Introducción
Todo cabe en un cuento
A todo lo llaman cuento en Cuba. Y es que todo cabe en un cuento. Ahora bien, para contar hay que saber narrar.
Hay grandes narradores de cuentos o de historias; entre nosotros, en España, conocí a Carlos Casares y a Rafael Azcona, ya desaparecidos. Casares convertía el hábito de los conejos de abstenerse de beber agua en un delicioso cuento a partir de la realidad, mezclando ciencia con leyenda. De hecho, ése fue el último relato que escribió Casares en su vida, y se publicó póstumamente, al día siguiente de su muerte en Vigo. Azcona lo reducía todo a relato: cuando algo se le iba de las manos y alcanzaba el grado de novela o película (pues escribía novelas y escribía películas), se paraba en seco: un relato es más, decía, y cuando los escribía se los contaba a los amigos.
Fuera de España, siempre en el ámbito de nuestro idioma, disfruté mucho escuchando los cuentos de Guillermo Cabrera Infante, cubano; de Tomás Eloy Martínez, argentino, y de Carlos Monsiváis, mexicano. Cabrera era tan gran narrador (él, apoyado por su mujer, la impar Miriam Gómez) que convertía cada historia nueva en un nuevo cuento (dicho sea, otra vez, en el sentido que los cubanos le dan a esta palabra). Y a Tomás Eloy, que contaba con una precisión minuciosa cualquier cosa que hubiera presenciado, lo sometí muchas veces a una prueba irrefutable: para saber si no me engañaba con la extraordinaria sagacidad de su prosa verbal (escrita era igual de sabio su texto) le hacía algunas preguntas por si lo hallaba en un renuncio. Siempre salió narraba; es decir, parecía que siempre decía la verdad. Monsiváis narraba, como si acabara de verla, cualquier cosa aunque nunca la hubiera presenciado, prehistoria incluso... No conocí a otro gran narrador como el mexicano Jorge de Ibargüengoitia. Era tan poderoso su modo de narrar (en sus columnas, que son excepcionales) que parecía que él tenía dentro de sí un motorcito de (buena) prosa que todo aquello que caía en sus manos salía convertido en un relato en general desternillante...
Y así sucesivamente. Es un don. Narrar es un don, porque saber narrar no está al alcance de cualquiera. Hay personas naturalmente dotadas para ello; Fernando Fernán-Gómez, el extraordinario actor, era muy celebrado en los rodajes porque en los intervalos narraba historias increíbles que valían, generalmente, más que las películas que se estaban rodando. Y de hecho muchas de esas historias suyas luego fueron películas muy celebradas. Yo estuve con él (y con muchos otros) la noche en que, durante una cena, Fernando Delgado, entonces director de Radio Nacional de España, le propuso que hiciera una serie para esa emisora estatal. Se quedó pensando un rato, y al momento empezó a contar su propia vida de cómico, de lo que salió la serie, la película y la obra de teatro que se llamó, en cada uno de los casos, Viaje a ninguna parte...
Y he conocido a muchísima gente que cuenta como los ángeles, como si hubieran nacido ya narrando. Pero ¿se puede aprender? Se puede y se debe. En este libro Eugenia Rico, escritora de éxito, y Francisco Javier Rodríguez de Fonseca, experto en cine, en su escritura y en su narrativa plástica demuestran que, en efecto, se puede, y explican también que para contar no basta con tener la intuición que asistía a algunos de esos maestros. Ellos también tuvieron que apoyarse en otros magisterios, escritos o filmados, hasta convertir los materiales de la intuición en una materia que, acompañada con las lecciones aprendidas de otros, dieron de sí narradores formidables. Yo escribí el apartado relativo a «Saber narrar en periodismo». Hice lo que pude o supe; sobre todo, quise buscar ejemplos en magisterios próximos.
Aquí están los tres testimonios. Ojalá salgan sabiendo un poco más (sobre todo en los casos de la literatura y el cine) del oficio bellísimo de contar. Jorge Cafrune, el mítico cantante argentino que murió probablemente asesinado por la dictadura militar, tiene un verso que sobrevuela siempre mi memoria cada vez que pronuncio la palabra contar «Lindo haberlo vivido para poderlo contar...». A veces, tantas veces, no es lindo; pero si se sabe contar lo que ha pasado ya sabe uno cuál es uno de los placeres más bellos del mundo. Gabriel García Márquez dice que el oficio que hacemos los periodistas es «el más bello del mundo». Debe referirse el maestro, seguro, al oficio de narrar... Como la poesía, narrar es un milagro, porque si lo miras bien, como decía el fabuloso Augusto Monterroso, todo cabe en un cuento... Y él escribió un cuento, «El dinosaurio», que tiene línea y media, y ahí le cupo todo...
J UAN C RUZ R UIZ
S ABER NARRAR EN LITERATURA
E UGENIA R ICO
«Read, read, read. Read everything trash, classic, good and bad and see how they do it. Just as like a carpenter who works as an apprentice and studies the master.
READ !! You’ll absorb it. Then write.
If it is good, you’ll find out. If it is not,
throw it out the windows».
W ILLIAM F AULKNER
(Lee, lee, lee todo: basura, clásicos,
bueno y malo y aprende cómo lo hacen.
Igual que un aprendiz de carpintero
que estudia a sus maestros.
Lee. Lo absorberás. Luego escribe.
Si es bueno, lo sabrás.
Si es malo tíralo por la ventana).
Traducción libre de Eugenia Rico
de una cita de William Faulkner
(y ejemplo de punto de vista: segunda persona).
«There are just three rules for writing a good novel.
Unfortunately, no one can remember them».
R OBERT M C C RUM
(Sólo hay tres reglas para escribir una buena novela.
Por desgracia nadie las recuerda).
¿Por qué nos fascinan las historias?
Introducción a la ficción
Hay muchas maneras de matar a un hombre pero una de las más terribles es no dejarlo dormir.
Se muere no porque no pueda descansar sino porque no puede soñar.
Y se muere antes de hambre de sueños que de hambre de pan. La sed de sueños nos mata casi tan rápido como la sed de agua.
Una persona torturada así, y por desgracia esto se ha usado a menudo como método de tortura, en cuanto tiene un momento de reposo cierra los ojos y se duerme al instante. Comienza a soñar y sus párpados tiemblan como mariposas aterradas: es la fase REM.
Nuestra mente no puede soportar la realidad sin los sueños.
Las sociedades no son diferentes: necesitamos artistas que sueñen el sueño de los pueblos.
Algunos sueños como el cine nos los dan hechos. Vamos al cine a ver el Sueño de Otro. Como lo soñó otro.
La literatura siempre existirá porque con los libros, con los cuentos, con las novelas, los ensayos y los artículos (a los que por supuesto considero un género literario y uno de los más interesantes) cada uno sueña su propio sueño.
Yo soy el guionista que escribe un guion para que tú, lector, seas el director de tu propia película, para que hagas el casting, escojas la actriz que quieras para la pelirroja de Aunque seamos malditas . (¿Nicole Kidman o Julianne Moore?). Para que tú pongas la música y el tempo y hagas el montaje final.
Por eso, cuando ves primero la película, a menudo te gusta más el libro, pero cuando lees primero el libro la película casi siempre te decepciona. El libro era tuyo y tú ya lo habías rodado en tu interior.
Soy conocida por haber desarrollado la literatura interactiva o participada pero en realidad toda literatura es interactiva o participada. En mis novelas el verdadero detective es el lector. Pero es que el lector es el verdadero protagonista de todas las historias.
Ningún videojuego se puede comparar con el dominio de la historia que tiene mi lector: porque un cuento es el único lugar donde dos personas que no se conocen, que jamás se han visto pueden encontrarse en la más pavorosa intimidad: el autor y el lector se reúnen para celebrar una ceremonia secreta al término de la cual una historia que pudo no ocurrir jamás seguirá desarrollándose para siempre en la mente del lector.