Miguel Delibes - Las perdices del domingo
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- Libro:Las perdices del domingo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1981
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Las perdices del domingo: resumen, descripción y anotación
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MIGUEL DELIBES (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.
La codorniz, a peor
25 de agosto de 1974
Muchos no se resignan a que esto de la caza de la codorniz en Castilla vaya de mal en peor. Y no me refiero al desencanto de aquellos cazadores que bajan del Cantábrico, como hacían antaño, y no encuentran un mal rincón donde desfogarse porque el país, en un noventa y cinco por ciento, es suelo acotado y la caza es de los pueblerinos o de las sociedades arrendadoras; no. Al decir que la caza de la codorniz va de mal en peor me refiero ahora a que este pájaro cada año demuestra mayor renuencia en la entrada y un supremo desdén por los cazaderos tradicionales.
El día de la Virgen se abrió la temporada en Valladolid, Segovia y Zamora y las informaciones sobre la jornada de apertura fueron desoladoras. El campeón regresó a casa con cuatro o seis pájaros y la mayoría lo hicieron bolos. La apertura correspondía ayer, entre otras provincias, a Burgos y Palencia, y las perchas no fueron ciertamente más sustanciosas. La cuadrilla abrió, como de costumbre, en Santa María del Campo y, aparte algún bello gesto del Dumbo, el pointer de mi hermano José, poco queda por relatar, salvo el botín, dos docenas de codornices para cinco escopetas. Un promedio de cuatro y pico por cazador tras cinco horas de ejercicio. Antaño –un antaño aún no demasiado remoto– esas escopetas en las mismas horas descolgaban fácilmente cinco docenas en un año normal y doble en uno de buena entrada. Pero no queda otro remedio que resignarse. Todo esto de la concentración parcelaria, las siembras de ciclo corto, la mecanización y el aprovechamiento de la paja para fines industriales va contra la codorniz y, de seguir así, que seguirá, es obvio que la codorniz dejará de veranear en Europa o lo hará –como ya apuntaba en mi librito La caza en España– en otros medios y altitudes.
Precisamente en estos días recibo carta de un amigo desconocido, el doctor Vicente Martín, de Salamanca, quien me dice que en Navacerrada, a una altura próxima a los dos mil metros, ha escuchado el alegre pal-pa-lá de la codorniz el pasado 27 de julio a la una del mediodía. Esta proclividad de la codorniz a las alturas, ya la anoté hace un tiempo en el libro antes mencionado. Por otro lado, el doctor Martín sugiere la posibilidad de que la actual desafección de la codorniz por las siembras y, en definitiva, su escasez, derive del empleo masivo de redes tras las inmigraciones primaverales a través del Estrecho.
Desconozco cómo anda este asunto de las capturas alevosas aprovechando la fatiga de las aves en sus divagaciones migratorias, pero no creo que constituya el principal motivo de su escasez. Mis ideas sobre el tema van más al fondo, son más graves y, por desgracia, menos remediables, ya que ni la técnica, ni la química, ni el cambio de estructura agraria van a dar marcha atrás para que nosotros, los cazadores, pasemos el rato con nuestros juegos pirotécnicos.
Codorniz de montaña
26-30 de agosto de 1974
He subido estas tardes a los páramos de Sedano, en las primeras estribaciones de la cordillera Cantábrica. Las siembras, pese a las penosas labores de despedregamiento que esta tierra exige, se extienden, van a más, hasta constituir, en teoría, unos aceptables cazaderos. Sin embargo, la poca codorniz de la zona, no asienta en los rastrojos, sino en los herbazales, las brozas y los helechos. No más de dos de cada diez yacen en las pajas en las horas crepusculares. A las seis o siete de la tarde, es tontería patear los rastrojos. Adelanta uno más pateando la greñura, aunque esté alejada de la comida, que moviendo aquéllos. Por si fuera poco, dos de estas tardes he topado con pollos de una semana, engendrados en la segunda quincena de julio y nacidos a mediados de este mes, lo que prueba que el celo de estos bichos, posiblemente a causa de las siembras tardías, se va retrasando.
Eché de menos a la Dina, aunque el Choc, al verse solo y asumiendo la responsabilidad, cazó estos días con cierto método, mostrando algunos pájaros e indicando otros con sus piques y la elocuencia de su rabo. Para facilitar las cosas, el tiempo está frío –al caer el sol, el cierzo corta las manos– y, a menudo, las avecillas arrancan solas. Con todo, estas excursiones han servido para refrendar el juicio inicial, resueltamente pesimista: mal año de codorniz, muy floja entrada. Las cifras conseguidas –cinco, siete, seis, tres y dos pájaros– hablan por sí solas.
De todas estas jornadas anodinas, únicamente una anécdota permanecerá en mi memoria: el faenón del Choc cobrándome un macho hermoso, después de encajar mis dos disparos sin inmutarse. La acentuada escasez me animó a seguir la dirección del pájaro con ánimo de revolarlo y probar fortuna de nuevo, pero mi asombro llegó a la perplejidad cuando, a cosa de doscientos metros, el perro se desvió de mi ruta, brincó un lindero a mi izquierda, olfateó tenazmente y, al cabo de cinco minutos de busca tesonera, halló la codorniz muerta al sombrajo de un brezo. El animalito no tenía más que un perdigón en la pechuga y debió morir apenas posado. La hazaña me lleva a pensar que este perro, escrupulosamente adiestrado, podría ser, si me apuran, un animal de concurso.
Otoño loco
12 de octubre de 1974
A mis cincuenta y tres años, habiendo comenzado a foguearme, bien que de morralero, cuando apenas contaba diez, he inaugurado muchas temporadas cinegéticas, pero no recuerdo ninguna apertura tan fría como la de anteayer, y contadas, en lo que la memoria me alcanza, en que tuviera una actuación tan desafortunada. Claro que una cosa puede estar en relación con la otra, puesto que el día no sólo resultó bajo de temperatura sino nublado, oscuro y de viento desmelenado. El día de la desveda casi siempre recuerdo haber cazado en mangas de camisa, bajo un sol centelleante, y no como anteayer con chaleco y cazadora. Estas temperaturas tan bajas, estos vientos intrusos y finos, son en Castilla típicos de la segunda quincena de noviembre pero, a lo que se ve, al verano loco que pronosticaron los meteorólogos ha sucedido un otoño loco y, de proseguir esta locura, no quiero pensar en lo que nos deparará el próximo enero.
Este clima intempestivo provocó en la perdiz –que a juzgar por lo visto, y por lo oído a otros colegas aún más desafortunados, ha criado mal en estos pagos de Santa María– un comportamiento versátil y caprichoso. En general, puede afirmarse que la perdiz voló larga, como si estuviera fogueada, y la que se amonó en las pajas y brincó a tiro, si cogía el viento, de no andar uno muy pispo, se ponía fuera del alcance de la escopeta en menos tiempo de lo que se tarda en decirlo. Esto produjo en mí, que ya venía nervioso, un estado de apremio que me llevó a foguear a pájaros sin apuntarlos, sin aculatar apenas el arma, que es tanto como decir sin posibilidad de abatirlos. No quiero decir con esto que las ocasiones fueran muchas, pero sí que, si colgué cuatro pájaros, al final de la jornada bien pudieron ser seis u ocho. En resumen, fallé tres o cuatro perdices que me salieron a huevo y, en cambio, cobré dos que arrancaron a cuarenta metros pero tragando aire, de lo que se deduce que yo establecí de salida una competencia con el viento, le cogí miedo, me acobardó. Intuía que si la perdiz arrancaba a favor y yo no me armaba presto, la oportunidad se esfumaría. Esto me aconsejó caminar con el arma a media altura, en guardia más que al acecho, aun a sabiendas de que tamaña desconfianza revela un nerviosismo inadecuado para el ejercicio de la caza.
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