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Carlos González - Bésame mucho

Aquí puedes leer online Carlos González - Bésame mucho texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Carlos González Bésame mucho

Bésame mucho: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

El autor da las gracias a Alicia Bair-Fassardi, Joana Guerrero, Rosa Jové, Lourdes Martínez, Maribel Matilla, Pilar Serrano, Mónica Tesone, Eulalia Torras, Patricia Trautmann Villalba y Silvia Wajnbuch por sus valiosos comentarios al manuscrito.

Los testimonios de madres citados en este libro provienen de cartas enviadas al autor, la mayoría a través de la revista Ser Padres, y de foros públicos en Internet. Se han cambiado los nombres para proteger la intimidad de los protagonistas.

CARLOS GONZÁLEZ Zaragoza 1960 licenciado en Medicina por la Universidad - photo 1

CARLOS GONZÁLEZ (Zaragoza, 1960), licenciado en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona, se formó como pediatra en el Hospital de Sant Joan de Déu de esta ciudad. Fundador y presidente de la Asociación Catalana Pro Lactancia Materna (ACPAM), en la actualidad imparte cursos sobre este tema para profesionales sanitarios. Desde 1996 es el responsable de uno de los consultorios de la revista Ser Padres. Tras el éxito de Mi niño no me come (2002), ha escrito Bésame mucho: cómo criar a tus hijos con amor (2003) y Un regalo para toda la vida: guía de la lactancia materna (2006), también traducidos a diferentes idiomas y que, junto con su primera publicación, conforman Comer, amar, mamar: guía de crianza natural (2009). Está casado, tiene tres hijos (que ahora ya comen y ya duermen) y vive en Hospitalet de Llobregat.

A Joana, Daniel, Sara y Marina, que me enseñaron a ser padre
EPÍLOGO

El día más feliz

Mi corazón se conmueve ahora

ante muchos recuerdos largo tiempo dormidos

de mi madre, joven y hermosa (¡y yo tan viejo!).

Charles Dickens, Historia de dos ciudades

Cuando éramos niños, casi todos hemos escrito una redacción escolar titulada «El día más feliz de mi vida». En los colegios religiosos, el éxito estaba asegurado si relatabas tu primera comunión. Otros preferían recordar el regalo más grande y más costoso que les habían puesto los Reyes, el viaje a un país lejano, la visita al parque de atracciones…

El pasar de los años cambia nuestra perspectiva, los objetos se desdibujan y las personas alcanzan entonces una estatura insospechada. La sonrisa de nuestra madre, el abrazo de nuestro padre, la mano de un amigo, una palabra de aliento, gratitud o perdón… Haga memoria, amigo lector. ¿Cuáles fueron los días más felices de su infancia?

Manuel explica así uno de esos recuerdos imborrables:

Debía de tener seis o siete años cuando, corriendo a oscuras por la casa, choqué con una puerta de cristal que siempre había estado abierta. Quedó echa añicos a mis pies. Me pegué un susto de muerte y me hice un pequeño corte en la frente. Pero no notaba ningún dolor; el miedo al castigo me paralizaba.

Mi padre vino corriendo, me sacó de entre los vidrios rotos, me curó la herida, me miró de arriba abajo. Pero no me riñó. Al principio temblaba, esperando a cada momento escuchar unos gritos tremendos. Luego pensé que se había olvidado de reñirme e intenté pasar desapercibido. Pero al final el asombro y la curiosidad pudieron más y le pregunté aún lloroso: «¿No estás enfadado porque he roto la puerta?». «No», contestó, «la puerta no importa, lo único que me importa es que no te hayas hecho daño».

Ahora comprendo que todos los padres damos más valor a nuestros hijos que a nada en el mundo. Pero raramente se lo decimos a nuestros hijos. Estoy muy agradecido a mi padre por habérmelo dicho.

Esta es la historia de Encarna:

Uno de los días más felices que puedo recordar tuvo, en realidad, un mal comienzo. Tuve una pesadilla espantosa. Nada de monstruos ni hombres del saco; soñé con una ostra. Una ostra enorme que sacaba a una perla, también enorme, de su concha y no la dejaba volver a entrar. La pobre perla expulsada me dio una pena enorme. Me desperté chillando, auténticamente aterrorizada.

Yo debía tener unos cinco años y dormía en una camita en la habitación de mis padres, que se despertaron, naturalmente asustados con mis gritos. Mi madre me invitó a dormir en su cama. Todos mis temores desaparecieron como por arte de magia, me sentía enormemente feliz y segura. Nunca volví a tener un mal sueño. Supe que siempre tendría un refugio, que siempre me protegería alguien.

Yo, por mi parte, recuerdo una tarde, creo que era domingo, cuando tenía unos doce años. Vagaba aburrido por la casa. Mi madre me atrapó y me dijo: «Ven, siéntate aquí, en mis rodillas, como cuando eras pequeño». Imagino que debí morirme de vergüenza, pero no logro recordar esa vergüenza. Recuerdo, en cambio, que empezó a cantar muy suavemente:

Arrorró, mi niño chico,

que viene el coco y se lleva…

Apoyé mi cabeza en su seno y me invadió una paz infinita. Casi me quedo dormido. Era como volver a tener dos años.

La mayoría de la gente no recuerda nada de su primera infancia. Yo sé lo que siente un bebé en brazos de su madre porque tuve el enorme privilegio de volver a ser un bebé durante media hora, a los doce años.

Todas estas historias tienen algo en común. Los días más felices de nuestra infancia son aquellos en que nuestros padres (o nuestros abuelos, hermanos o amigos) nos hicieron felices. Incluso cuando nos parece que nos hizo feliz un tren eléctrico, si miramos mejor siempre hay personas detrás: los padres que nos lo entregaron con una sonrisa o con un elogio, el hermano con el que compartimos (no siempre de buen grado) el tren…

Eramos hijos y ahora somos padres. Han pasado tantos años, pero tan poco tiempo, que a veces nos sorprendemos con los papeles cambiados. De pronto vemos nuestra propia infancia y a nuestros propios padres con una nueva luz. Miramos a nuestros hijos y nos preguntamos qué día, qué frase, qué aventura quedarán grabadas en su memoria para siempre; qué dolores quedarán clavados en su alma y qué alegrías guardará como un tesoro.

Los días más felices de su hijo están por venir. Dependen de usted.

Carlos González, 2003

Retoque de cubierta: Darthdahar

Editor digital: Titivillus

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PARTE I El niño bueno y el niño malo Hemos tomado prestado este título de un - photo 2
PARTE I

El niño bueno y el niño malo

Hemos tomado prestado este título de un cuento de Mark Twain no para hablar, como él, de dos niños concretos, sino de todos y cada uno de los niños, del Niño en general. ¿Son los niños buenos o malos? Pues de todo habrá, pensará el lector. Cada niño es distinto, y probablemente la mayoría, lo mismo que los adultos, serán normales tirando a buenos.

Sin embargo, y dejando aparte los méritos propios de cada niño, mucha gente (padres, psicólogos, maestros, pediatras y público en general) tiene una opinión predeterminada y general sobre la bondad o maldad de los niños. Son «angelitos» o «pequeños tiranos»; lloran porque sufren o porque nos toman el pelo; son criaturas inocentes o «saben latín»; nos necesitan o nos manipulan.

De esta concepción previa depende que veamos a nuestros propios hijos como amigos o enemigos. Para unos, el niño es tierno, frágil, desvalido, cariñoso, inocente, y necesita nuestra atención y nuestros cuidados para convertirse en un adulto encantador. Para otros, el niño es egoísta, malvado, hostil, cruel, calculador, manipulador, y sólo si doblegamos desde el principio su voluntad y le imponemos una rígida disciplina podremos apartarlo del vicio y convertirlo en un hombre de provecho.

Estas dos visiones antagónicas de la infancia impregnan nuestra cultura desde hace siglos. Aparecen en los consejos de parientes y vecinos, y también en las obras de pediatras, educadores y filósofos. Los padres jóvenes e inexpertos, público habitual de los libros de puericultura (con el segundo hijo sueles tener menos fe en los expertos y menos tiempo para leer), pueden encontrar obras de las dos tendencias: libros sobre cómo tratar a los niños con cariño o sobre cómo aplastarlos. Los últimos, por desgracia, son mucho más abundantes, y por eso me he decidido a escribir este, un libro en defensa de los niños.

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