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Enrique Tierno Galván - Los bandos del alcalde

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Enrique Tierno Galván Los bandos del alcalde

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En tiempos como los actuales en que la zafiedad y el progresivo - photo 1

En tiempos como los actuales, en que la zafiedad y el progresivo distanciamiento entre los ciudadanos y sus representantes se han convertido en protagonistas indeseados de la vida política, resulta estimulante recuperar la figura y la obra del Viejo profesor.

Para los que tuvimos la suerte de ser parcialmente contemporáneos suyos y vivir en presente su paso por el Ayuntamiento de Madrid, aunque fuera desde la lejanía, sin duda constituirá un motivo de melancolía que, en cualquier caso, servirá para recordarnos que el ejercicio de la administración se puede practicar de otra manera.

Aquellos que lo conozcan sólo de oídas o lo desconozcan, pueden contemplar en estos bandos los valores cívicos que defendía y cuya apelación sigue y seguirá siendo pertinente pues son universales y eternos y su decaimiento circunstancia común.

Enrique Tierno Galván Los bandos del alcalde ePub r10 mjge 310514 Título - photo 2

Enrique Tierno Galván

Los bandos del alcalde

ePub r1.0

mjge 31.05.14

Título original: Los bandos del alcalde

Enrique Tierno Galván, 1987

Editor digital: mjge

ePub base r1.1

PRÓLOGO Casi treinta años de amistad me unen con Enrique Tierno Y muchos - photo 3
PRÓLOGO.

Casi treinta años de amistad me unen con Enrique Tierno. Y muchos, difíciles para él, de frecuentación intensa y largas horas de charla. Anduve, incluso, por la Asociación Funcionalista Europeasi no me engaño, fui Vicepresidente—, primer puertecillo de la que sería su brillante navegación, hasta que decidí renunciar al embarque político.

Si aludo a esto es sólo para justificar por qué no experimento la sorpresa que, a tantos, ha ido causando la publicación, progresivamente audaz, en la forma, de estos bandos. Pero no sólo por ella, sino también por su sentido, de tan apremiante invitación a la convivencia educada, que no les encaja en su estereotipo de «Alcalde socialista». Para comprender esto último, basta pensar que el civismo no es patrimonio de ningún partido; y, sobre todo, hay que conocer a Enrique Tierno. No sé de nadie que le exceda en buena crianza y urbanidad. Tan firme es en ellas como en sus ideas (aunque obviamente, no susciten idéntico entusiasmo en todos). De cómo consigue ser, a la vez, ceremonioso e inquebrantable, gentil y radical, sólo él tiene el secreto. Aunque, en parte, lo muestra; consiste en una renuncia sistemática a la acritud, en una apelación al humor para conjurar lo superfluamente agresivo, en un respeto formal, de incalculable cortesía, al antípoda. Y, claro, en un elegante escepticismo como fondo del cuadro.

El contenido de los bandos aquí reunidos es homogéneo: exhortan todos a las buenas maneras ciudadanas. Nuestro Alcalde ama a Madrid, y desearía verlo aseado y confortable. Querría que los visitantes se hicieran lenguas para alabar la pulcritud de calles, plazas y viviendas, la apacibilidad de sus moradores y el tranquilo fluir de su tráfico. Pero como no todos los vecinos son gratos, y ensucian, gritan y obstruyen, el Alcalde, sin enfadarsepara tener más razón—, amonesta, aconseja e intenta convencer a díscolos y renuentes. Hay algo humildemente paternal en sus pregones, muy propio del soma y del alma de Tierno, tan útil cuando ha de pastorearse un rebaño de ciudadanos reyes. No enfunda mano de hierro en guante suavela forma más insidiosa de mandar—, sino que adelanta, a la mano sancionadora, palabras, reflexiones y avisos de buen convivir. (Despuésno sería autoridad si no ocurrierafuncionan las trituradoras reglamentarias, muchas de las cuales, estoy seguro, le enojan). «Advierte también esta Alcaldía Presidencia a los vecinos,con suma severidad no exenta de amor,que se esmeren…» He aquí, en un bando, un fragmento de psicograma muy nítido. Como este: «Aunque es notorio y de común conocimiento que los vecinos de esta Villasuelen hacer oídos de mercader a las advertencias y admoniciones del Alcalde…»Cariño, severidad y una falta notable de confianza, armonizados por una ironía bienhumorada, forman la sustancia de estos bandos promulgados por un ilustrado de hoy.

No se entenderá, en efecto, el sentido de las premáticas, si no se comprende lo que aún perdura de la Ilustración en nuestro Alcalde: de fe en la bondad natural del hombre, de seguridad en el poder domador de la cultura, de certeza en que un pueblo limpio y nutrido y enseñado, será por fuerza un pueblo bueno. De que el palo y tente tieso del Antiguo Régimen, ha de trocarse en pan, jabón y libro. Gobernado todo, claro es, por la omnipotente razón. Pero tampoco se entenderán estos textos si se desconocen la acuidad volteriana de Tierno, su realismo escéptico y su afilado sentido del humor, que equilibran aquellas convicciones, y las atemperan.

El ilustrado le sale en estos bandos docentes, amablemente didácticos, hasta en el estilo. Hubo varones dieciochescos, aguerridos reformadores, que propugnaron, sin embargo, un casticismo arcaizante en la expresión. Así, Luzán lo consideraba virtud; Iriarte recomendaba venerar los usos antiguos; y a Forner lo acusaban de «chochear con ancianas frases». Se llamómagueristas, por burla, a estos supuestos partidarios delmaguerfrente alaunque.Tierno, por supuesto, no milita en esta tropa, porque ha llovido mucho desde entonces; pero un delgado vínculo lo junta a ella: bastante para verlo como ilustrado del presente siglo.

Además, su bondadosa ironíaque ni a él mismo excluyehace descartar cualquier propósito que no sea el de acercarse llana y jovialmente a los indoctos, mientras hace un guiño amistoso a prudentes y letrados. Al que hay que unir otro, fundamental: el de poner en solfa la pedantería de tecnócratas e idiomicidas. Esta finalidad es explícita cuando, por ejemplo, reniega el Alcalde del bobo adjetivopeatonal,que se coló «en tiempos de incuria y atrevimiento» (protesté públicamente, querido Enrique, al usarlo el Concejo de entonces, en 1976; con el éxito que se ve). O cuando, para que aprendan los importadores fraudulentos, se devana los sesos buscando inútilmente «en nuestro natural castellano» un sustituto ventajoso deturista.

Muchos que hacen aspavientos ante esta prosa del regidor de Madrid, tendrían que leer entre líneas su burla contra ellos. Porque esos vocablos y giros castizos les sorprenden, y no se avergüenzan de su propia locuela insolente. Ni siquiera entienden la intención. Y aún los hay que imaginan a Tierno arcaizando de natura, y no por puro deporte de un ánimo muy cultivado, que, en estos tiempos recios, y en medio de preocupaciones hondas, no confía su voz pública a un escriba por oposición, sino que toma la pluma, y, mientras mezcla pueblo vivo y prosa ilustre muerta, ejercita el humor e invita a distender el ceño.

Se ha dichoun francés, claro, y de derechasque el buen uso idiomático también contribuye a la calidad de la vida. Aún no es un postulado ecologista, pero tendrá que serlo. Enrique Tierno hace lo que puede, combinando travesura y gravedad, para persuadir a los vecinos de la Villa Coronada. Nos exhorta con inteligentes «pastiches», por donde corren líneas del español imperial, del de las Luces, del de las proclamas ochocentistas, con palabras castizas, y, casi siempre, aún habladas en donde aún se habla sin prevaricar. Hasta hay divertidos errores. Juega, a veces

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