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Markus Gabriel - Por qué no existe el mundo

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Markus Gabriel Por qué no existe el mundo
  • Libro:
    Por qué no existe el mundo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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Por qué no existe el mundo: resumen, descripción y anotación

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I

¿Qué es en realidad eso del mundo?

Empecemos por el principio. ¿Qué es el todo? Esta es la pregunta filosófica básica por excelencia. Un día llegamos al mundo sin saber de dónde venimos ni hacia dónde vamos. Y mediante la educación y la costumbre vamos encontrando nuestro sitio en el mundo. Y en cuanto nos acostumbramos al mundo, casi siempre se nos olvida preguntar qué es el todo. ¿Qué es en realidad eso del mundo?

Generalmente en nuestra vida adquieren sentido nuestros encuentros, esperanzas y deseos. Por ejemplo, en este momento estoy sentado en el vagón de un tren en Dinamarca. Junto a mí alguien escribe un SMS. El controlador de boletos va y viene, e intermitentemente escucho murmullos en danés. Todo esto adquiere sentido, pues viajo hacia Aarhus, una ciudad en el norte de Dinamarca, para lo cual me transporto en tren y durante el trayecto atestiguo lo normal de un viaje en tren. Por otra parte, ahora imaginemos a un ser extraterrestre que mide 7.20 metros de altura, constituido por un líquido verdoso, que llega a la Tierra y aborda el mismo tren. A este extraterrestre todo le parecería bastante extraño, quizás hasta absolutamente incomprensible. Se escurre a través de los pasillos angostos de mi vagón y se sorprende ante todas las nuevas impresiones (sobre todo ante los animales peludos, sentados en esquinitas, que mueven los dedos sobre pantallitas).

En cierto sentido los filósofos contemplan el mundo como los extraterrestres o los niños. Todo el tiempo, todo es nuevo. En efecto, desconfían de los juicios profundamente arraigados e, incluso, desconfían de las pretensiones de conocimiento de los expertos. De entrada, los filósofos no creen en nada en absoluto. Para esto seguimos el arquetipo de un gran héroe filosófico: Sócrates. En su famoso discurso de defensa ante el juzgado ateniense, Sócrates explicó: «Yo solo sé que no sé nada». Por lo menos para los filósofos esto no significó ningún cambio.

Sin embargo, se puede aprender bastante de la filosofía, en especial se puede aprender que jamás debe olvidarse que el mundo podría ser por completo diferente a como se nos presenta. Todo el tiempo la filosofía pone en duda todo, incluso la propia filosofía. Solo así existe la posibilidad de entender qué pueda ser el todo. Si uno se involucra de manera intensa con la filosofía y con sus grandes preguntas, entonces se supone que se aprende a corroborar lo que se da por supuesto, una postura que, por cierto, se encuentra detrás de casi todas las grandes conquistas de la humanidad. Si nadie se hubiera planteado la pregunta sobre cómo debemos vivir de manera colectiva, entonces jamás habríamos alcanzado la democracia, ni la idea de una comunidad libre. En caso de que nadie se hubiera preguntado en dónde nos encontramos, ni siquiera sabríamos que la Tierra es redonda y que la luna no es sino una roca que se traslada a su alrededor. Por esta aseveración se culpó de sacrilegio contra los dioses al filósofo griego Anaxágoras. Y Giordano Bruno, el mayor de los filósofos italianos, fue condenado por herejía, debido a que opinaba que había cosas fuera de la Tierra y que el universo era infinito. Esto parecía incompatible con la teología cristiana, que asumía al hombre y a la Tierra en el centro del interés de Dios, y que este creó el universo en un momento particular (por lo que no podría ser infinito).

Por lo tanto, la pregunta principal de este libro es ¿qué es el todo? ¿Tienen algún sentido la vida, la historia y el conocimiento humanos? ¿No somos tan solo animales en algún planeta, algún tipo de hormigas cósmicas, o de cerdos en el espacio? ¿No somos simplemente seres bastante extraños a quienes temen extraterrestres bastante extraños, tanto como nosotros tememos a los alienígenas de las películas?

Si queremos descubrir qué es el todo, en primer lugar debemos olvidar lo que creemos saber y comenzar desde cero. René Descartes caracterizó con razón la actitud filosófica fundamental al decir que, por lo menos una vez en la vida, debería ponerse en duda todo lo que se cree. Por lo tanto, colguemos nuestras convicciones de costumbre en el perchero y preguntémonos —como extraterrestres o como niños— en dónde nos encontramos en realidad, pues antes que nos preguntemos qué debe ser el todo, parece razonable responder la pregunta acerca de qué es el todo.

En El meñique del Buda (2005), una novela bastante leída, uno de los personajes, llamado Piotr Pustota (en español: Pedro Vacuo), hace la siguiente reflexión: Moscú se encuentra en Rusia; Rusia se encuentra en dos continentes; los continentes se encuentran sobre la Tierra; la Tierra se encuentra en la Vía Láctea y la Vía Láctea en el universo. Pero ¿en dónde se encuentra el universo? ¿En dónde se encuentra el ámbito en el que se encuentra todo lo mencionado? ¿Quizá se encuentra en nuestros pensamientos que giran en torno a dicho ámbito? Pero en ese caso, ¿en dónde se localizan nuestros pensamientos? Si el universo se localiza en nuestros pensamientos, entonces no pueden localizarse en el universo. ¿O sí? Escuchemos a los dos protagonistas en su diálogo socrático.

Brindamos y bebimos. «¿En dónde está la Tierra?». «En el espacio». «¿Y en dónde está el espacio?». Pensé un momento. «En sí mismo». «¿En dónde está ese “sí mismo”?». «En mi consciencia».

«De ahí se sigue, Petka, que tu consciencia está contenida en tú consciencia». «En efecto». «Entonces», dijo Chapáyev mientras se alisaba el bigote, «escúchame con atención. ¿En dónde se encuentra?». «No entiendo del todo… El concepto de lugar es también una categoría de la consciencia, de manera que…». «¿En dónde está el lugar? ¿En qué lugar se encuentra el concepto de lugar?». «Digamos que en ningún sitio. Sería mejor decir que la reali…». No pude concluir. ¡Conque esas tenemos!, pensé. Si usara de nuevo la palabra «realidad», volvería a mis pensamientos y me preguntaría en dónde se localizan. Le diría que en mi cabeza… un ping-pong sin fin.

Con esto, Piotr resume el pensamiento vertiginoso de que el mundo no existe. A final de cuentas, todo sucede en un no-lugar. El título original de la novela sería, en una traducción literal, Chapáyev y la vacuidad, y su autor, el escritor ruso Víktor Pelevin, quien se ha vuelto famoso, nos ofrece en el título una respuesta a la pregunta acerca de dónde nos encontramos: nos encontramos en el universo, que se localiza en el vacío, en la nada. Todo está rodeado por un inmenso vacío que recuerda a La historia interminable de Michael Ende, en la que el mundo fantástico infantil, Fantasía, está continuamente amenazado de ser devorado por la nada. Todo se encuentra tan solo en nuestra fantasía y fuera de ella está la nada que la amenaza. Por lo tanto —este es el mensaje de la novela—, debemos conservar el mundo de la fantasía infantil y cuidarlo y, como adultos, no debemos permitirnos dejar de soñar, pues, de lo contrario, caeríamos en la nada, en una realidad absolutamente vacía de significado, en la que ya nada tendría sentido.

La filosofía se involucra con preguntas que lanzan novelas como El meñique del Buda, La historia interminable, o películas como Inception, de Christopher Nolan, o la cinta de Rainer Werner Fassbinder Welt am Draht, una película para televisión, la mejor predecesora de Matrix. Estas preguntas no se plantearon por primera vez en novelas posmodernas, o en la cultura pop de los siglos XX y XXI. La pregunta acerca de si la realidad es tan solo una especie de ilusión gigante, un simple sueño, ha dejado profundas huellas en la historia del espíritu de la humanidad. Desde hace milenios se plantea continuamente allí donde hay religión, filosofía, poesía, pintura y ciencia.

También las modernas ciencias naturales cuestionan gran parte de la realidad, a saber, aquella que percibimos mediante los sentidos. Por ejemplo, en la modernidad temprana, Galileo Galilei, otro hereje italiano que fue condenado, dudó que hubiera colores independientes de nuestra percepción, y sostuvo que la realidad era incolora y que está constituida por objetos materiales descriptibles —al igual que sus desplazamientos de lugar— en términos matemáticos. La física teórica moderna es todavía más radical. Los representantes de la llamada Teoría de cuerdas aseguran que, a final de cuentas, la realidad física ni siquiera nos es familiar en términos espacio-temporales. Podría tratarse de una especie de holograma espacio-temporal de cuatro dimensiones que se proyectaría a través de dimensiones mayores en una especie de procesos que podemos describir por analogías físicas.

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