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Konrad Lorenz - Sobre la agresión el pretendido mal

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Konrad Lorenz Sobre la agresión el pretendido mal
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    Sobre la agresión el pretendido mal
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    1963
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Sobre la agresión el pretendido mal: resumen, descripción y anotación

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Konrad Lorenz Sobre la agresión El pretendido mal Título original Das - photo 1

Konrad Lorenz

Sobre la agresión

El pretendido mal

Título original: Das sogenannte Böse

Konrad Lorenz, 1963

Traducción: Félix Blanco

A MI MUJER

PREFACIO

Un amigo mío, que había emprendido la tarea, verdaderamente propia de un amigo, de leerse todo este manuscrito con intención crítica, me escribió, cuando llevaba leída más de la mitad, que «ya iba por el segundo capítulo, que lo estaba leyendo con mucho interés, pero al mismo tiempo con un creciente sentimiento de inseguridad, porque no veía exactamente qué relación podía tener con el todo». Y pedía que yo le facilitase la tarea.

Como su crítica estaba sin duda plenamente justificada, hago este prefacio con el fin de poner en claro para el lector desde el principio hacia dónde va la obra y qué relación tiene cada capítulo con el fin general.

Tratase en ella de la agresión, o sea del instinto que lleva al hombre como al animal a combatir contra los miembros de su misma especie. Me decidió a escribirla la casual combinación de dos circunstancias. Había yo ido a los Estados Unidos, en primer lugar para dar algunas conferencias sobre la teoría comparativa del comportamiento y la fisiología del comportamiento (etología) a psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos y en segundo lugar para comprobar mediante la observación directa en los bancos de coral de la Florida una hipótesis que se me había ocurrido, sobre la base de observaciones en acuario, acerca del comportamiento agresivo o agonístico de ciertos peces y el papel de su coloración en la conservación de la especie. En las clínicas hablé por primera vez con psicoanalistas para quienes no eran las teorías de Freud dogmas inviolables sino, como es propio de cualquier disciplina científica, hipótesis de trabajo. Vistas de este modo me resultaban comprensibles muchas cosas que yo antes rechazara por demasiado audaces en las teorías freudianas. Las discusiones sobre sus teorías de la motivación revelaron inesperada concordancia entre los resultados del psicoanálisis y la fisiología del comportamiento, cosa tanto más importante por la diversidad de enfoque, de métodos y, sobre todo, de base inductiva. Yo esperaba insalvables diferencias de opinión en relación con el concepto de instinto fanático (pulsión de muerte), que según una teoría de Freud consiste en un principio destructor polarmente opuesto a todos los instintos de conservación del individuo. Esta hipótesis, extraña a la biología, es para el etólogo no sólo innecesaria, sino falsa. La agresión, cuyos efectos suelen equipararse a los del instinto de muerte, es un instinto como cualquier otro y, en condiciones naturales igualmente apto para la conservación de la vida y la especie. En el hombre, que ha modificado por sí mismo y con demasiada rapidez sus propias condiciones de vida, el impulso agresivo produce a menudo resultados desastrosos, pero otro tanto hacen otros instintos, aunque de forma menos impresionante. Y cuando me puse a defender esta posición respecto a la teoría del instinto de muerte con mis amigos psicoanalistas me hallé inesperadamente como quien intenta forzar una puerta abierta. En muchos pasajes de la obra freudiana me mostraron cuán poca confianza tenía él mismo en su hipótesis dualista, que le debía resultar, como a buen monista e investigador científico-natural de pensamiento mecanicista, fundamentalmente extraña y repelente.

Poco después, estudiando directamente los peces del coral que viven en aguas calientes, y en los cuales es visible la función preservadora de la agresión, me acometió el deseo de escribir este libro. Y es que la etología conoce tanto la historia natural del instinto de agresión que le es posible declarar las causas de buena parte de sus vicios de funcionamiento en el hombre. Ciertamente, ver las causas de la enfermedad no es descubrir una buena terapia, pero sí una de las condiciones para descubrirla.

Comprendo que la tarea que he impuesto a mi pluma es excesiva. Es casi imposible decir con palabras cómo funciona un sistema en que cada parte está relacionada con las demás de modo que ejerce una influencia causal sobre ellas. Aunque sólo se trate de explicar el motor de gasolina resulta difícil empezar, porque la persona que recibe la información sólo puede comprender el papel del cigüeñal si sabe lo que son bielas, pistones, válvulas, levas y demás. Si no se pueden entender los elementos de un sistema en su conjunto, no se puede entender ninguno de ellos. Cuanto más compleja es la estructura de un sistema, mayor es la dificultad que se halla para estudiarlo y enseñarlo; y desgraciadamente, la estructura operante de las pautas de comportamiento, instintivas o adquiridas culturalmente, que componen la vida social del hombre parece ser el sistema más complicado del mundo. Para hacer comprensibles las escasas relaciones causales que creo poder descubrir en este enredo de acciones recíprocas es necesario, velis nolis, partir de muy lejos.

Por fortuna, los hechos observados son todos interesantes de por sí. Espero que los combates territoriales de los peces del coral, las pulsiones e inhibiciones cuasi morales de los animales que viven en sociedad, la vida social y conyugal desprovista de amor del esparaván o garza nocturna (Nycticorax nycticorax), las sangrientas batallas campales del turón (Rattus norvegicus) y otras muchas pautas de comportamiento de los animales captarán el interés del lector y lo retendrán hasta que llegue a entender las relaciones más profundas.

Hasta ahí quisiera yo llevarle, dentro de lo posible, siguiendo los mismos caminos que yo recorrí, y eso por razones de principio. Las ciencias naturales inductivas empiezan siempre observando sin ideas preconcebidas los distintos casos, para de ahí pasar a la abstracción de la ley que a todos los rige. La mayoría de los textos toman el otro camino por mor de la brevedad y de la claridad y exponen lo «general» antes de lo «particular». Con eso gana nitidez la presentación pero es menos convincente. Resulta demasiado fácil desarrollar primero una teoría y después sustentarla y reforzarla con ejemplos, ya que la naturaleza es tan variada que, buscando bien, se pueden hallar ejemplos aparentemente convincentes incluso para hipótesis totalmente abstrusas. Mi obra sólo sería verdaderamente convincente, empero, si lograra que el lector, basado solamente en los hechos que yo le expusiera, llegara a las mismas conclusiones a que yo he llegado. Mas como no quiero imponerle un camino tan penoso, prefiero darle aquí un resumen del contenido de los capítulos para que le sirva de orientación.

En los dos primeros capítulos empiezo describiendo observaciones muy simples de formas típicas del comportamiento agresivo; en el tercero paso a tratar de su función conservadora de la especie; y en el cuarto digo lo suficiente de la fisiología de la motivación instintiva en general y del impulso agresivo en particular como para hacer comprender la espontaneidad de sus violentas e irresistibles manifestaciones, que se repiten con regularidad rítmica. En el quinto capítulo muestro el proceso de la ritualización y —hasta donde sea necesario para entender después su acción inhibidora de la agresión— cómo se hace autónomo el impulso instintivo por él recién creado. Fin semejante tiene el sexto capítulo, que es un cuadro general del funcionamiento de los impulsos instintivos. En el séptimo capítulo se dan ejemplos concretos de los mecanismos «inventados» por la evolución para canalizar la agresión por vías no perjudiciales, del papel del ritual en este proceso y de la semejanza que hay entre las pautas de comportamiento así formadas y las que en el hombre se rigen por una moral responsable. En este capítulo se sientan las premisas para el entendimiento del modo de funcionar de cuatro tipos muy diferentes de organización social. El primero es la multitud anónima, libre de toda agresión, pero sin conciencia de la propia personalidad y sin cohesión de los individuos entre ellos. El segundo es la vida familiar y social del esparaván nocturno y de otras aves que anidan en colonias y cuya única base estructural es la defensa del territorio. El tercero es la notable «familia grande» de las ratas, cuyos miembros no se reconocen personalmente sino por el olor tribal, que se comportan admirablemente en lo social entre ellos, pero que atacan con tremendo odio partidista a cualquier miembro de la especie que pertenezca a otra tribu. Finalmente, el cuarto tipo de organización social es aquel en que el lazo de amor y amistad personal es el que impide que los miembros de la sociedad se peleen y perjudiquen. Esta forma de sociedad, de configuración en muchos puntos análoga a la humana, se ilustra con precisión en el caso del ganso silvestre.

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