusas se van conformando a modo de defensas contra situaciones insoportables de la vida, sobre todo en la primera infancia, y la sociedad las ha aceptado como válidas, a costa del dolor que producen. Sólo a partir de un análisis concienzudo podremos desarmar cada una de las excusas, para abrirle paso a la verdad que encierran. Cada descubrimiento nos dará pistas para recuperar valores olvidados que parecen haberse perdido en el camino, pero que en realidad están disponibles para enriquecer nuestra vida y la de quienes nos rodean.
La propuesta del libro que tienes en tus manos es visitar algunas de las excusas más habituales que empleamos y reconocer la manera en que las expresamos, con la finalidad de poner en evidencia cómo las utilizamos para defendernos, e identificar la justificación que parece otorgarles validez.
El paso siguiente será descubrir lo que hay detrás de la excusa y desarmar su estructura, lo cual ejercerá una acción profundamente liberadora que nos va a permitir recuperar el valor esencial de nuestra identidad, descubrir una capacidad que no creíamos tener y revelarnos el don oculto que dará un impulso gigantesco a nuestro crecimiento interior.
El comprender estos mecanismos nos permitirá ampliar nuestra manera de vincularnos con los demás, de modo que nuestras relaciones sean más auténticas, más libres, más gozosas. Al final de este camino buscamos que puedas transformar el ¡basta de excusas! por un resonante ¡ya no necesito excusas!
Capítulo 1
cuando
el tiempo
NO ALCANZA
Lo que digo y lo que me digo:
“No tengo tiempo”
¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho esta frase clásica absolutamente convencidos? Y para darle aún más énfasis, agregamos: “¡El tiempo es un tirano!”.
Con este reclamo airado al universo, sentimos que nos hemos quitado un enorme peso de encima y dejamos que se diluya la culpa por lo que no hemos hecho: no haber llegado a tiempo, olvidar algo importante, dejar asuntos a medias , confundirnos, quedarnos sin aliento de tanto correr. Pareciera que todas estas actitudes surgen como una consecuencia inevitable de la arbitrariedad de las leyes cósmicas. Y luego sostenemos con total convicción: “el día debería tener 48 horas”.
Perdidos en el tiempo
Como yo no me puedo repartir en varias personas más, el que tiene que ser flexible es el tiempo, pero como resulta obvio, este codiciado deseo no resiste el más mínimo argumento lógico.
Para empezar, nos cuesta reconocer que en la existencia del ser humano y de toda la Creación están implicadas las dimensiones del tiempo y del espacio. Por otro lado, es cierto que nuestra percepción del tiempo puede cambiar de persona a persona y de situación en situación. Si estamos aburridos, nos parecerá que este avanza en cámara lenta. Pero una tarea emprendida con entusiasmo nos hará exclamar con genuino asombro “Pero cómo, ¿ya pasaron tres horas?”.
Algo similar ocurre con la dimensión espacial. La angustia nos “angosta” la percepción, se nos cierra la garganta, el horizonte se aleja, la realidad se oscurece, nos sentimos atrapados. El miedo y la culpa nos provocan una cerrazón. Por el contrario, la alegría, el placer y el bienestar nos ensanchan el horizonte.
Ahora bien, no olvidemos que estamos hablando de vivencias y sensaciones. Pero fuera del territorio de la psique y de la mente, el día (sea tedioso, alegre, sombrío, inolvidable, maravilloso o catastrófico) siempre tiene 24 horas. Ni una más ni una menos.
Así que si pretendemos estirar el tiempo o ensancharnos en el espacio, nuestro fracaso será estrepitoso. Mientras el cosmos se ríe a carcajadas, nosotros solo conseguiremos un estrés agudo o crónico, en especial si somos tan necios como para insistir en tratar de encajar más piezas que las que admite el rompecabezas.
La lógica indica que más que estirar, debemos aprender a limitarnos. En esto último encontramos una llave mágica: el difícil arte de poner límites, que es una lección fundamental para la especie humana. Poner y ponerse límites es uno de los requisitos esenciales para alcanzar el equilibrio, el orden y, con ellos, la satisfacción y el bienestar.
Ocurre lo opuesto con el desequilibrio físico, que genera enfermedad; el emocional produce conflictos que, más de una vez, culminan en tragedias; y el espiritual es fuente de fanatismos destructivos. En el mismo sentido, el desorden provoca inquietud, ansiedad e inseguridad.
Cuando nos quejamos amargamente de “no tener tiempo”, carecemos de equilibrio y de orden. Si deseamos que estén presentes en nuestra vida, debemos seguir algunos pasos imprescindibles.