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Ángel Munárriz - Iglesia S. A.

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Ángel Munárriz Iglesia S. A.

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Luz

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Agradecimientos

Agradecimientos

Este libro está escrito en paralelo a mi cobertura de la Iglesia para Infolibre. El primer agradecimiento es al director del periódico, Manuel Rico, por darme espacio y confianza. El segundo es para todos los que, desde los ámbitos económico, legal, político, eclesial, teológico o histórico, me han ayudado en mis reportajes y análisis. Sólo puedo citar a quienes no lo han hecho preservando el anonimato. Seguro que me dejo a demasiados en el tintero, pero tengo que destacar desordenadamente a Antonio Manuel Rodríguez —política y ley pueden ser poesía—, Francisco Delgado, Gómez Movellán, Asunción Villaverde, Jorge García, José María Rosell, Claudio Rodríguez, María Dolores González, Andrés Valentín… Todos ellos están en primera línea de una batalla social de enorme importancia, como Carlos y Sandra, padres indignados. El trabajo de Europa Laica y Recuperando me ha dado aliento y guía. Alejandro Torres, Evaristo Villar y Juan José Tamayo me han hecho observar extensas superficies desde muy alto. La clarividencia jurídica de Enrique Ruiz ha sido impagable. Cuando lo he requerido, el técnico de Hacienda José María Mollinedo ha estado ahí para explicar. El arqueólogo Fernando Arce y el historiador Alejandro García Sanjuán saben bien de lo que hablan.

No siempre han podido atender todos mis requerimientos, pero agradezco su paciencia y consideración al personal de comunicación de la Conferencia Episcopal. No ha pasado una semana sin alguna noticia sobre la Iglesia en Infolibre, la mayoría de las veces crítica. Siempre han respetado mi trabajo. Especialmente gentil fue Fernando Giménez Barriocanal, que sabe argumentar y encajar. Diócesis como Madrid, Sevilla, Córdoba, Almería, Palencia, Vitoria, Bilbao, Valladolid o Lugo han respondido. Pablo Delclaux, director del Secretariado para el Patrimonio Cultural de la CEE, fue amable y diligente. También Pilar Gordillo y Francisco Moya, pese a que quizá les incomodó la publicación de noticias sobre su actividad empresarial, que, por otra parte, desarrollan con brillantez. Juan José Morillas, portavoz del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla, fue preciso en el dato y franco en la explicación.

Difícilmente hubiera hilvanado este libro sin las informaciones publicadas por periodistas como Juan J. Bedoya, José Manuel Vidal, Jesús Bastante o Elena Herrera, entre otros. Gracias por tantas migas de pan en el camino. Los trabajos de López Villaverde, Mariano Sánchez Soler, Castellà-Gassol y Alfonso Torres han sido un regalo.

Agradezco a Magda Bandera que me condujera a este proyecto. A Pascual Serrano, director de la colección, su generosidad. Y a los periodistas Antonio Avendaño, Raúl Bocanegra, Olivia Carballar, Laura León y Francisco Artacho, su amistad y compañerismo. Hubiera deseado que José Luis Gordillo pudiera leer este libro.

A la infinidad de personas que se inspiran en la fe religiosa para entregar lo mejor de sí mismas, gracias. A quienes, por su afecto por la Iglesia o su convicción creyente, estas páginas puedan molestar, les ruego que las lean con amplitud de miras. Tengan presente que es un texto sobre los hombres, no sobre Dios.

Por último, gracias a Ana, mi compañera.

I. El tinglado

I

EL TINGLADO

1.1. Palabra (y dinero) de Dios

1.1. Palabra (y dinero) de Dios

De cómo las 40 000 entidades de la Iglesia ocultan su contabilidad. De cómo resuelve la Iglesia el conflicto entre el verso de la fe y la prosa del dinero. Del control que la delegación vaticana local ejerce sobre las almas, las aulas y las arcas

El dinero, el poder, la verdad y la fe

«Amarás a Dios sobre todas las cosas» (primer mandamiento)

A la Iglesia, además del consuelo de las almas y la dirección moral, se le dan bien el dinero y las palabras. Usa el lenguaje, tocado por el prestigio antiguo de la Casa de Cristo, no sólo para honrar a su dios, sino también para defender sus riquezas. Por eso hablar de la Iglesia y de su dinero, también de su poder, requiere hablar de su palabra y de su mensaje. No hay compartimentos estanco. En la naturaleza íntima de la Iglesia todo se mezcla en un balance confuso. En ocasiones no se distinguen el dios y el dinero. No pueden analizarse por separado, porque no es fácil saber si la Iglesia se debe a su fe o a su riqueza, ni si esta es un medio o el fin mayor.

El uso que la Iglesia hace del lenguaje es sinuoso como la propia institución. La Iglesia no es fácil de entender, ni de explicar. No lo son su estructura ni su funcionamiento. Tampoco lo es desvelar sus contradicciones, con las que convive con aplastante naturalidad. Como si no existieran. Las niega o las quema como a un hereje. Pero las contradicciones existen y se multiplican en el conflicto entre el verso de la fe y la prosa del dinero. La Iglesia es una institución terrenal que se ocupa de asuntos divinos, o al revés. Predica la pobreza, pero ostenta un ingente patrimonio. Nos declara a todos hermanos, pero acumula privilegios. Se dice poseedora de la verdad, pero incurre en la ocultación, o usa el envoltorio de las palabras equívocas. O manipula. Quizás incluso miente.

El octavo mandamiento es una opción contingente para los gerifaltes de la Iglesia. Tenemos casos cerca. Al menos una vez, Antonio María Rouco Varela, hombre fuerte del alto clero español durante dos décadas, prescindió de la verdad en defensa de los intereses de la Iglesia, que es la Verdad mayúscula a la que se debe monseñor. Dijo Rouco en 2012, siendo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que la exención a la Iglesia del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) sólo afecta «a los edificios de culto donde se practica la actividad pastoral y a las catedrales». Pero no es verdad. Sólo sería cierto si aceptamos pulpo como animal de compañía. O si aceptamos —como veremos luego— que un convento en la Costa Brava es «un edificio de culto».

No es habitual sorprender en mentira flagrante a los ministros de la Iglesia. Su lenguaje suele planear por encima de la materia, donde la concreción es obligada. Incluso a algo tan contante y sonante como el dinero logran aplicarle una retórica metafísica, que difumina los hechos hasta confundirlos con intenciones y que convierte el pensamiento mágico en orden probado. Así erigen una lógica según la cual los privilegios eclesiales no son tales, sino derechos adquiridos en razón de la historia de la Iglesia, la «única institución que estaba en España antes que España», como suelen repetir; la Iglesia no le cuesta dinero al Estado, pese a la evidencia de los miles de millones al año, sino que se lo ahorra, y las inmatriculaciones no han sido una apropiación alevosa, sino un inocente acto burocrático. Por supuesto, las inversiones de la Iglesia, tan similares a las de cualquier operador capitalista, no demostrarían su avidez mercantil, sino un sano empeño por proveerse de los recursos para difundir el Evangelio. Y así ad infinitum.

Por fortuna siempre queda la opción de pedirles los papeles, que es lo que hacemos los periodistas cuando un entrevistado se pone correoso. Y ahí flaquean. No hay documentos que prueben la titularidad de miles de bienes inmatriculados. En cambio, sí los hay que acreditan los privilegios de la Iglesia en materia fiscal. Los cálculos con los que defienden el supuesto «ahorro» que permite al Estado son groserías numéricas sin rigor. Las memorias justificativas del uso que dan al dinero público que reconocen recibir —una parte mínima del total que en realidad reciben— carecen de detalle y fiscalización. Y, lo más elocuente de todo, a las preguntas fundamentales no dan respuesta. Silencio.

¿Cuánto dinero público recibe la Iglesia al año en España? Es más, ¿cuánto patrimonio posee? ¿Cómo y dónde invierte su dinero? Nada. No hay respuesta.

Pero aquí viene la noticia alentadora: ese silencio, ese empeño en no mostrar completa la fotografía empresarial de la Iglesia, es lo que puede dotar de mayor interés —el lector lo dirá— a este libro. Al tener que buscar aisladamente cada privilegio, cada negocio, cada omisión, cada contradicción, sin que ni las instituciones públicas ni la Iglesia contribuyan a facilitar una visión de conjunto, ha ido surgiendo una perspectiva inédita. El cuadro decepcionará a quien espere ver un reflejo de nobles valores cristianos.

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