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Primera edición: octubre de 2008
Primera edición electrónica: abril de 2012
Diseño de la colección: Rocío Mireles
© 2008, Armando González Torres
© 2008, Editorial Terracota
ISBN: 978-607-7616-06-1
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Armando González Torres. Nació en 1964 en la ciudad de México. Poeta y ensayista, estudió en El Colegio de México. Publica en numerosas revistas y suplementos culturales de México y el extranjero. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 1995 ganó el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen; en 2001, el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes; en 2005, el Premio de ensayo Jus 2005, Zaid a Debate, y en 2008, el Premio Nacional de Ensayo José Revueltas. Es autor de cuatro libros de poesía: La conversación ortodoxa (Aldus, 1996), La sed de los cadáveres (Daga, 1999), Los días prolijos (Verdehalago, 2001) y Teoría de la afrenta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008); de los ensayos Las guerras culturales de Octavio Paz (Colibrí, 2002) y ¡Que se mueran los intelectuales! (Joaquín Mortiz, 2005), y del libro de aforismos Eso que ilumina el mundo (Almadía, 2006).
Introducción
A diferencia de otras tradiciones intelectuales, los escritores mexicanos solían tener una poderosa proyección y participaban de diversas maneras en la vida pública: hacían crítica de la moral y de las costumbres, adoptaban posiciones políticas concretas, intentaban representar grupos sociales amplios o promovían los intereses propios de su gremio. Esta metamorfosis entre autor y autoridad moral, entre vida contemplativa y vida activa resulta fascinante y caracteriza a muchos de los escritores más destacados del panteón mexicano. Sin embargo, algo se ha interrumpido en esta tradición de agoristas: ciertamente, muchos escritores son todavía hombres públicos: pasan de la torre de marfil al estudio de televisión y enfrentan una doble jornada de artistas y críticos sociales, creadores y opinantes; con todo, por un lado, sufren el desplazamiento de otros gremios de especialistas; por el otro, corren el peligro de que, al tiempo que se consagran como figuras mediáticas, se anulen como escritores.
Este libro busca brindar una pequeña muestra de las distintas modalidades de enlazar la vocación literaria con la vida social en su más amplio sentido y congrega ensayos sobre Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, los tres intelectuales mexicanos más públicos y con mayor influencia en los últimos decenios. Los tres representan perfiles intelectuales diversos y hasta antagónicos: como creador, como pensador y como inductor de un método de lectura, Octavio Paz es la figura central de la literatura mexicana contemporánea y su actividad y autoridad abarcan gran parte del siglo xx . Carlos Fuentes, por su parte, es un autor ambicioso, dotado y universal que, desde su temprana juventud, ha formado parte de un circuito intelectual internacional con gran capacidad de interlocución e influencia. Por su parte, Carlos Monsiváis, con una vocación fundamentalmente local y urbana, es un autor que, amén de su considerable producción escrita, se ha convertido en un personaje mediático cuya opinión irónica y corrosiva forma parte, desde hace décadas, de las referencias más comunes y entrañables para diversos estratos de lectores y espectadores.
Dada la magnitud y el impacto de la obra de los tres autores, esta reunión de ensayos es apenas un acercamiento parcial hacia algunas de las facetas de su enorme e imprescindible actividad pública. El hecho de observar los avatares como críticos sociales de estos escritores ayuda a tener una visión más realista de sus virtudes intelectuales y de sus gestos de valentía, pero también de las tribulaciones y limitaciones que el hombre de letras enfrenta cuando se convierte en actor de la vida pública.
El libro abre con un ensayo “paraguas”, en torno a la vocación intelectual y a las funciones y peripecias de los intelectuales mexicanos. Continúa con un ensayo que, con motivo de los diez años de su desaparición, intenta evocar y evaluar la presencia pública de Octavio Paz. Sigue con un ensayo sobre el “Paz íntimo” que pueden revelar algunos epistolarios y esbozos biográficos aparecidos después de su muerte y que se contrasta con la estatua que el propio poeta quiso legar o la caricatura que hicieron sus adversarios. Pasando a Carlos Fuentes, se incluye un texto sobre La región más transparente que no aborda tanto el impacto de la novela como su función en la hechura del gran prestigio de Fuentes y su proyección como intelectual emblemático de la modernidad mexicana. Asimismo, se propone un ensayo sobre la faceta de Fuentes como pensador y vocero en torno al tema de la identidad y la actualidad hispanoamericana. Finalmente, se incluye un ensayo sobre Carlos Monsiváis y su pretensión ¿fallida? de utilizar la crónica como un género subversivo de los poderes establecidos y las inercias históricas y morales y, a la vez, educativo para un nuevo ciudadano.
El crepúsculo de los clérigos
El nacimiento de un clérigo
El intelectual es un ser mitológico, un ente sincrético que, a lo largo de sus diversas denominaciones y transfiguraciones, va acumulando distintos carismas espirituales y terrenales: el de la vocación ascética, el del conocimiento experto, el de la sensibilidad e inteligencia superior o el de la facultad visionaria. En Francia, la principal cuna y vitrina del intelectual moderno, los ancestros de los intelectuales, es decir, los sabios y filósofos agrupados en academias, encarnaron un sacerdocio laico y una fuerza independiente, a medida que los poderes de la Iglesia y la monarquía se fueron erosionando. A finales del siglo xix y principios del xx , esta imagen de independencia se consolidó con la creación de un mercado cultural, con la extensión de la oferta educativa y con procesos como la autonomía universitaria. Los intelectuales en la Francia contemporánea se convirtieron, como dice Michel Winock, en un “contrapoder espiritual” que se suponía regido por las nociones de verdad y de vida buena, así como por una disciplina contemplativa, y sólo se veía interrumpida por una actividad pública orientada al bien común.
Acaso el famoso “Yo acuso…” de Émile Zola y sus secuelas resultaron un augurio del papel que desempeñaría el intelectual en la vida de muchos países durante el siglo xx . A partir de ese momento, la participación intelectual, acorde con la noción de autonomía del arte, buscó reputarse como una fuerza moral, que apuntaba al bien común, aunque equidistante de los imperativos del Estado o las iglesias. La representación que ofrecía el intelectual no era sólo una representación política (aunque practicara la militancia), sino una intervención analítica y moral capaz de alertar la conciencia y resguardar la dignidad y los derechos inalienables del individuo. Así, con el tiempo el término intelectual, a despecho de su inicial sentido peyorativo, adquiriría el significado de custodias que tutelaban los más altos valores humanos y de guías que orientaban en las más diversas tribulaciones, desde los dilemas de conciencia hasta las encrucijadas históricas.