Pierre Bayard - Cómo hablar de los libros que no se han leído
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- Libro:Cómo hablar de los libros que no se han leído
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2007
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Cómo hablar de los libros que no se han leído: resumen, descripción y anotación
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op. cit.: obra citada
ibid.: ibidem
LD: libro desconocido
LH: libro hojeado
LE: libro evocado
LO: libro olvidado
++: opinión muy positiva
+: opinión positiva
−: opinión negativa
−−: opinión muy negativa
Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.
OSCAR WILDE
Del análisis de todas las situaciones delicadas que hemos abordado en este ensayo, se desprende la idea de que no existe otro remedio, a la hora de prepararnos para su confrontación, que aceptar una evolución psicológica. Una evolución que no se reduce al hecho de aprender a mantener la calma, sino que implica una transformación profunda de nuestra relación con los libros.
Dicha evolución supone en primer lugar llegar a ser capaces de desembarazarnos de toda una serie de prohibiciones, inconscientes en su mayoría, que pesan sobre nuestra representación de los libros y que nos conducen a pensarlos, desde nuestros años escolares, como objetos intangibles y, por consiguiente, a culpabilizarnos a partir del momento en que provocamos transformaciones en ellos.
Sin este levantamiento de prohibiciones, resulta imposible permanecer a la escucha de ese objeto infinitamente móvil en que consiste un texto literario, tanto más móvil por cuanto forma parte integral de una conversación o de un intercambio escrito, y se nutre de la subjetividad de cada lector y de su diálogo con los demás. Una escucha que implica desarrollar una sensibilidad particular hacia todas las virtualidades de las que es portador en esas circunstancias.
Con todo, sin ese trabajo previo sobre uno mismo, resulta igualmente imposible escucharse, sin olvidar las resonancias íntimas que nos ligan a cada obra y cuyas raíces se hunden en nuestra historia. Pues este encuentro con los libros no leídos será más enriquecedor —y compartible— en la medida en que quien lo experimenta extraiga su inspiración de lo más profundo de sí mismo.
Esta escucha diferente de los textos y de uno mismo no está desconectada de lo que cabe esperar tradicionalmente de un psicoanálisis, que tiene como función primordial liberar a quien se presta a él de sus coacciones interiores y abrirlo así, al término de un itinerario del que es el único patrón, a todas sus posibilidades de creación.
A convertirse en creador es precisamente a lo que conduce el conjunto de constataciones realizadas aquí a partir de esta serie de ejemplos; un proyecto accesible para todos aquellos a quienes su trayectoria interior les ha liberado de cualquier sentimiento de culpa.
Y es que hablar de libros no leídos supone una verdadera actividad de creación, tan digna, aunque sea más discreta, que las actividades dotadas de mayor reconocimiento social. La atención dirigida a las prácticas artísticas tradicionales produce el efecto de desdeñar, incluso desconocer, prácticas menos valoradas puesto que se ejercen, por naturaleza, en una forma de clandestinidad.
Sin embargo, ¿cómo negar que hablar de libros no leídos constituye una auténtica actividad creadora que demanda las mismas exigencias que el resto de las artes? Para convencerse de ello basta con pensar en todas las capacidades que dicha actividad moviliza, como las de escuchar las virtualidades de la obra, analizar el nuevo contexto en que se inscribe, prestar atención a los demás y a sus reacciones, o ser capaces de conducir una narración cautivadora.
Pero ese devenir-creador no solo concierne al discurso sobre los libros no leídos. En un grado superior, es la propia creación, sea cual sea su objeto, la que implica cierto distanciamiento de los libros. Como lo ha demostrado muy bien Wilde, existe una suerte de antinomia entre lectura y creación, pues todo lector, perdido en el libro de otro, corre el riesgo de alejarse de su universo personal. Y si el comentario sobre los libros no leídos representa una forma de creación, la creación implica, al revés, no detenerse en exceso en los libros.
Convertirse en el creador de obras personales constituye, pues, la prolongación lógica y deseable del aprendizaje del discurso sobre los libros no leídos. Esta creación supone un paso más en la conquista de uno mismo y en la liberación del peso de la cultura, la cual es a menudo, para aquellos que han sido adiestrados para dominarla, un impedimento para ser, y por consiguiente para dar vida a sus obras.
Si aprender a hablar de libros no leídos es ya una primera forma de encuentro con las exigencias de la creación, recae una responsabilidad particular sobre todos aquellos que se dedican a enseñar: ensalzar esa práctica que, por su experiencia personal, están en disposición de transmitir del mejor modo.
Ahora bien, si nuestros estudiantes son iniciados durante su escolarización en el arte de leer, incluso al de hablar de libros, el de expresarse a propósito de libros no leídos se encuentra singularmente ausente de ese programa como si nunca se pusiera en tela de juicio el postulado según el cual es necesario haber leído un libro para hablar de él. ¿Cabe entonces sorprenderse del desarraigo que padecen los estudiantes cuando son interrogados durante un examen acerca de un libro que no «conocen» y se muestran incapaces de encontrar por sí mismos los recursos para expresarse al respecto?
Ello es debido a que nuestros estudiantes no se otorgan el derecho —puesto que la enseñanza no cumple plenamente el papel desacralizador que debería ser el suyo— de inventar los libros. Paralizados por el respeto debido a los textos y la prohibición de modificarlos, obligados a memorizarlos o a saber lo que «contienen», muchos de esos estudiantes pierden su capacidad interior de evasión y se niegan a acudir a su imaginación en circunstancias en que, no obstante, esta resultaría de lo más útil.
Mostrarles que un libro se reinventa con cada lectura significa procurarles los medios de sortear sin percances, e incluso sacar provecho, de una multitud de situaciones difíciles, pues el valor de saber hablar con sutileza de lo que no se sabe se extiende más allá del universo de los libros. El conjunto de la cultura se abre para quienes manifiestan su capacidad, ilustrada por numerosos escritores, para cortar los vínculos entre el discurso y su objeto, y para hablar de ellos mismos.
Significa ante todo abrirlos a lo esencial, esto es, al mundo de la creación. ¿Acaso podemos ofrecer a un estudiante un obsequio mejor que el de volverlo sensible a las artes de la invención, es decir, a la invención de sí? Toda enseñanza debería tender a ayudar a quienes la reciben a adquirir la libertad suficiente en relación con los libros como para que ellos mismos puedan convertirse en escritores o artistas.
Por todas las razones evocadas a lo largo de este ensayo, continuaré por mi parte, y sin permitir que las críticas me desvíen de mi camino, hablando con tanta constancia como serenidad de libros que no he leído.
Si procediera de otra forma y me uniera a la masa de lectores pasivos, tendría la sensación de estar traicionándome a mí mismo al ser infiel al entorno del que procedo, al camino que he tenido que recorrer entre libros para llegar a crear, y al deber que siento en la actualidad de ayudar a otros a vencer su miedo a la cultura y a osar desligarse de ella para comenzar a escribir.
Título original: Comment parler des livres que l’on n’a pas lus?
Pierre Bayard, 2007
Traducción: Albert Galvany
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Las cuatro abreviaturas utilizadas serán explicadas en los cuatro primeros capítulos. LD designa los libros desconocidos por mí, LH los libros que he hojeado, LE los libros que han sido evocados por alguien, LO los libros que he olvidado (véase la tabla de abreviaturas). Esas abreviaturas no se excluyen entre sí. Se da la indicación en cada título de libro, y únicamente la primera vez que se menciona.
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