Cuando me puse a pensar en las personas a quienes deseaba expresar mi agradecimiento por su ayuda, sugerencias y esfuerzo en la creación de este libro, me salió una lista inacabable. Ante todo he de agradecer a mi esposa y a mi familia su contribución al crear un ambiente que me permitió dejar correr mis ideas a cualquier hora del día o de la noche, hallando siempre unos oídos dispuestos.
Luego, naturalmente, agradezco la colaboración de Peter Applebome y Henry Golden por su acertada puesta en limpio de mis atropelladas ocurrencias. En varias fases del trabajo me fueron muy útiles las sugerencias de Wyatt Woodsmall y de Ken Blanchard. Eso sí, el libro no habría llegado a ver la luz sin los trabajos de Jan Miller y Bob Asahina, quienes, junto con el resto del personal de la editorial Simon & Schuster, estuvieron a mi lado durante los cambios de última hora.
A los maestros cuya personalidad, cuyos métodos y cuya amistad han influido más en mí (desde mis primeros estudios de comunicación con la señora Jane Morrison y Richard Cobb hasta Jim Rohn, John Grinder y Richard Bandler), no los olvidaré nunca.
Gracias también al equipo de diseñadores, secretarias y documentalistas que hicieron un gran esfuerzo bajo el apremio de las urgencias: Rob Evans, Dawn Aaris, Donald Bodenbach, Kathy Woody y, cómo no, Patricia Valiton.
Y un recuerdo muy especial para el personal de Robbins Research: la administración, los gerentes de los centros y los cientos de promotores que, en todo el país, me ayudan a llevar nuestro mensaje al mundo todos los días.
PRÓLOGO
Cuando Tony Robbins me solicitó un prólogo para esta obra quedé muy complacido por varias razones. Ante todo, opino que Tony es un joven extraordinario. Nos conocimos en enero de 1985 mientras yo estaba en Palm Springs para tomar parte en el torneo de golf Bob Hope Classic Pro-Am. Acababa de salir de una típica tertulia de golfistas dicharacheros en el rancho Las Palmas Marriott, con su característica rueda de baladronadas mutuas; mientras nos dirigíamos a almorzar, un amigo australiano llamado Keith Punch y yo vimos un cartel anunciador de la conferencia de Tony Robbins «Libere su poder interior», que incluía una práctica consistente en pasar sobre carbones encendidos. Ya tenía alguna noticia de Tony, y esto picó mi curiosidad. Como Keith y yo habíamos tomado algunas copas, decidimos no caminar sobre la hoguera, pero de todos modos asistiríamos a la conferencia.
Durante las cuatro horas siguientes fui testigo de cómo Tony hipnotizaba a un numeroso público formado por jefes de empresa, amas de casa, médicos, abogados y otras muchas personas. Cuando digo que los hipnotizó no me refiero a ninguna especie de magia negra. Tony los tuvo a todos en vilo gracias a su carisma, su simpatía y la profundidad de su conocimiento de la conducta humana. Fue la conferencia más estimuladora y euforizante que he conocido en mis veinte años de práctica en el terreno de la formación de directivos. Al final, todos menos Keith y yo, pasaron un foso lleno de brasas, con una longitud de unos cinco metros, que había estado ardiendo durante toda la tarde, y sin que nadie se quemase. Fue algo digno de ver y una experiencia inolvidable para todos.
Tony utiliza esta demostración como una parábola; lo que él enseña no es un ejercicio místico, sino un conjunto de herramientas prácticas para enseñarnos a obrar con eficacia venciendo cualquier temor que alberguemos. Ahora bien, la capacidad para triunfar en todo lo que uno se proponga es un poder muy real. Así pues, el principal motivo de que aceptara gustosamente escribir este prólogo es mi sentimiento de tremendo respeto y admiración hacia Tony.
Tengo un segundo motivo para escribir este prólogo y es que el libro de Tony sirve para mostrar a todos la amplitud y el alcance del pensamiento individual. Robbins es algo más que un orador capaz de motivar a sus oyentes; con poco más de veinticinco años de edad es ya uno de los pensadores más influyentes en psicología de la motivación y del éxito. Creo que este libro tiene posibilidades de convertirse en el texto definitivo para mover recursos humanos. Las ideas de Tony sobre la salud, el estrés, el planteamiento de metas u objetivos, su visualización, etcétera, son una línea de actuación obligada para quien quiera profundizar en el terreno de la excelencia personal.
Confío en que el lector extraerá tanto provecho del libro como yo mismo. Aunque sea más extenso que El Ejecutivo al Minuto, sé que permanecerá pendiente de sus páginas hasta el final, de manera que el pensamiento de Tony le servirá para desatar el poder mágico que posee.
K ENNETH B LANCHARD , Ph. D.,
coautor de El Ejecutivo al Minuto
PRESENTACIÓN
Toda la vida, incluso cuando trabajaba como actor cinematográfico, me ha resultado difícil hablar en público. Antes de cada ocasión me ponía físicamente enfermo. En vista de mi invencible temor a hablar en público, podéis imaginar mi emoción cuando me enteré de que Tony Robbins, el hombre que convierte el temor en poder, podía curarme.
Pese a mi emoción cuando acepté la invitación para una entrevista con Tony Robbins, no dejaba de albergar ciertas dudas. Algo sabía de la PNL (Programación Neuro-Lingüística) y demás métodos en que Tony es experto acreditado, pero tampoco olvidaba las incontables horas y los muchos dólares gastados hasta entonces en busca de ayuda profesional.
Los especialistas anteriores me habían explicado que, al estar arraigada mi fobia desde hacía muchos años, apenas cabía confiar en una solución rápida. Por lo cual establecían largos calendarios de visitas semanales, y mi problema se convertía en interminable.
Cuando conocí a Tony, lo primero que me sorprendió fue su prestancia física. No suelo encontrar a muchos hombres más altos que yo. Debe de tener una estatura de metro noventa y cinco y pesar unos ciento cinco kilos. Es extremadamente joven y simpático. Tomamos asiento y me di cuenta de que yo estaba muy nervioso mientras él empezaba a interrogarme sobre mis dificultades.
Entonces me preguntó qué quería y en qué sentido deseaba cambiar. Fue como si mi fobia se alzase para defenderse a sí misma, tratando de impedir lo que sin duda estaba a punto de ocurrir. Pero, apaciguado por la voz tranquilizadora de Tony, empecé a escuchar lo que me decía.
Desahogué mi sensación de pánico ante las ocasiones de manifestarme en público; de súbito, ésta se halló reemplazada por nuevas sensaciones de fuerza y seguridad. Tony me hizo viajar mentalmente a la situación de verme en escena y pronunciar una alocución con éxito. Mientras yo, mentalmente, peroraba, Tony me ofrecía puntos de anclaje, es decir recursos de los que yo puedo extraer fuerza y seguridad mientras hablo. Ya lo verá el lector en el libro.