Diseño de cubierta: departamento de Diseño Grupo Planeta
© Alberto Linero Gómez, Eudista, 2013
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2013
Calle 73 N.° 7-60, Bogotá, D. C.
Primera edición: marzo de 2013
ISBN 13: 978-958-42-3397-4
ISBN 10: 958-42-3397-1
Desarrollo ePub : Hipertexto Ltda.
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
A todos los que me escuchan a través de Minuto de Dios Radio.
A los que ve ven en el canal Caracol y en Telecaribe.
A los que me leen en el oracional El Man está Vivo,
pero sobre todo a aquellos que todos los días
luchan contra sus esclavitudes, y con su luchas me enseñan
y me animan a seguir luchando contra las mías.
Unas palabras desde la espiritualidad cristiana
E n mi ministerio pastoral como presbítero de la Iglesia Católica y en el trabajo de acompañamiento que hago de las personas a través de mi trabajo en los medios de comunicación, me he encontrado con una conducta muy común entre los hermanos: “mendigar amor”. En muchas circunstancias y por muchas causas, para algunos mendigar amor se ha vuelto la mejor forma de conseguir que las otras personas —y sobre todo la persona a la que se le “ama”— respondan con algo de afecto y atención. Son personas que soportan todo, aceptan todo, se desvalorizan totalmente, se degradan al extremo con tal de no perder a la persona amada o quedan con el sentimiento y la firme decisión de no seguir adelante porque la persona que les juró amor ha decidido acabar la relación o simplemente dice no amarlas más. Son personas que sufren y que terminan en un círculo de dolor muy dañino para ellas y para aquellos que están a su alrededor.
Mendigar amor se puede entender como una dependencia, en este caso, como una manera de dependencia afectiva, de ahí que llegue a manifestarse a través de un llegar a “hacer lo que sea” con tal de no quedar solos y de obtener el tan anhelado “amor” de esa persona, cuya presencia y afecto se convierten en una necesidad casi de vida o muerte.
He leído mucho al respecto y sé que la psicología y las ciencias del comportamiento humano nos proponen muchas reflexiones, posibilidades y análisis para estas personas, las cuales son de gran provecho, pero considero que es necesario también ofrecer a estas personas una luz desde la experiencia espiritual, un apoyo y una palabra para que puedan resolver la situación que viven.
No se trata de un discurso doctrinal, ni de una exposición teológica, sino de una reflexión espiritual marcada por la dimensión existencial desde la cual trato de construir y entender siempre mi relación con Dios.
Abordo el problema desde dos experiencias muy concretas y —dolorosamente— muy cotidianas: el después de la separación y la lucha por no dejar que la persona que no nos ama y nos maltrata nos deje.
Los separados sufren mucho porque sienten que su vida se les ha destruido o porque no encuentran espacios en nuestras comunidades y aun en la sociedad. La vida de las personas separadas no es fácil, porque tienen que enfrentarse con un fracaso, en el que ha sido tal vez la empresa o meta más importante de su vida: la relación familiar. Pero a veces las vidas de estas personas se vuelve una experiencia difícil debido a los mitos que ha generado la sociedad ante cierto tipo de situaciones; por ejemplo, llama la atención que cuando alguien tiene una relación con una mujer separada, algunos —con un irrespeto absoluto— hablan de que este “compró en el mercado de lo usado”, y a los hombres que viven estas experiencias no son pocas las marcas que la ansiedad y la inestabilidad dejan en sus vidas. Sufrimiento que normalmente tiene como “receptores” mayores a los hijos, que no entienden mucho lo que sucede y tienen que padecer cada una de las decisiones que los papás toman. Muchos de los separados se ven avocados a vivir la mendicidad del afecto para tratar de no volver a repetir la situación de la separación o simplemente al sentirse abandonados o rechazados pierden toda autoestima y consideran que para conseguir una próxima pareja deben mendigar cariño, pues consideran que su autoestima está por el piso y sienten que no merecen nada.
Busco desde las reflexiones que las personas que han pasado por esta experiencia tortuosa puedan encontrar el amor de Dios y puedan saber que están invitadas a seguir adelante y a no dejarse doblegar por el momento difícil que están viviendo; no tengo intenciones de hacer afirmaciones teológicas sobre la vida sacramental de los separados pero sí quiero que encuentren en la Palabra de Dios y en la reflexión pastoral experiencias que los motiven a reconciliarse consigo mismos y a creer que pueden seguir adelante y a ser plenamente felices.
Hay muchos que no se han separado pero sí son “mendigos de amor”, porque se arrastran, se degradan y se ponen “de alfombra” a las otras personas con tal de recibir manifestaciones de afecto, olvidando que son hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del
Espíritu Santo; al degradarse de esta manera, olvidan que merecen respeto, aprecio y amor de los que somos merecedores por ser únicos e irrepetibles.
La base de cada una de las reflexiones que realizo en este libro sobre las conductas y situaciones que a mi modo de ver caracterizan al “mendigo de amor”, sea separado o simplemente alguien que “mendiga” para no perder el cariño de la otra persona, son las múltiples experiencias que tengo a diario con amigos y compañeros, e igualmente con personas “penitentes”, creyentes, a las que acompaño en su búsqueda espiritual, además de todos los comentarios que escucho y leo a diario. Son muchos los “mendigos de amor” que encuentro en la iglesia, en los grupos de oración y en distintas situaciones de la vida, como si Dios no estuviera interesado en que cada uno sea capaz de fabricar su propia existencia y su proyecto de vida con todos los dones que Él mismo le ha dado.
Este libro no es un trabajo psicológico, primero porque soy apenas un estudiante de psicología y segundo porque el énfasis está totalmente puesto en lo espiritual. Tampoco es un vademécum o una fórmula a seguir —en realidad no creo que no pueda existir— de manera ciega y sin reflexionar al respecto. Se trata de unas reflexiones que muy seguramente provocarán una actitud de reflexión y de indagación en quienes las lean. Uno de sus propósitos es provocar cambios de vida, determinar actitudes y decisiones en las que sea evidente nuestro deseo de ser mejores y sacar adelante la existencia que Dios nos ha regalado.
No es necesario tener fe para comprender las reflexiones que aquí les comparto, pero sí es necesario que seamos sensibles y que tratemos de descubrir que en los acontecimientos brutos, en la historia cruda y dura como es, hay un sentido que podemos comprender si lo analizamos con detenimiento y con inteligencia. Quien quita que algún ateo o algún incrédulo después de leer este texto quiera ir a conocer a Jesús de Nazareth y tenga una linda experiencia con el que es el camino, la verdad y la vida.
Estoy seguro que serán muchas las personas que a través de estas páginas recibirán motivación humana y bendición de Dios para superar esa situación que viven. El camino que les invito a recorrer parte de la constatación de la presencia siempre viva y poderosa de Dios en nuestras vidas. Luego, les recuerdo que aunque todos los ideales de la vida se destruyan, Dios siempre los restaura y nos invita a seguir adelante. No hay cadena que nos ate al pasado y nos deje sin fuerza para seguir fluyendo en Dios, eso lo reflexionamos también con la seguridad de que Dios rompe toda cadena. Nadie nos da mayor autoestima que Dios al hacernos saber que somos sus hijos, ni nadie nos hace caer en cuenta que las relaciones de pareja no son las únicas que tenemos y que hay otras oportunidades para construir la vida en medio de tantas otras relaciones, como las fraternas, las de amistad, etc. Todas estas experiencias que tenemos nos hacen sentirnos enfermos y nos desequilibran en todas las dimensiones de la vida, por eso la actuación de Dios nos da salud, que es armonía para que nosotros seamos los dueños de nuestra propia vida y sepamos cómo seguir adelante. Si quedamos abatidos tenemos que tener presente que Dios siempre nos hace conducir nuestras vidas en medio de nuevos proyectos. Esta es la única manera de ser sus testigos.
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