María Fornet - Una mansión propia

María Fornet es psicóloga, y se especializó en Londres como especialista en Coaching Psychology y en Psicología Narrativa. También es la autora del ensayo Feminismo terapéutico (2018) y de las novelas Las mujeres de la familia Medina (2019) y Azul capitana (2020).

María lidera formaciones de psicoeducación para mujeres de todo el mundo comprometidas con su crecimiento personal, con su propio éxito y también con su paso por el mundo. Por su programa El Faro: Guía para trazar un Plan de vida, han pasado, con ilusión, cientos de alumnas en su camino hacia una vida mejor.

Si quieres saber más sobre ella, puedes seguirla en: @maria.fornet en Instagram y suscribirte a su boletín en www.mariafornet.com, desde donde mantiene un frecuente contacto con su comunidad de lectoras, que se cuentan por miles.

Linda, la fundadora de la organización

en la que dirigí un proyecto de psicoeducación

durante varios años en Londres,

me dijo al verme embarazada:

«María, traer un hijo varón al mundo

es una gran responsabilidad».

Para ti va este libro, Santiago.

Déjame decirte algo.

Si piensas en algo con mucho empeño, si pones toda tu inmensa fuerza de voluntad en ello, si alineas tu ilusión y tu pasión y tus esfuerzos y te aseguras de que no queda más de ti por dar… Bien por ti. Pero aun con esas, puede que te quedes con las ganas y no llegues a donde querías llegar.

La vida es dura: apuesto a que no vengo a descubrirte nada nuevo.

Lo mismo vale para cuando haces una limpieza de pensamientos negativos y llenas tu casa de positividad y arcoíris y aceites esenciales y dices aquello de Good Vibes Only y cierras la puerta a toda la toxicidad del mundo para que nada te desalinee los chacras.

Caso similar si decides caminar campo a través donde se disponen con gracia altas hileras verdes desde las que alzar los brazos al cielo: pecho alto, frente ligeramente hacia atrás. Con la actitud inquebrantable de quien se sabe conocedora de su buena suerte y con la certeza absoluta de que, si se lo pide al universo con suficiente claridad, lo mejor siempre estará por llegar.

Siento ser yo la que venga a pinchar el globo, pero en el fondo —muy en el fondo— creo que nadie se lo traga ya.

¿Qué me dices de aquellas corrientes actuales según las cuales la enfermedad es poco más que un defecto en las formaciones del pensamiento correcto? ¿Qué hay del yugo imperante de la felicidad forzosa, por el que tu suerte depende en exclusiva de tu actitud, y si tu actitud no es recta porque tu vida es difícil, pues tú te lo buscaste?

Ah, el pensamiento mágico. Que tire la primera piedra aquella a la que no le atrae perderse en este pecado capital de cuando en cuando. Nadie podrá negarme la constatación de su gran atractivo: ¿Y si el poder de la mente pudiese conectarse al centro mismo del manantial de la vida y allí el universo, en su infinita sabiduría y temple, nos enviase en forma de ondas certeras aquello que necesitamos en cada momento? ¿Y si existiese un sistema desde el que poder sintonizarse con el Todo y una lograse lanzarle sus deseos con la inequívoca esperanza de ser escuchada?

Lo siento: no me lo creo ni un poco.

Y una bien podría pensar que entregarse al vicio del poder sin límites es poco más que un mal desliz de inocente carácter ocioso, pero yo vengo a contarte que es mucho más que eso. Aprender a pensar de manera correcta es condición sine qua non para conseguir una gran vida. Al menos, en todo aquello que de ti depende. Esperar a que la divina providencia resuelva tus movidas no te va a llevar ni a cruzar la esquina tras tu bloque. Obligar a tu mente por golpe de estado a centrarse solo en lo positivo, pues tampoco.

Escribir sobre abundancia, sobre cómo expandir tu universo de posibilidades, sobre cómo aspirar al más y al mejor sin caer en el dogma neoliberal de la ley del más fuerte es meterme en terreno pantanoso. Pero justo por eso escribo este libro. Como psicóloga, y más aún como especialista en coaching, me incomoda pertenecer a un campo en el que prima un mensaje imperantemente individualista: la idea parcial de que un ser se labra su propia suerte sin que otros factores externos influyan en el proceso. Una mansión propia se erige sobre la importancia de traer el contexto al campo del crecimiento personal y de la autoayuda, sobre la necesidad de reconocer las estructuras complejas y las fuerzas que gobiernan la conducta a niveles más amplios que el individual.

Pero hay más. Una mansión propia también surge de la ilusión de haber presenciado, tras muchos años trabajando como psicóloga, que todo lo que una pueda hacer, lo puede hacer, y que en multitud de ocasiones esa horquilla de opciones supone un salto de pértiga en nuestras vidas. Que entender cómo se ha formado nuestro universo de posibilidades —lo que es posible e imposible y aún más, lo que creemos posible e imposible— nos devuelve cierto poder para dinamitar los altos muros que hemos construido a nuestro alrededor: en qué tipo de casa puedes vivir, en qué tipo de trabajo puedes triunfar, hasta dónde pueden llegar tus honorarios, cuánto puedes disfrutar de tu tiempo en esta tierra.

Cuidado con creer que una puede llegar con un panfleto de tal calaña y vocearlo desde la tarima ante un campo de refugiados. Yo sé delante de qué audiencia despliego este discurso y me cuido mucho de no insultar la inteligencia de nadie. ¿De verdad alguien piensa que las posibilidades son las mismas hayas nacido donde hayas nacido y lo hayas hecho con unos u otros recursos? ¿Que todo está en tu mente y que lo que deseas solo de ti depende? Es atractivo, repito, y aún más insultante. Pero cuidado también con creer que las limitaciones de otras son exactas a las nuestras propias. Naveguemos con justicia por todo esto. El equilibrio individuo-contexto es delicado y durante las siguientes páginas trataré de honrarlo con el mimo que merece.

Como enamorada del desarrollo personal, hace tiempo que me he curado de la picadura del querer es poder. Querer no es poder siempre, pero querer es una buena base de la que partir para acercar nuestra vida a una versión mejorada de la que tenemos ahora. Y eso es bastante.

Para tratar ese asunto siempre es interesante volver a Maslow. La pirámide de Maslow es una teoría de la motivación que busca dar explicación a cuáles son los impulsores que subyacen bajo la conducta. Esta pirámide está constituida por cinco escalones dispuestos de manera jerárquica según el rango de las necesidades humanas. En la parte más baja de la pirámide nos topamos con nuestras necesidades más básicas, como la necesidad de procurarnos comida o, incluso, la respiración. Una vez vemos satisfechas esas necesidades primarias podemos subir al siguiente nivel, donde se hallan las necesidades secundarias y, más arriba, donde se encuentran las terciarias. Es en la parte más alta de la pirámide en la que encontramos la idea de la autorrealización —aquí encajaría la definición de abundancia con la que trabajamos en este ensayo—, y a la que solo podríamos acceder una vez bien resueltos y cubiertos todos los niveles anteriores: sin agua, sin comida decente o techo, sin familia ni personas alrededor que nos quieran y nos traten con amor, reconocimiento y respeto, difícilmente podemos llegar a trabajar en la cima de esta pirámide. Recuérdalo ya para siempre desde hoy: lo primero es revisar los básicos.

Yo misma siento que he hecho ese recorrido y, quizá por eso, para mí también significa tanto compartirlo contigo al principio de este libro. Considero importante que nadie piense que los profesionales de la psicología hablamos desde un podio, como si la teoría nos confiriese cierta altura que nos previniese de sufrir lo que el resto de los mortales sienten como propio. La abundancia es un tema importante para mí porque, en mi propia historia, he sentido como lo tuvimos todo y, después, lo perdimos de una vez. Mi vida —aun siendo bien consciente de todos los privilegios de los que he gozado— ha sido durante años una auténtica montaña rusa, en la que no hace tanto que he podido instalarme en la parte alta de la pirámide que nos enseñó Maslow. Ese lugar no es el de la riqueza más absoluta, el de los diez yates y la sabiduría más zen, es el de la autorrealización. El de saber que, por fin, tengo un cierto sentido de propósito en la vida, que mis relaciones son relativamente armoniosas y que, además de hacer con gusto lo que hago, me da de comer bastante bien. Desde este lugar, del que al fin he aceptado su cualidad transitoria e impermanente, veo lo que no veía mientras escalaba con dificultad sobre el escalón de las necesidades más básicas.