Ángel Pestaña - Lo que yo pienso
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- Libro:Lo que yo pienso
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- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1929
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ÁNGEL PESTAÑA NÚÑEZ (Santo Tomás de las Ollas, 14 de febrero de 1886 – Barcelona, 11 de diciembre de 1937) fue un anarcosindicalista español, secretario general de la CNT en varias ocasiones, fundador del Partido Sindicalista y diputado en Cortes Generales por la provincia de Cádiz.
Título original: Lo que yo pienso
Ángel Pestaña, 1929
Imagen de cubierta: Daniel Trindade Scheer
Editor digital: Piolin
ePub base r1.2
[1] Llamémosle «primera» por seguir la costumbre, aunque no haya primera y segunda revolución. No hay más que fases de una misma revolución.
[2] La oposición va desapareciendo a medida que la nacionalización de todas las industrias va poniendo en manos del Consejo de Comisarios del Pueblo los recursos que la prensa necesita para subsistir.
[3] El Programa que circula como tal Programa, fue escrito después de la revolución de 1917. En cuanto a la palabra «bolchevismo», diremos sobre ella lo que dice el mismo Lenin «… “pasemos” sobre el vocablo absurdo y bárbaro de “bolchevismo”, que no quiere decir absolutamente nada, sino esta circunstancia puramente contingente de que en el Congreso de Bruselas-Londres en 1905, tuvimos la mayoría (bolchintsvo)…» (L’Etat et la Revolution).
[4]El Estado y la Revolución, página 35. Edición de la III Internacional, Moscou.
[5]Setenta días en Rusia. Lo que yo vi.
[6] En una cabaña (isba) de mujik, afirmó persona de mi entero crédito, haber visto un piano de cola sirviendo de pesebre a la vaca y el caballo y de lugar en donde ejercitar sus músculos a los chiquillos. En otra isba, unas butacas forradas de raso servían a los niños de deyectorio.
[7] Parece innecesario que llamemos la atención del lector, sobre la imposibilidad de que los Soviets practicasen en el preciso momento de su constitución, los principios que les dieron nacimiento. En la obra que realizaron todo estaba en germen y pronto a la floración. Si se malogró, cúlpese a quienes los desviaron del camino netamente revolucionario.
[8] Conviene hagamos una aclaración para los no muy enterados, ya que suelen leerse cosas con frecuencia cosas bastante confusas al hablar de la significación del Soviet. Hay Soviets de fábricas, de campesinos, de talleres, de despachos, de funcionarios; los hay de una industria, de un oficio, de barriada, de aldea, de pueblo y de población. Como esta profusión de Soviets pudiera desorientar al lector acerca de lo que escribimos, al hablar del Soviet llamado a sustituir al Estado para la ordenación de la vida social en una urbe, población o aldea cualquiera, nos referimos al que desempeña las funciones equivalentes a nuestros ayuntamientos. Todos los demás cumplen misiones especialísimas y necesarias. Pero por lo mismo que se especializan y sólo se ocupan, de un aspecto determinado, no pueden ser los que sustituyan al Estado, ordenando y regulando la cosa pública.
[9] Sabido es que Lassalle, aunque posterior a Marx, resulta ser un precursor del socialismo de Estado. De Engels, individualmente no se habla casi nunca. Por lo que fuere, se convirtió en una especie de alter ego de Marx, su mejor colaborador, confidente de sus ideas y compañero en muchas de sus andanzas. La Historia ha cometido la injusticia de relegarlo a lugar secundario, esfumado en la popularidad alcanzada por Carlos Marx.
A Ángel Pestaña, defensor infatigable de los obreros y sostenedor de las teorías económicas y sociales más audaces, tenía que seducirle irresistiblemente el sistema instaurado en Rusia en octubre de 1917; mas por esto mismo tuvo el régimen bolchevique que repugnarle cuando mostrase su verdadero rostro. Efectivamente, los ataques de Pestaña a la tiranía moscovita, a la dictadura implacable de Lenin y de sus amigos, a los crímenes y a los descomunales errores que estaban cometiéndose en Rusia en nombre de la libertad del pueblo, es probable que no los iguale ni el más empecatado conservador.
Pestaña es de esa ilustre raza de desengañados del bolchevismo, como el húngaro Arturo Koestler, el italiano Ignacio Silone, el negro norteamericano Ricardo Wright, y su repulsa a la tiranía leninista se empareja con la condena de Rosa Luxemburgo, que también quiso hermanar humanidad y revolución.
Segundo de los dos libros en los que Ángel Pestaña expondría las experiencias y opiniones de su viaje a Rusia en 1920, en el que conoció a personajes como Lenin, Trotsky o Grigory Zinoviev.
Ángel Pestaña
Setenta días en Rusia
ePub r1.1
Piolin 05.03.2018
En las páginas que el lector tiene ante su vista, dedicadas a estudiar objetivamente la revolución rusa, hemos procurado observar la más rigurosa imparcialidad, pues aparte de que nada hay definitivo en la evolución político-social de los pueblos, el que un hecho determinado haya de servir como punto de partida para llegar a formas de organización superior, obliga a mantenerse en un terreno de severa ponderación.
Uno de los deberes más arduos de cumplir, al par que inaplazables, es el de exponer las enseñanzas que de la observación del hecho ruso se hayan recogido.
No se nos escapa lo difícil que es vencer apasionamientos y parcialidades partidistas, hallándonos tan próximos al acontecimiento, a la conmoción. Sin embargo, hemos de serenar nuestro propio estado anímico para conseguirlo. Las deducciones que hagamos de cuanto vimos, de sus posibles y probables derivaciones, del alcance y trascendencia que puedan tener, han de ajustarse a la imparcialidad más rigurosa. De no ser así, de no mantenernos dentro del círculo de independencia que la exposición de esas observaciones reclama, cometeríamos un error sectario. Que luego cada cual saque las conclusiones que más convengan a sus fines de partido, nada importa a nuestro propósito de acercarnos a la verdad, interpretarla y difundirla. La severa exactitud al enjuiciar los hechos quedará recompensada con el deber cumplido, primero, y después con la contribución aportada en beneficio de multitud de personas que buscan una directriz para sus ideas sobre la revolución rusa.
Establecemos, pues, desde este momento, una separación entre las ideas que defendemos como propias y la objetividad del estudio crítico que emprendemos. Porque, ¿qué adelantaríamos tergiversando o escamoteando la verdad, si después los acontecimientos vinieran a desmentirnos? Si ocurre algo de esto, no será por falta de sinceridad.
Sabido es que en la mayoría de los escritores y polemistas que se ocupan de los problemas creados por la revolución rusa, existe una desviación de pro y contra. Para nosotros sería estúpido acrecentar esa desviación.
Hoy mismo, mucho de lo escrito sobre la revolución rusa, está fuera de circulación. Nadie lo acepta como veraz y menos como imparcial. ¿Imitaríamos a sabiendas, a quienes propalaron versiones amañadas? ¿Querríamos ser sus continuadores? De ninguna manera. Antes romperíamos la pluma. Verdad es que por ello las cosas quedarían como están; pero no aumentaríamos la confusión existente, no exacerbaríamos las pasiones, ventajas no despreciables en estos tiempos en que tantos escriben con miras poco honestas.
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