Anexo a las memorias
Dos cartas
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Praga, 17 de junio de 1958.
Queridos hijos y nietos,
París.
¡Salud! He recibido tu extensa carta sobre vuestra estancia en el país, pero veo que ya estás de nuevo en Francia. Verdaderamente te has dado prisa, pues yo creía que tardarías más en volver. En fin: has visto Balaguer, has hablado con la gente y con la familia y parece que has sacado buena impresión. Me satisface mucho saber que se acuerdan de Pàmies y que sus hijos son bien recibidos y respetados. No es que lo considere un favor que nos hacen, sino un buen signo para la convivencia del mañana y que dice mucho a favor del pueblo.
Me complace lo que dices de mi amigo Margineda, porque yo también lo recuerdo a menudo. Eso que te ha dicho, que le gustaría hablar conmigo y que ahora ya no nos pelearíamos, es muy sintomático de la evolución de los poumistas y también de la nuestra.
Que mi hermana Francisqueta se ha hecho vieja, ya me lo pensaba, y tampoco me extraña que el hereu se conserve y vaya tan elegante como dices. ¡Que se lo meta en salmuera! El amigo Pujades ya debe ser un gran capitalista, pero no me negarás que trabajar a sus años de un oficio tan esclavo como el de sastre, tiene sus méritos. Julio Barbosa, como siempre, debe hacer profecías, porque es un hombre optimista pero pasivo, y a los pasivos les gusta mucho profetizar.
Lo que no me parece correcto es que no hayas visitado a los Tarragona. Habrían tenido una gran alegría, porque, según me dijo una vez la señora Margarita, de toda nuestra familia eres la que más recuerdan, y no es de extrañar si tienes en cuenta que la señora Margarita es madre, y las madres no olvidan jamás a quienes les salvaron los hijos, cosa que hicimos tú y yo, aunque no debamos presumir de ello, ni pasar factura, porque era nuestra obligación frente a los incontrolados que se lo querían comer todo.
Muy contento de que Perico te haya puesto en relación con Saura, pero no tanto de que le hayas pedido influencias o referencias para mi pasaporte. Ahora dices que es un gran magistrado y si actúa rectamente no hay nada que objetar. No me extraña que te haya dicho que tu padre es un romántico, pero lo que sí me extraña es que con esta palabra inofensiva y simpática haya salido airoso y que tú te creas que si él no hace nada por mí es porque no puede. ¡Claro que puede! Pero su ayuda no la quiero, ni la suya ni la de nadie, porque si vuelvo ha de ser sin mendigar ningún perdón ni protección. Ahora dices que el consejo que te ha dado Saura es volver por las buenas, y que esto se dice pronto y tal… Recuerda, si tienes memoria, que de Viena ya me escribieron diciendo que yo podía volver a España si estaba dispuesto a hacer frente a la justicia. Sabes que yo me quise presentar y tú creíste que sería un suicidio. Ya ves: ahora, ellos te dicen que, sean cuales sean las condiciones, acepte. Y claro que las aceptaré. Es cuestión mía y nadie se atreverá a sostener una acusación que, de hecho, ha sido inventada por los verdaderos culpables. Y tú, una vez más, dices que hay que reflexionar, que ya soy viejo y tal…, pero entonces no era yo tan viejo.
En fin: sin ningún martirologio ni gran preocupación, seguiré esperando de lejos. Cada vez que hablamos de esto tengo el sentimiento de que vosotros no queréis líos, porque, de todos modos, volver como te aconseja Saura es un asunto espinoso y hay que tocar muchas teclas.
Volviendo a tus impresiones de Balaguer, me hace el efecto, Teresa, que a ti te ha pasado como a José: «Balaguer es triste… Balaguer es pobre… Yo ya no podría vivir allí…». Perdona que te diga que estos gemidos me dan mala espina y denotan un desprecio negativo, como todo desprecio, pues no lo hay positivo.
Balaguer es gris, pero seguro que no hay aquella hambre… Una vez allí, te adaptarías, pero me temo que no querrás adaptarte a la vida sencilla. Estoy seguro que Balaguer no es ni será nunca más el de nuestra juventud: un pueblo hipócrita, un pueblo cavernícola depravado a causa de la miseria y el oscurantismo clerical y fanático. Estoy convencido que la solidaridad entre los trabajadores es mayor y más extendida.
Si tú no lo has visto, ¡malo, malo, malo! Dejamos allí el rescoldo y solo habrá que remover un poco las cenizas. Si tú no has notado ese rescoldo, ¡malo, malo, malo!
Siento mucho que en casa de mi hermana haya pequeñas disputas por intereses. De toda la familia, el mejor era Mariano. Los otros, más o menos por el estilo: fanfarrones, astutos y de poca confianza, y no es que no los quiera, que ya sabéis la estima que siempre tuve por el Ton y mi hermana, pero, familia o no familia, los sobrinos, fuera de Mariano, no me gustan. Dices que el mayor mantiene íntegras sus convicciones con todo lo que ha sufrido por ello, pero tú, en unas horas de verlo comer en su mesa un puñado de aceitunas y un cacho de pan, ya te crees autorizada para extender carnets y certificar comportamientos.
Lo conozco mejor que tú, y lo repito: de la familia, el mejor, Mariano.
Todo lo que cuentas de la Teresa de Badía es literatura de secano. No te negaré que la descripción que haces de su café, jugadores de cartas y dominó, bebedores de vermut y machacones del billar, me ha recordado —como si volviera a verlo— el ambiente de la casa Badía, pero todas las tonterías que dices te ha dicho la cafetera no son más que ganas de escribir para la galería, aunque comprendo tu intención, que no era otra que la de distraerme. Pero si piensas que tu padre se aburre, te equivocas.
Nos divertimos mucho. Cada semana, María y yo vamos al cine y al Teatro Nacional. Hemos visto las óperas de Smetana, sobre todo La novia vendida, que me ha gustado mucho. Tengo una pensión más alta y sacamos jugo a la vida.
Hemos ido a la Feria de Brno y las dos noches en el hotel han sido la luna de miel, pero la Feria no me ha gustado mucho por el exceso de maquinaria agrícola y de telares. Compramos una muñeca para la María Rosa, una muñeca vestida de eslovaca con cintas de color en las trenzas. Nos ha costado sesenta y cinco coronas, cosa que muestra que la muñeca es de calidad y no una pepona de real, porque a la María le gusta hacer las cosas bien y es mujer de gusto. Solo os diré que la muñeca es una monada, tan mona que en el tren, de regreso a Praga, hizo las delicias de todas las niñas que viajaban, y esto que la teníamos envuelta en papel transparente para no ensuciarla, pues ya sabéis cómo van los trenes checos: con carbón, o sea, que viajando por ferrocarril agarras polvareda negra de la cabeza a los pies.
Eso de la Feria de Brno hace ya algunos días, precisamente cuando tú estabas en Balaguer, y me extraña que el hereu no te dijera que le enviamos una postal; pero el hereu no puede sufrir que yo me pasee todavía con una mujer como la María, bien conservada y retozona como un gorrión, mientras él, mi hermano, no tiene más consuelo que sobar las camareras de los cafés.
Por cierto: no me dices si aún existe el Café de Torrons y si la Torronetes todavía se menea por aquellos parajes.
La verdad es que, aparte de la familia y de algún buen amigo como Margineda, no has visto nada en Balaguer, y no es extraño que hayas vuelto tan de prisa y corriendo. Ahora bien: habrá que decidirse, ¿vuelves o no vuelves? Si ya tienes pasaporte, ¿qué esperas? No es que tu padre te dé órdenes, ni mucho menos, pero en lugar de toda esa literatura sobre la emoción de las piedras que te vieron dar los primeros pasos, me habría satisfecho alguna palabra sobre el retorno para siempre y no la ida y vuelta de turista.
Piensa, hija, que si no volvéis ahora ya no volveréis. Y si no volvéis, ¿qué seréis? Extranjeros, siempre extranjeros.
A José le aconsejé más o menos lo mismo, pero su caso es distinto. Tiene la mujer francesa. Los franceses no emigran nunca, y las francesas son buenas amas de casa y saben retener al marido. Con José hay que enfocar las cosas de otra manera, pero tú no tienes motivos para seguir exiliada. ¿Los críos? Problemas te dan y problemas te darán, pero cuando puedan decidir ellos no querrán ir a España.