Miguel Ángel Cañizares - Rafa Nadal. Un año para la eternidad: Crónica del reencuentro con la gloria de un número 1

RAFA NADAL
Un año para la eternidad
Crónica del reencuentro con la gloria de un número 1

Miguel Ángel Cañizares

RAFA NADAL
Un año para la eternidad
Crónica del reencuentro con la gloria de un número 1

Miguel Ángel Cañizares

Editado por:

EDITORIAL FENIX

Cuesta del Rosario, 8

Sevilla 41004

España

info@lantia.com

Impreso en España

ISBN: 9788416068142

Depósito Legal:

Maquetación, diseño y producción: EDITORIAL FENIX

© 2013 Miguel Ángel Cañizares

© 2013 EDITORIAL FENIX, de esta edición

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamos públicos.

RAFA NADAL
Un año para la eternidad
Crónica del reencuentro con la gloria de un número 1

A los que me apoyaron de principio a fin, pensando que era un libro necesario.
A los amigos que me aportaron sus consejos, que han sido muchos, para plasmarlos en estas páginas.
A los que consideran a Rafa Nadal un modelo y están orgullosos de él, como lo pueden estar sus padres y toda su familia.
A Luisa, mi mujer, David, mi hijo, y Laura, mi hija.
Y a Rafael Nadal Parera, por ser tan buena persona como deportista. Un número 1.
A todos vosotros, gracias.

“Ni en el mejor de los sueños”, contesta con insistencia Rafa Nadal durante 2013. De febrero a noviembre, mientras levanta uno tras otro los diez trofeos que van a parar a la casa-museo de Manacor. Un año emocionante, mágico, que merece una inscripción en el libro de oro de los recuerdos. Que nadie lo olvide, que permanezca ahí para siempre, para la posteridad. Ese es el mensaje que queremos transmitir.

Rafael Nadal, este gigante del deporte, ha vuelto para provocar ríos de elogios, mares de adjetivos, océanos de sonrisas. Ha alegrado a España, un país deprimido y ahogado por la economía y sus consecuencias, ha envuelto en ilusión la atención de millones de aficionados, ha instruido a niños y adultos en la escuela del respeto al adversario. Todo con una raqueta en las manos y mucho más. Con la fe de un dios herido en su amor propio, con el espíritu de un carácter indomable, enarbolando la bandera del esfuerzo. Este libro lo ha escrito él mismo con sus victorias, con sus gestos, con sus declaraciones.

Han sido muchos días de trabajo, pero el corazón se me enciende cuando pienso en los amigos, en los compañeros que han contribuido a la concreción de un libro sincero e independiente, modesto como su protagonista. Como alguien dijo, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Doy las gracias a Joan Solsona, que abrió la puerta a este proyecto cuando era sólo una idea remota y ha contado en primera persona uno de los éxitos más trascendentes del mallorquín. A David Fernández Moirón, que con su cámara ha captado unas imágenes triunfales de Rafa. A Chema Rey, cuyas fotografías retratan la mirada exacta de un campeón. A Juan Manuel Bueno, viejo compañero y maestro de fotógrafos, por su afecto, compañerismo y apoyo incondicional. A Manuel Poyán, con su afán instructor y su verborrea impenitente que pretende abarcar todo. A Nacho Calvo, que destila imágenes incluso con la pluma. A David Menayo, que nos traslada al Rafa de la infancia que jugaba con los castillos de arena. A Fernando Carreño, cuyo lenguaje causa impacto y se atreve en la descripción de este enorme personaje. A Jaume Pujol-Galceran, que añade experiencia a puñados para contarnos el lado profundo del jugador, al que conoce desde que era un mocoso y ya descubrió en una primera biografía. A José Manuel García, un maestro, cuya prosa pone la piel de gallina incluso al lector más insensible. Nadie mejor para poner el broche al libro con su verbo fácil y apasionado. Y a Agustín Castellote, José Manuel Cuéllar, Juan José Mateo, Manel Serras, Rafael Plaza, Álvaro Rama, José Andrés Izquierdo, Enrique Yunta, etc. Periodistas de primera línea que han sido testigos directos y han compartido a pie de pista la aventura de un número 1. A ellos les he arrebatado extractos de sus artículos que merecen ser incluidos por lo que aportan y su notorio interés.

Y la mención especial es para Juan Antonio Corbalán, un insigne deportista, otra leyenda de nuestro país, que me ha hecho el honor de prologar esta pequeña obra. Desde su visión analítica y clarividente, ha puesto en valor la figura humana y como deportista de Rafael Nadal. Le estaré por siempre agradecido.

Mucho más que un jugador de tenis

Juan Antonio Corbalán

Hasta hace unos años, yo proclamaba que Fermín Cacho era el mejor deportista español de todos los tiempos. Tuve que dar muchas explicaciones para defender mi preferencia, que basaba en que su palmarés en los 1.500 metros, con dos medallas, plata y oro en JJ.OO, dos de plata en Mundiales y dos en Campeonatos de Europa, oro y bronce, era un triunfo sobre todo el orbe, dado que para correr no necesitas demasiados recursos, como ocurre en otros deportes, y en esa prueba participan ricos y pobres, altos y bajos… en realidad todas las razas.

Hasta hace poco era impensable asociar a un español con un gran éxito deportivo y sólo podíamos acudir a las excepciones de Nieto y Bahamontes, y en deportes muy de nicho. Tímidamente asomaron Santana y Paquito Fernández-Ochoa, y ahí se acababa. Pero los años 80 nos abrieron un escenario de cambio y fue el baloncesto el que puso a España en lo más alto de un deporte con un alto grado de presencia mundial.

Por esos años fueron surgiendo muchas claves del éxito en distintos deportes, aunque entre ellos parecía imposible que nuestro equipo de tenis pudiera ser uno de los asiduos aspirantes a una Copa Davis que los españoles que crecimos en los 60 y 70 veíamos reservada casi exclusivamente para americanos y australianos. De repente, nuestros tenistas, desde los Sánchez Vicario y Casal a los Costa y Bruguera, empezaron a llenar todas las pistas de rojo. Entre ellos, un chaval de apenas 17 años reclamaba su momento de gloria y ganaba el punto definitivo en aquella eliminatoria de la Davis, contra Stepanek, en Brno, 8 de febrero de 2004.

Ese jovencito no era otro que Rafa Nadal, que tuvo que luchar mucho para pasar a una tercera ronda, porque hacerse un hueco entre los grandes de un deporte no es tarea fácil. Sus victorias, lejos de ser anécdota, empezaron a ser norma. Una norma casi obligada. Su presencia en el equipo nacional de la Davis y los JJ.OO. es indispensable. Cualquier tenista que quiera llegar arriba tiene en él ya un espejo donde mirarse, pero la gran virtud a imitar de Rafa está en ser un gran campeón sin dejar de ser él mismo, una persona que ha sabido madurar sin perder sus referencias y raíces. Alguien que ha ganado a todos pero, sobre todo, ha vencido al éxito. Los que hemos sido deportistas profesionales sabemos que el éxito, mal entendido, es el principal enemigo de los que quieren ser grandes de verdad.

En el mundo de competitividad malsana en que nos movemos, muchos pueden pensar que en el deporte ganar es lo único importante. Se equivocan. En el camino desde las primeras victorias, siendo una promesa, hasta las que preceden a la retirada uno asimila que vencer es necesario para ser una leyenda, pero no es suficiente. Ser el mejor es algo efímero, luego el ostracismo se hace compañero de viaje y lo borra todo. Como mucho quedan unas listas cada vez más anónimas y anecdóticas. Ahí es donde se entiende que la leyenda se asocia a cómo se llega a ser el mejor. A eso uno se puede preparar con su valía, su entorno afectivo y su compromiso con la sociedad y sus valores. Rafa supo crecer y convivir con esa filosofía adherida a su piel. Sabiendo relativizar el valor del éxito y poniendo la derrota como un punto de partida. La derrota, como la muerte en las tragedias griegas, es lo único que sabemos que vendrá inexorablemente. Saber esperar ese momento es la primera lección del deportista que quiere ir más allá para ser trascendente.