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Marita Lorenz - Yo fui la espía que amó al Comandante

Aquí puedes leer online Marita Lorenz - Yo fui la espía que amó al Comandante texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: Grupo Planeta Spain, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Marita Lorenz Yo fui la espía que amó al Comandante
  • Libro:
    Yo fui la espía que amó al Comandante
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta Spain
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  • Año:
    2015
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DE LA HISTORIA OFICIAL A LA VERDAD

«Testigo no creíble.» De este modo me descalificó un miembro del Comité Especial de la Cámara Baja del Congreso de Estados Unidos que investigó el asesinato de John F. Kennedy y ante el que en 1978 presté declaración jurada, protegida por una orden de inmunidad.

Sí, fui testigo, testigo y algo más, de acontecimientos y junto a personas que marcaron la vida política de la segunda mitad del siglo XX . El Berlín de la guerra, los campos de concentración, la persecución y el dolor. Cuba y la revolución. Fidel, mi gran amor. Respecto a la credibilidad que puso en duda el mismo poder que me entrenó para robar y matar, para mentir y actuar por encima de la ley… Eso, querido lector, prefiero dejarlo en sus manos. Yo sé cuál es la verdad, porque estaba ahí. Todo lo que vi y viví está en mi memoria, y no lo puedo borrar.

Me llamo Ilona Marita Lorenz. Nací en Alemania en 1939, unos días antes de que Hitler invadiera Polonia. En la guerra pasé por el hospital de Drangstedt y por el campo de concentración de Bergen-Belsen. Sobreviví. Poco después de la liberación, a los siete años, fui violada por un sargento estadounidense.

En 1959, cuando tenía diecinueve años, conocí a Fidel Castro. Me convertí en su amante y quedé embarazada. En Cuba fui drogada y forzada a lo que dijeron fue un aborto, pero dos décadas más tarde Fidel me presentó a Andrés, el hijo que me arrebataron en aquella mesa de operaciones. ¿Alguien puede imaginar qué supone eso para una madre que salió de la isla con el vientre vacío?

Empujada por la CIA y el FBI me involucré en la Operación 40, una trama gubernamental que unió a personajes vinculados a agencias federales, el exilio cubano, soldados de fortuna y la mafia para intentar, en vano, derrocar a Castro. Me enviaron a La Habana para asesinarle con dos píldoras. Y no fue que fallara, como cientos de otros que lo intentaron después: simplemente, fui incapaz de hacerlo. No lo lamento, al contrario: es de lo que más orgullosa estoy en mi vida.

Poco después me enamoré en Miami de Marcos Pérez Jiménez, el dictador venezolano, y tuve una hija, Mónica, Moniquita. Cuando fue repatriado y nuestro abogado me robó los fondos que Marcos nos había asignado intenté seguirle, pero acabé abandonada con mi pequeña durante meses en la selva venezolana con una tribu de indios yanomami.

En noviembre de 1963 viajé de Miami a Dallas en un convoy del que formaban parte Frank Sturgis, años después detenido en el Watergate; un agente de la CIA; diversos exiliados cubanos, y un hombre al que yo conocía de los entrenamientos de la Operación 40 en los Everglades: Ozzie, más conocido por el mundo como Lee Harvey Oswald, acusado del magnicidio de John Fitzgerald Kennedy y asesinado luego por Jack Ruby, con el que coincidí en el motel donde nos quedamos en Dallas.

Fui party girl de la mafia neoyorquina, de la que salieron algunos de mis amantes, aunque hubo también alguno, importante, de la policía. Me casé y tuve un hijo, Mark, Beegie, con un hombre que espiaba a diplomáticos del bloque soviético para el FBI, misión a la que me sumé. Cuando antes del testimonio en el Congreso, Sturgis desveló públicamente en la prensa a qué me dedicaba yo, mi mundo empezó a desmoronarse.

He sido una mujer en un entorno de hombres. He inventado mentiras para protegerme, a mí o a mis hijos, y he dicho la verdad cuando me ha convenido. Ahora quiero dejar las cosas claras, quizá hacer pensar a determinada persona que trabaja en la sombra para el gobierno norteamericano que no merece la pena dejar que otros tomen decisiones por ti.

He estado viviendo los últimos años de la asistencia pública, sin pensión alguna, en un bajo en Queens con mi perro Bufty, una gata, una tortuga y un enorme pez naranja que de vez en cuando se lanza como en una misión suicida contra el cristal de la pecera.

Nunca he pensado en quitarme la vida, aunque a veces he querido morir. Pero morir es fácil; el reto es vivir. Cada día es una lucha. A menudo me lamento por el tiempo perdido en misiones que no tenían nada que ver conmigo, por las esperanzas depositadas en hombres equivocados, pero estoy orgullosa de haber sobrevivido a varias guerras, a una agresión sexual, a unos cuantos intentos de asesinato, al acoso del gobierno, a infinidad de robos, miserias y traiciones incluso de mi propia sangre…

Mi historia tiene luces y sombras. Hay quien pueda pensar que es bastante increíble. Pero, ya saben, la realidad supera siempre la ficción. Y la mía, además, está construida con recuerdos que ocasionalmente se enfangan en la historia oficial, esa que, si se me permite recordarlo, no siempre es creíble.

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NO HABLES, NO PIENSES, NO RESPIRES

Siempre estuve destinada a estar sola. Y no sé por qué.

Debía haber venido al mundo con mi hermana gemela, a la que iban a llamar Ilona, pero cuando mi madre llegó al hospital Saint Joseph, en la ciudad alemana de Bremen, se abalanzó sobre ella el pastor alemán de un oficial de las SS que la increpaba por haber seguido acudiendo hasta el final de su embarazo a un ginecólogo judío. En aquel ataque mi hermana murió y yo sobreviví, y aunque iba a ser llamada Marita quisieron honrar a esa pequeña muerta y me pusieron como nombre Ilona Marita Lorenz.

Era el 18 de agosto de 1939 y quedaban solo unos días para que Alemania comenzara la invasión de Polonia y prendiera la mecha que haría estallar la Segunda Guerra Mundial. A mamá prácticamente la echaron del hospital para hacer sitio a posibles heridos y ella no podía contar con mi padre, que en esos momentos no estaba en Alemania: como prácticamente toda su vida, antes y después, él estaba en el mar.

Mamá se llamaba Alice June Lofland, una mujer cuya vida, aún a día de hoy, está rodeada de misterio e interrogantes, de secretos que ya nunca podrán ser revelados, una auténtica artista de la interpretación cuyo verdadero yo dudo que nadie llegara nunca a conocer. Tenía dos certificados de nacimiento. Según uno de ellos nació el 15 de octubre de 1902. En el otro, en cambio, figura como fecha de nacimiento el mismo día pero del año 1905. Obviamente uno de los dos documentos es una falsificación, pero ni yo ni nadie en mi familia hemos llegado a descubrir cuál. Cuando le preguntaba a mi madre por sus orígenes, siempre me daba la misma respuesta, palabras de una mujer que siempre se mostró en extremo reservada: «No importa, no importa».

Lo único seguro es que mamá nació en Wilmington, en el estado de Delaware, en el este de Estados Unidos, y allí se crió. En su familia cultivaban la tierra, pero ella siempre se sintió diferente, incluso cuando era solo una niña, y cuando llegó a la adolescencia sus padres la mandaron a Nueva York, a una escuela privada en Park Avenue, «la mejor», según decía. Empezó a bailar y entró en el mundo del espectáculo, llegando a actuar en obras de Broadway bajo el nombre artístico de June Paget. Quizá fue entonces cuando empezó a descubrir su habilidad y talento para formar parte de un mundo de máscaras y personajes que nunca después pudo, quiso o supo abandonar.

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