Capítulo 6
EL SECRETO DE LA ABUELA
Lo Pagán, en Murcia, es un pequeño pueblo costero situado a orillas del Mar Menor, la albufera española de mayor extensión. Esta laguna litoral de agua salada del Mediterráneo tiene una gran riqueza medioambiental gracias, entre otras cosas, a su singular fauna y flora. Flamencos, caballitos de mar y espectaculares algas son algunas de las especies más características de esta joya situada a escasos kilómetros de la Dehesa de Campoamor.
En las últimas décadas, el Mar Menor ha sufrido muchísimo por culpa de la alta contaminación. Su principal causa es la eutrofización —la acumulación de residuos orgánicos— producida por factores como el vertido de aguas y residuos urbanos y agrícolas, la filtración procedente del subsuelo rica en nitratos, el aumento de la acuicultura, la acción de las líneas marítimas en el entorno y el cambio climático. Todo ello ha provocado una grave degeneración del Mar Menor, un ecosistema único incluido en la Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional, especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas —más conocida, para abreviar, como Convenio de Ramsar— y protegido como espacio natural y zona de especial interés. Hoy en día, el Mar Menor se está recuperando poco a poco de esta situación que ha provocado la destrucción de más del 80 % de sus praderas vegetales.
Siempre que puedo, vuelvo a este paradisiaco lugar para ver a mi abuela. Cuando llegué a Lo Pagán, ella estaba sentada en la terraza tomando su bebida favorita, el vermú, la cual nos llevó a una conversación que me hizo recordar quién despertó mi amor por la ciencia.
—¡Hola, abuela! ¿Ya estás otra vez con el vermú? No te fíes, que esa bebida entra muy fácil, pero tiene un grado alcohólico no inferior al 14,5 %.
—A mis años, merezco tomarme el aperitivo que me apetezca. Esta bebida, que por cierto se ha vuelto a poner de moda entre la juventud, es un compendio de botánica y química. Todo lo que sé sobre él me lo enseñó tu abuelo Enrique, que lo elaboraba y se pasaba todo el día hablando del tema. Se trata de un simple vino aromatizado que ha sufrido adición de alcohol y cuyo sabor característico ha sido obtenido mediante la utilización de sustancias adecuadas derivadas de diversas especies de Artemisia. Este que estoy tomando procede concretamente del ajenjo o hierba santa (Artemisia absinthium), una planta herbácea medicinal que crece en las regiones templadas de Europa, Asia y el norte de África. El principio activo del ajenjo es la tujona, un compuesto que recibe ese nombre porque se encontró por primera vez en el aromático árbol tuya, un tipo de cedro también conocido como «el árbol de la vida». También se encuentra en la salvia y el enebro. Su estructura química es parecida al mentol. En cantidades elevadas la tujona puede ser peligrosa, ya que inhibe receptores que activan las neuronas, pero a las dosis en las que se encuentra en el vermú no hay ningún riesgo. La planta tiene otro compuesto químico, la absintina, una sustancia amorfa de color amarillo, poco soluble en alcohol pero sí en agua, que le proporciona también sabor amargo.
—Abuela, ¿qué tomas para acompañar el vermú?
—Una tapa de microorganismos. Formo parte de un proyecto de investigación que intenta demostrar que la ingesta de determinados suplementos probióticos ayuda a mi salud mental.
—¿Te ríes de mí, abuela?
—Pues vaya un divulgador científico que estás hecho. Veo que no estás al día en los últimos estudios acerca de la importancia de la microbiota en nuestra vida. Como sabes, el microbioma humano es el conjunto de genes de los microorganismos presentes en nuestro organismo. Este conjunto de microorganismos se denomina microbiota, y está integrada principalmente por bacterias, virus y hongos. Parece ser que el microbioma humano bacteriano es predominante y de mayor influencia. Más de cien mil billones de bacterias habitan en el organismo humano y muchas de ellas desempeñan un papel esencial en la regulación de procesos tan importantes como la actividad de las enzimas digestivas, la síntesis de vitaminas del complejo B, la interacción con el sistema inmunológico y la protección frente a organismos patógenos, entre otros. Ten en cuenta, querido nieto, que varios estudios apoyan que no cuidar la microbiota puede incrementar el riesgo de desarrollar determinadas patologías.
—¿Y qué tiene que ver la microbiota con tu salud mental?
—Aunque hasta ahora los estudios concluyentes se han realizado solo en ratones, cada vez parece más claro que los microbios que habitan en nuestro intestino no solo influyen sobre nuestra salud estomacal, sino también en la mental.
BACTERIAS PARA ALEGRARNOS LA VIDA
Cuando a ratones sanos se les introducen heces de humanos con depresión, desarrollan síntomas propios de esta enfermedad. Por el contrario, en humanos se ha visto que modificar el ecosistema intestinal puede reducir los estados de ansiedad, depresión y/o autismo.
Ya se han trasplantado experimentalmente en humanos bacterias para combatir infecciones intestinales y, en la actualidad, hay un proyecto en marcha que consiste en administrar bacterias Coprococcus y Dialister a los humanos a través de la dieta o de alimentos probióticos para tratar enfermedades psiquiátricas o neurológicas. Aunque aún es pronto para saber si este tratamiento es efectivo, y más aún para hacer recomendaciones generalizadas, porque la complejidad del ecosistema intestinal es muy alta.
Cada persona tiene en su estómago más de un kilo de microorganismos, la mayoría bacterias, de 1200 especies distintas. Por ello es muy complicado influir en patologías graves con la administración de una sola bacteria. Es necesario modificar la microbiota con intervenciones más grandes, pero las pequeñas investigaciones arrojan resultados que luego se tendrán en cuenta en los grandes programas sanitarios.
—Así que suplementarte con bacterias es uno de tus secretos para estar sana mentalmente.
—Sí, y ser una alondra —apostilló ufana.
—¿…?
—¿Y tú dices que eres científico? Las alondras somos las personas a las que no nos cuesta levantarnos y alcanzamos nuestro mayor grado de productividad por las mañanas. En el lado opuesto se encuentran los búhos, que trabajan mejor de noche y se acuestan y levantan tarde. Tú eres un búho. Pues bien, un estudio muestra que las alondras tienen menos riesgo de sufrir enfermedades mentales como la depresión o la esquizofrenia. El trabajo, que ha analizado el genoma de 697 828 personas, concluye que existen al menos 351 genes que predisponen a una persona a ser búho o alondra, casi quince veces más de los 24 genes que se conocían. Al determinar qué variantes genéticas compartimos las alondras, los investigadores han podido establecer una relación causa-efecto entre ser tempranero y gozar de una mayor salud mental. El estudio confirma que quienes estaban genéticamente predispuestos a ser alondras se dormían unos 25 minutos antes que los búhos. Por tanto, muchos de esos genes regulan los «relojes» circadianos del cuerpo, es decir, los procesos bioquímicos que gobiernan la periodicidad de las actividades celulares. Otros genes que han identificado se expresan en el hipotálamo, la región del cerebro que regula el sueño y la vigilia; algunos participan en el metabolismo de la insulina; y los hay que influyen en el procesado de sustancias estimulantes como la cafeína y la nicotina. Además, otras investigaciones han demostrado que los búhos, por su peor regulación metabólica, parecen tener un mayor riesgo de diabetes y obesidad. Así que lleva cuidado, querido búho, y conviértete en alondra. El ritmo circadiano se puede entrenar, pero hasta cierto punto. Si eres un búho, puedes lograr avanzar gran parte del camino para llegar a ser una alondra. Debes cambiar tus rutinas de acostarte y levantarte. Eso sí, los búhos tenéis un «reloj» interno que corre un poco más despacio, por lo que nunca llegaréis a ser alondras puras, pues eso es genético y no se puede cambiar.