Datos del libro
Título Original: Il segreto di Padre Pio
Traductor: Gumpert Melgosa, Carlos
Autor: Socci, Antonio
©2009, La Esfera de los Libros, S.L.
ISBN: 9788497348454
Generado con: QualityEbook v0.72
EL SECRETO DEL PADRE PÍO
Antonio Socci
Las vías del Señor son variadas: su éxito es la cruz (...) no es la Iglesia de quienes han alcanzado el éxito lo que nos impresiona, la Iglesia de los papas o de los señores del mundo, sino la Iglesia de quienes sufren lo que nos lleva a creer, la que sigue siendo perdurable, la que nos da esperanza. Esta es aún hoy señal del hecho de que Dios existe y de que el hombre no es sólo un fracaso, sino que puede ser salvado.
JOSEPH RATZINGER
Lo que con mayor profundidad se busca en la vida, lo que de una manera u otra se halla en el centro de toda existencia, es la búsqueda del hombre para encontrar un padre. No solamente el padre de la propia carne, el padre perdido de la propia juventud, sino la imagen de una fuerza y de una sabiduría con la que la fe y la fuerza de la propia existencia puedan sentirse unidas.
THOMAS WOLFE
Tú les dirás a todos que, una vez muerto, estaré más vivo que nunca. Y a todos los que vengan a pedir, nada me costará darles. ¡De los que asciendan a este monte, nadie volverá con las manos vacías!
PADRE PÍO A GIOVANNI BARDAZZI
PREMISA
A LI AGCA Y LA «NIÑA» DEL PADRE PÍO
Los historiadores son parciales (...). La verdadera historia no existe. Sólo la historia sagrada puede llamarse verdadera.
PADRE PÍO
No circulan ya, por lo menos merecedores de aprecio, libros sobre la teología de la historia (...) he ahí por qué los políticos se equivocan en determinado momento (...) porque los políticos puros desconocen la razón teológica que domina la historia.
CARDENAL GIUSEPPE SIRI
E1 13 de marzo de 1981, hacia las 17.17 horas, en la plaza de San Pedro de Roma, un asesino turco enviado por fuerzas oscuras y poderosas, Mehmet Ali Agca, está a punto de disparar al papa Juan Pablo II. El miembro de los «lobos grises», de veintitrés años, es un profesional, un excelente tirador, y está allí para matar, se halla detrás de la primera fila, a muy escasa distancia (a sólo tres metros del Santo Padre). Está muy tranquilo y decidido, de manera que el objetivo, expuesto indefensamente ante él, no tiene escapatoria.
Pero, entonces, ¿cómo y por qué resultó fallido el asesinato? Si lo hubiera matado —y las posibilidades eran del 99,99 por ciento—, su pontificado hubiera sido sofocado en sus albores. La historia de la Iglesia hubiera sido muy distinta, pero sobre todo lo hubiera sido la historia mundial, porque el papel que el «papa polaco» desempeñó en la sucesiva caída incruenta del comunismo fue colosal, decisivo ( El último líder soviético, Mijail Gorbachov, escribió en 1992: «Hoy podemos decir que todo lo que ha sucedido en Europa oriental en estos últimos años no hubiera sido posible sin la presencia de este papa, sin el gran papel, político, incluso, que ha sabido jugar en la escena mundial» (La Stampa, 3 de marzo de 1992).
Por lo tanto, todo habría sido muy distinto y, desde luego, mucho más dramático para la humanidad entera.
Repito, por lo tanto, la pregunta: ¿cómo y por qué aquel asesinato resultó fallido? ¿Quién impidió al asesino perpetrar aquel homicidio que tenía al alcance de su mano a las 17,17 de aquel día en la plaza de San Pedro, el lugar que había sido testigo, diecinueve siglos antes, del martirio del apóstol Pedro?
El papa Wojtyla afirmó siempre que había sido salvado por una intervención sobrenatural de la Santa Virgen. De ello dan testimonio el icono de la Virgen que mandó pintar en la plaza de San Pedro, en el lugar donde se consumó el crimen, y una bala —de aquel atentado— que el papa quiso llevar al año siguiente como exvoto al santuario de Fátima para hacerla engastar en la corona de la Reina de la paz. En efecto, el día del atentado era la fiesta de la Virgen de Fátima, el aniversario de su primera aparición (que tuvo lugar el 13 de mayo de 1917). ( El episodio del atentado contra el papa se supone preanunciado incluso en el Tercer secreto de Fátima. Esta es la interpretación más difundida del texto revelado el 26 de junio de 2000. En realidad, la aparición en la que la Virgen profetiza un atentado contra el papa que sin embargo se salva gracias a su protección personal es la de La Salette, no el Tercer secreto de Fátima, donde en cambio hay un papa que es asesinado).
Y una coincidencia como ésa hace pensar realmente en una protección sobrenatural para el papa que escapó a la muerte.
Es realmente inexplicable que un asesino profesional, muy hábil y decidido, haya podido fallar a una distancia tan escasa un blanco tan fácil e indefenso, disparando sólo dos disparos. Incluso la trayectoria del proyectil que hirió en el vientre al Santo Padre no pareció natural, a los cirujanos en primer lugar. Que una mano misteriosa haya desviado la bala para salvar la vida del papa no es solamente una persuasión subjetiva de Karol Wojtyla, es un hecho objetivo, en cierto sentido científicamente aclarado: «El profesor Crucitti añadió que había observado algo “absolutamente anómalo e inexplicable”. La bala se había movido, en el vientre del papa, en zigzag, evitando los órganos vitales. Pasó a un soplo de la aorta central: de haberla rozado, el Santo Padre hubiera muerto desangrado antes incluso de llegar al hospital. Evitó la espina dorsal y todos los demás centros nerviosos principales: de haberlos alcanzado, Juan Pablo II habría quedado paralítico. “Parece” concluye el profesor “como si esa bala hubiera sido guiada para no provocar daños irreparables”».
Por eso, el 13 de mayo de 1994, hablando a los obispos italianos, Juan Pablo II pudo afirmar razonablemente: «Fue una mano materna la que guio la trayectoria de la bala y el papa agonizante se detuvo en los umbrales de la muerte (...). El proyectil mortal se detuvo y el papa vive; ¡vive para servir!».
Que esa mano misteriosa pertenecía a la madre de Dios, cuya aparición en Fátima se celebraba aquel día, era para el papa Wojtyla una certeza. «Estuve en Fátima para dar las gracias a la Virgen», escribió en su libro Memoria e identidad. En efecto, aquel día, el 13 de mayo de 1982, primer aniversario del atentado, declaró: «He visto en todo lo que me estaba sucediendo una especial protección materna de la Virgen. En este instante, aquí en el santuario de Fátima, quiero repetir ahora delante de todos vosotros: ¡Totus Tuus, todo tuyo, oh Madre!». El papa repetiría más tarde, en distintas ocasiones: «Una mano fue la que disparó, otra mano la que desvió la bala».
Nadie, como es lógico, buscó jamás testigos de aquella intervención sobrenatural. Nadie podía imaginar que una mano hubiera impedido físicamente a Agca efectuar los disparos decisivos. Hasta que un día de julio de 2007 me tropecé con algunos documentos que había recibido en mayo de 2005, apartándolos sin prestarles mayor atención.
Al colocar unos libros, abrí una carpeta que ni recordaba tener y que contenía el extraordinario caso de Cristina Montella, la «niña» del padre Pío. Me sumerjo en la lectura, descubro un continente desconocido. Y al cabo de varios días me lanzo a la búsqueda de quien ha recopilado tantos testimonios y documentos extraordinarios sobre ella.
Un cálido y luminoso día de agosto recorro en coche en dirección sur el valle de Spoleto, que discurre al sur de Asís. Parece como si estuviera yendo de peregrinaje: paso al lado de Santa María degli Angeli, con la gran basílica que contiene la Porziuncola, después por Rivotorto (una pequeña iglesia edificada sobre el establo en el que San Francisco vivió unos meses con sus compañeros), a continuación, Spello, por último, Trevi. Y, en dirección hacia Montefalco, en medio de la campiña me topo con el santuario de la Madonna della Stella.