Llevo mucho tiempo pensando en escribir este libro. Después de veinte años trabajando en Urgencias, he visto de todo. Si alguna cosa tenemos los médicos de urgencias es que miramos a los ojos a diario la crudeza de la vida. En pocos segundos el universo puede girar y todo aquello que tenías previsto en un futuro cercano y que pensabas como básico en tu vida desaparece y te deja claro lo realmente importante.
Tenía ganas de devolver parte de lo aprendido todos estos años —algunas certezas de vida, otras de muerte—, sacarlo de dentro y compartir tanto las enseñanzas como las heridas que me dejaron para el resto de mi vida.
Este libro está escrito desde el corazón, desde el respeto a todos los que salen en él, sobre todo a mis pacientes, los que han sido, son y serán. Desde que tenía ocho años me propuse ser médico, quería ayudar a los demás proporcionando consuelo y tratamiento a las personas en los momentos más críticos de sus vidas, los de enfermedad, y hasta el día de hoy lo he cumplido con honestidad.
Creo que en este libro se refleja mi visión de la enfermedad, de los pacientes y de los profesionales sanitarios de los que formo parte. Espero que les guste leerlo tanto como a mí escribirlo.
D R . C ÉSAR C ARBALLO
REFLEXIONES DESDE LA TRINCHERA
El día que escribo estas palabras no ha sido un buen día. He tenido que decirle a un paciente de 58 años que tenía una lesión probablemente maligna en el colón que le había provocado una obstrucción intestinal: la comida había quedado obstruida en el tubo digestivo, desde el intestino delgado hasta el estómago. Esto le producía náuseas y vómitos, por lo que tendríamos que ingresarle con una sonda nasogástrica metida por la nariz para aliviarle la presión en el tubo digestivo.
En la carrera no te preparan para dar estas noticias. Cuando lo haces, ves cómo le cambia la cara al paciente, cómo todo su universo se tambalea. Todo lo que hasta ahora era importante para él o ella pasa a un lejísimo plano..., facturas, dinero, trabajo, sueños. Todo se viene abajo en cuestión de segundos. Como decían en la película Sin perdón, sientes que le quitas a un hombre todo lo que tiene, y todo lo que podría llegar a tener. Aunque después de muchos años te vas anestesiando, algunas veces te vas a casa jodido... Y eso, por otro lado, aunque sea molesto, te hace sentir vivo, te hace sentir médico. Siempre he pensado que debes preocuparte por tus pacientes, luchar por ellos en circunstancias, en ocasiones, adversas, como contra tu propia falta de conocimientos (por eso es necesario estudiar y estudiar...); contra la idea que con frecuencia se inculca a los especialistas mientras se están formando de que «esta patología no es mía, es de otro», lo que se traduce en el abandono o la dejadez del paciente; o contra el propio sistema, que muchas veces condena al paciente a listas de espera inasumibles o le abandona en los servicios de urgencias durante días, pendiente de una cama.
Debo confesarles algo. Desde hace un tiempo no me siento buen médico. Antes me encantaba mi profesión, la adoraba, tenía instinto, estudiaba, era de lo mejor... En los últimos tiempos me dejo arrastrar por la inercia, no leo sobre medicina (salvo sobre el COVID, que me ha absorbido por completo) y, aunque conservo mi instinto y no he olvidado la teoría, ya no disfruto tanto con lo que hago, no me siento el mejor. Quizá esté llegando la hora de cambiar de trabajo o de optar por algo diferente.
Siempre he creído que había que cambiar de aires cada cuatro o cinco años, y así lo he hecho desde que acabé la residencia. He pasado por varios hospitales y he disfrutado con mi trabajo, he amado lo que hacía. Ahora busco otra cosa, un cambio definitivo de escenario. Es una pena, pero a ello han contribuido unos jefes nefastos, una especialidad que no termina de definirse, una dureza física en un trabajo que no tiene reconocimiento al no haber especialidad y un sistema que no aspira a la excelencia, sino que solo le preocupa no salir en la foto ni en el periódico por algo negativo, que no pretende destacar por lo positivo. Parece que eso no interesa, por lo tanto, no hay innovación, no se invierte en el futuro y no se apoyan iniciativas arriesgadas que tratan de dar brillo al sistema, porque el sistema no busca brillo. Nosotros creamos un servicio así en La Paz, donde se podía vivir, crecer y envejecer. Era un servicio innovador, en el que se cuidaba a los profesionales, y sin embargo el sistema nos trituró a mí y a mi compañero. Eso no era lo que buscaban y no lo apreciaron. Una verdadera lástima.
No puedo dejar de recordar las palabras de Steve Jobs: «Tu trabajo va a llenar gran parte de tu vida, la única manera de estar realmente satisfecho es hacer lo que consideres un gran trabajo y la única manera de hacerlo es amar lo que haces. Cada día me miro en el espejo y me pregunto: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?”. Si la respuesta es “No” durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo». Esto es justo lo que me pasa a mí desde hace algún tiempo, desde que me echaron aquellos que no buscaban la excelencia, solo la mediocridad. Un amigo me dijo un día:
—César, es la teoría del armario: lo más inútil en lo más alto.
Y en parte coincido con él. He visto pocos directivos que innoven, que se arriesguen, que busquen la excelencia, solo aspiran a permanecer en el puesto, salvar su culo. Por eso, cada vez se ve más desidia en el profesional sanitario, está harto de la gobernanza de los mediocres. Hemos cultivado un sistema donde no es inteligente destacar, como un día me dijo un gerente cuando le presenté un proyecto innovador, arriesgado y precioso:
—No es el momento de destacar, César.
¿Qué respondes cuando te dicen eso? Me dieron ganas de largarme del país, pero me faltó valentía. Desde que me echaron del puesto de jefe de servicio, después de todo el esfuerzo, ilusión y sacrificios personales, nada ha vuelto a ser lo mismo. No acabo de estar contento con mi trabajo, no me llena como antes. La respuesta cuando me miro al espejo por las mañanas está siendo NO desde hace demasiados días, necesito cambiar algo. Es probable que sea la crisis de los 50..., quién sabe. Con este libro he recuperado la ilusión. Estoy disfrutando como hacía tiempo que no ocurría. Siempre me gustó contar y escribir historias, las que comparto en este libro me han salido del corazón, y aún me han quedado muchas por contar. Y ahora, cuando miro hacia atrás, siento que he sido muy afortunado: he trabajado en lo que quería desde los ocho años, he disfrutado de una especialidad que me cautivó desde la primera guardia. Les contaré cómo me enamoré de esta especialidad, con la esperanza de que vuelva a apasionarme como hace años...