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Jose Antonio Marina Torres - El talento de los adolescentes

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Jose Antonio Marina Torres El talento de los adolescentes

El talento de los adolescentes: resumen, descripción y anotación

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Cuando se habla de adolescencia se hace en tono preocupado o indignado. Las noticias siempre son negativas. Esto puede provocar lo que los psicólogos llaman self-fulfilling prophecy, una profecía que se cumple por el hecho de enunciarla. Repetir tanto que la adolescencia es un problema induce en los jóvenes una actitud que viene a corroborar la imagen que se les envía. La presión comercial sobre los adolescentes, la apelación a medidas jurídicas como la reducción de la edad penal, la claudicación educativa, el miedo a hablar de valores morales hacen imprescindible replantearse el tema de la adolescencia y, sobre todo, del modelo que los adultos proyectamos sobre ellos. El nuevo modelo debe ser a la vez más optimista y más exigente. Al titular este libro El talento de los adolescentes José Antonio Marina busca enfatizar este nuevo enfoque de la adolescencia, entendiendo por “talento” la capacidad para elegir bien las metas y movilizar los conocimientos, las emociones y las fortalezas necesarias para alcanzarlas. Es, pues, la inteligencia en acción.

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CAPÍTULO SIETE
DECIDIR SER LIBRE
I

¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!

MADAME ROLAND, heroína de la Revolución francesa, camino de la guillotina

Por mucho tiempo, los rusos han creído que la libertad consistía en el uso de llevar la barba larga.

MONTESQUIEU, El espíritu de las leyes, XII, 2

1. ¿Por qué hablamos de libertad cuando deberíamos hablar de autonomía?

ESTE CAPÍTULO CONSTITUYE una parte esencial, pero difícil, del Nuevo Paradigma Adolescente. Por ello deberíamos dedicar el tiempo necesario a comprenderlo y a explicárselo a nuestros hijos y alumnos. Al hacerlo, tal vez nos entendiéramos mejor a nosotros mismos, porque, como sabemos los docentes, nada se comprende bien hasta que se lo explicamos a alguien. Los adolescentes quieren más libertad, y a los adultos nos preocupa qué van a hacer con esa libertad, si la consiguen. Por eso, la ligamos a la responsabilidad, e intentamos hacer de esta la llave para acceder a aquella. Entendemos por responsabilidad la capacidad de prever y asumir las consecuencias de nuestros actos, de aprender de los errores, y de cumplir los compromisos y obligaciones. Hay personas «no responsables» (jurídicamente se las llamaría no imputables) y personas «irresponsables». Los niños o los dementes no son responsables de sus actos. Quien conduce bebido o no esteriliza el instrumental del quirófano o deja en casa a su bebé y se va a jugar al bingo es responsable, pero actúa irresponsablemente.

Siguiendo los consejos de los especialistas más competentes, en los programas de la Universidad de Padres introducimos la educación de la responsabilidad —lenta, gradual, sistemáticamente— desde la escuela primaria. Pero es en la adolescencia cuando alcanza especial relevancia. Lo que he defendido en todos los capítulos anteriores es que la adolescencia es el momento de la «toma del poder personal», y que eso significa «ser capaz de decidir, actuar y responder de mis actos». Eso no significa querer convertirlos en viejos prematuros. El adolescente debe responder de sus tareas de adolescente. Deberíamos librarnos de una equivocación que nos está impidiendo educar bien. Hemos liberado a los adolescentes de las «responsabilidades laborales» para que se puedan formar durante más tiempo. Pero eso no quiere decir que los hayamos liberado de todas las responsabilidades. El niño tiene sus responsabilidades de niño y el adolescente, sus responsabilidades de adolescente. Respecto de sí mismo y respecto de los demás.

Sin embargo, hay un asunto previo al uso responsable de la libertad, y es la capacidad de ser libre, porque el hombre no nace libre, ni siquiera resulta claro hablar de «libertad» en abstracto. Todos nacemos dependientes y limitados, y debemos comprometernos en un proceso de liberación, que llevamos a cabo con mayor o menor acierto o valentía. O que podemos eludir. No podemos mezclar en este asunto significados psicológicos con significados jurídicos. Cuando las declaraciones de derechos humanos dicen que todos los hombres «nacen libres e iguales» deberían añadir «respecto de la ley», porque en el resto de las cosas venimos al mundo dependientes y desiguales. Todos los niños nacen prematuros, incapaces de sobrevivir por su cuenta, dotados de un cerebro y un sistema muscular que aún no saben manejar. Poco a poco aprenden a controlarlos, y sienten crecer en ellos el deseo de autonomía, de ser su propio (autos) legislador (nomos). La libertad no consiste en no tener ley, sino en ser uno su propio legislador.

2. Curso acelerado sobre la libertad

TENGO QUE VIAJAR brevemente al mundo de la filosofía para justificar lo que acabo de decir. Hablar de «libertad» resulta tramposo por su engañosa simplicidad. En cambio, hablar de liberación me parece verdadero. ¿Es usted libre de ir al trabajo, de ocuparse de sus hijos, de pagar impuestos, de no resultar afectado por lo que sucede en Ucrania, Irak o sitios que no sabe siquiera donde están? Todos estamos implicados en un proceso de liberación, navegando entre miedos, proyectos, limitaciones, esperanzas, condicionamientos, pasiones, dificultades de la situación, compromisos, amores, manías. Los neurólogos son reticentes a hablar de libertad, porque saben que unos milisegundos antes de que tomemos una decisión se han activado las zonas cerebrales correspondientes, es decir, que parece que nuestro cerebro toma la decisión y nuestra conciencia se limita a registrarlo. Por otra parte, las culturas orientales no han valorado tanto la libertad como nosotros. Consideran más importante la paz, la solidaridad, la justicia o la identificación con el Absoluto.

A lo que aspiramos es a afirmar, construir, mantener nuestra autonomía personal. Esta es la noción poderosa y clara. Quiero poder decidir mis fines, mi campo de juego, quiero estar en condiciones de seleccionar inteligentemente mis criterios de evaluación, quiero decidir como gestiono mis energías, quiero ser capaz de elegir mis planes de vida, quiero decidir contra qué debo rebelarme y qué debo respetar, venerar u obedecer. No depender de nada, no comprometerme a nada, no vincularme a nada es una libertad vacía y errática.

En los libros de filosofía que he escrito para adolescentes les hablo mucho de la libertad. Hacer lo que me da la gana no es ser libre, es obligarme a hacer lo que la gana decide hacer. Les invito a pensar en lo que supone hacer una promesa, un tema que les interesa porque los adolescentes valoran mucho la lealtad y el cumplimiento de los compromisos. Prometer significa estar dispuesto a comportarme de una manera determinada, por eso necesitamos libertad para hacerlo. «El ser humano es el único animal capaz de prometer», escribió Nietzsche. No tiene sentido prometer lo que no depende de nosotros. Una promesa es el compromiso para realizar una determinada conducta. Al ejercer de esa manera mi libertad, determino mis posibilidades de acción. Me impongo normas, como hago al establecer un contrato o al elegir un proyecto. Si me propongo ser arquitecto, reduzco mis posibilidades de ser médico. La elección afirma la libertad y la reduce al mismo tiempo.

Cada vez que decimos que hay que educar para la libertad convendría decir «hay que educar para la autonomía», de lo contrario cualquier exigencia, cualquier vinculación se vivirá como un atentado contra la libertad. La autonomía, que es la inteligencia ejecutiva aplicada a la dirección de la propia conducta, me dirá de qué cosas tengo que liberarme y a qué cosas debo vincularme.

Esta es una tarea específica de la adolescencia, que también está relacionada con el desarrollo de las funciones ejecutivas. Recordad que estas permiten dirigir nuestra actividad hacia metas lejanas, seducirnos con proyectos desde lejos, y entrenarnos para estar en condiciones de realizarlos. Los proyectos abren el reino de la posibilidad. Carecer por completo de proyectos es una buena definición de la depresión. Ya hemos visto al adolescente embarcado en dos grandes proyectos: pensar mejor y sentir mejor. Ahora comenzamos con el tercero: alcanzar la autonomía. Es decir, decidir y realizar lo que he decidido «voluntariamente». Pongo esta palabra entre comillas porque su significado se ha vuelto confuso.

3. Los caminos indirectos de la voluntad

DURANTE SIGLOS se mantuvo una idea de voluntad completamente dictatorial. La razón imponía sus decisiones a la multitud de los deseos. Eso era una visión poco realista, porque no explicaba los altibajos del comportamiento. ¿Por qué nos resulta tan difícil mantener una decisión, por ejemplo dejar de fumar? ¿Por qué algunas veces caemos en la tentación y otras no? Recuerdo la sorpresa que me causó oír decir a Arnold M. Washton, un especialista en drogadicciones, que el peor camino para librarse de una drogodependencia era confiar en la voluntad. Pensaba que en el fondo de las adicciones había una «mentalidad de la solución fácil». Un chute resolvía los problemas. Pues bien, creía que apelar a la fuerza de la voluntad era también una fraudulenta solución fácil, porque ¿de dónde salía esa fuerza? Hace falta mucha voluntad para adquirir la fuerza de voluntad, por lo que al apelar a ella nos metemos en un círculo vicioso. Hace unas páginas hemos escuchado a Alain Caron decir algo muy parecido.

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