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Miguel Ángel Revilla - Este país merece la pena

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Miguel Ángel Revilla Este país merece la pena

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De la mano de Miguel Ángel Revilla, uno de los políticos y personajes públicos más admirados y reconocidos del momento, recorremos España de punta a punta en busca de historias singulares de gente corriente y de gente muy conocida que merecen la pena de verdad. Revilla, en un libro único y emocionante, nos hará llorar y reír por igual, y nos presentará a personas que simbolizan lo que es este país: singular, diferente y, por encima de todo, extraordinario. A través de estas páginas descubriremos que este es un país que merece la pena, más allá de que los corruptos proliferen como setas en el otoño.

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Miguel Ángel Revilla

Este país merece la pena

ePub r1.0

Titivillus 08.05.16

HISTORIA DE UN VIAJE

En los últimos años he repartido mucha caña contra esa corrupción que vive amparada por los dos grandes partidos hegemónicos en España. Lo he hecho en conciencia, denunciando situaciones que no deberían quedar impunes bajo ningún concepto, por la salud moral de todos y por la mía propia. He levantado la voz muchas veces porque no puedo callarme ante las injusticias que contemplo a diario en los medios de comunicación, pero también al saber de cientos de historias de personas anónimas que me han escrito cartas o me han contado su drama personal en alguno de tantos encuentros que tengo a diario con gente de cualquier lugar de España.

Como he dicho, soy crítico porque creo que es lo que mi conciencia me dice que tengo que ser, pero, por momentos, también me he sentido culpable de ayudar a generar una imagen impresentable de mi país. En cierto sentido, he colaborado a afianzar en el inconsciente colectivo una idea terrible, esa que da a entender que la corrupción y la filosofía de «tonto el último» son estigmas genéticamente instalados en el carácter español.

Pero, con sinceridad, creo que esto no es así, la gente sin escrúpulos es una minoría en España, esta no es una tierra de depredadores, es un país maravilloso lleno de gente buena y trabajadora, de gente que merece la pena. No todo son tarjetas negras, cuentas en Andorra y gente de mala ralea que se apropia de lo ajeno. Todo lo contrario. En este país siempre han sido mayoría los que saben superarse y ayudar a los demás; nuestra historia está plagada de nombres y hechos que dan fe de ello.

Por todo esto, para quitarme esa espina de culpabilidad y para poner en valor a tantas personas de las que no se habla en los medios porque no son noticia, porque solo son buenas personas, no dudé en aceptar la invitación de Mediaset para dar forma a un programa de televisión en el que, precisamente, esta gente que merece la pena fuera quien tuviera la palabra. Gracias a esta iniciativa, he tenido ocasión de visitar lugares de España que no conocía, rincones y gentes que no olvidaré nunca y que me han abierto los ojos ante realidades que no deben permanecer silenciadas por más tiempo. Ciudadanos que se levantan cada mañana para sacar adelante a sus familias y a sus empresas, personas que no se dedican a pisotear al resto y que anteponen una admirable vertiente solidaria a cualquier egoísmo personal. Gente que, independientemente de las diferencias entre los territorios, coincide en que hay que pasar a la acción, en que hay que exterminar ese cáncer que se está comiendo el país y recuperar la fe en España.

GENTE EXTRAORDINARIA

Como podrán comprobar a lo largo de los siguientes capítulos, durante esta aventura he conversado con personas de gran relevancia social. Ahora me viene a la cabeza la entrevista que mantuve en la puerta de la cárcel de Soto del Real con Elpidio José Silva, un juez víctima de la «osadía» de querer meter a un poderoso en la cárcel. O el encuentro con mi amigo Pascual Maragall, que pelea cada día contra esa cruel enfermedad que es el mal de Alzheimer; con ese ejemplo de coherencia vital y política que es Julio Anguita; con el mejor gimnasta español de todos los tiempos, Gervasio Deferr, volcado en un proyecto deportivo para chavales sin recursos; con la mayor eminencia en cardiología del mundo, Valentín Fuster…

No quisiera dejar de mencionar en este punto al chef Darío Barrio, tristemente desaparecido el día anterior a la fecha en que teníamos previsto conocernos. Él, optimista por naturaleza, apostaba por el futuro y predicaba con el ejemplo contratando en su restaurante a jóvenes cocineros formados con Chema de Isidro, otro grande en cuya escuela descubre y forma talentos de la cocina rescatados de barrios donde la marginalidad es mucho más que una amenaza.

Pero en este tiempo no todo han sido charlas con personajes tan célebres como los que acabo de mencionar. En mi periplo he podido entrar en las casas de personas anónimas, como Ana Pajarita, una maravillosa pintora que vive casi inmovilizada en su cama desde hace más de treinta años, pero que mantiene intactas las ganas de vivir. He visitado a Javier Hernández, que, a pesar de nacer sin brazos, se propuso llegar a una final paralímpica de natación y lo consiguió. He conocido a unos padres capaces de movilizar a todo el país para recoger tapones de plástico con los que financiar una operación que ha salvado la vida de su hija. He abrazado a José Antonio Casanueva, el abuelo de Marta del Castillo, el «abuelo coraje», que ha consagrado su existencia a encontrar el cadáver de su nieta para poder enterrarla. He podido ver la alegría en los ojos de Susana, una madre que decidió donar los órganos de su bebé fallecido y ahora abandera la causa de los trasplantes en España. He conocido a héroes que ayudan desde ONG como la de Cipriano González, que da de comer cada año a miles de personas para que no pasen el hambre que pasó él de niño, o la de Luis Berasategui, un piloto de treinta y siete años que podría vivir como un pachá y que jamás se ha tomado unas vacaciones porque sus días de ocio consisten en acudir a la llamada de niños del Tercer Mundo que necesitan de su ayuda como piloto de aviones. Pero estas son solo algunas de las historias que he querido recuperar en este libro, historias que me han dejado profundamente impresionado.

NUEVOS LUGARES, NUEVAS GENTES

Otra de las oportunidades que me ha brindado realizar estas entrevistas ha sido la de conocer rincones de la geografía española que nunca antes había visitado. Uno de estos lugares es Lebrija, en Sevilla. Confieso que hasta que no he estado allí mis únicos referentes sobre este municipio eran la Gramática de Antonio de Nebrija y el cantaor Juan Peña El Lebrijano. Qué le vamos a hacer, los caminos que he recorrido durante mis más de siete décadas de vida nunca me habían llevado hasta la fecha a este lugar.

La cosa cambió hace ahora un año, cuando, durante una charla que fui a dar al pueblo de Rociana, en Huelva, un hombre se me acercó y me dijo que tenía que ir algún día a hablar a Lebrija. Este hombre, José Manuel, se había recorrido ciento ochenta kilómetros solamente para verme y decirme que era forofo mío, que me seguía en Twitter y en Facebook, que se había leído y releído todos mis libros, que se ganaba la vida como vendedor ambulante aquí y allá y que si me animaba a ir a Lebrija él se encargaba de organizar todo. Yo no le dije que no, nunca digo que no a nadie en estos casos, pero tampoco puedo comprometerme en firme a nada. Al cabo del día son muchas las peticiones de este tipo que recibo y mi agenda no me permite atender a todas, no porque provengan de pueblos más grandes o más pequeños o porque piense que el esfuerzo no me compensa por algún motivo, no, ya he dicho muchas veces que nadie es más que nadie. Es que materialmente no tengo tiempo.

La gente lo entiende y acepta que no pueda estar cada día del año en un lugar distinto, lejos de mi casa. Pero José Manuel no se conformó con la posibilidad como respuesta e insistió. Mucho. Muchísimo. Creo que puedo asegurar que jamás en toda mi vida he conocido a nadie más pertinaz. Durante el último año rara ha sido la semana que no me ha escrito algún mensaje recordándome su invitación. Por eso, cuando surgió la posibilidad de ir a Andalucía, pedí a la productora que hiciéramos un alto en Lebrija. En el camino, en las áreas de servicio y gasolineras donde paramos, a bastantes kilómetros de nuestro destino, ya encontré carteles anunciando mi visita. Los había hecho y distribuido José Manuel.

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