Ya era hora de que la formación universitaria soltara lastre con el pasado y se adaptase a las circunstancias en las que se encuentra, pero ¿no será tal vez que hemos dejado que se convierta en algo puramente administrativo cuyo objetivo no es nada más que otorgar un título académico que sea rentable?
Este libro es una crítica del actual modelo universitario, del que podría decirse que ofrece una incompleta formación light en la que profesores y estudiantes están perdiendo la oportunidad de vivir la verdadera aventura de la universidad.
Un análisis de nuestra formación universitaria
Francisco Esteban Bara
Dedicado a la pequeña Clara,
quizá tenga una oportunidad fascinante:
la de formar parte de una auténtica comunidad
de buscadores de verdades, bellezas y bondades.
Prólogo
Pensar como Genevieve Habert
El mes de octubre del año 1961, el Museo de Arte Moderno (MoMA) de la ciudad de Nueva York centró su atención en el pintor francés Henri Matisse. El emblemático MoMA homenajeaba así a uno de los grandes artistas del siglo XX con la exposición «The Last Works of Henri Matisse» («Los últimos trabajos de Henri Matisse»). Entre las obras presentadas se encontraba Le Bateau(El barco), un cuadro que el pintor realizó a los ochenta y cinco años, la edad a la que murió. Grosso modo, y con el permiso de los expertos en el arte de Matisse, se trata de una pequeña litografía dividida en dos mitades. En una de ellas aparece la vela azul de un barco que simula ser ondeada por el viento, rodeada por líneas rojas que parecen representar unas nubes en el horizonte. En la otra mitad se muestra el reflejo en el agua de la vela y las nubes. En poco más de un mes, pasaron por la exposición, y se supone que también por delante de El barco, unas ciento dieciséis mil personas. No está nada mal. Desde luego que no todas, pero es de imaginar que muchas de esas personas eran amantes del arte y entendidas en la obra del pintor francés; sin ir más lejos, allí acudió Pierre Matisse, uno de los hijos del famoso artista y reconocido marchante de la Gran Manzana.
Todo iba bien hasta que, cuarenta y siete días después de inaugurar la exposición, apareció por allí Genevieve Habert, corredora de bolsa y aficionada a la obra del artista en cuestión. Genevieve se situó delante de El barco, lo observó y se percató de algo que no cuadraba: el velero que se reflejaba en el agua tenía más elementos que el real. Es bien sabido que el reflejo de un elemento no puede ser más completo y estar más acabado que el propio elemento original, puede presentar los mismos o menos detalles si se quiere, pero más no. Esa es una lección de las que se aprenden en la escuela, y que un pintor como Henri Matisse debía conocer a la perfección. Genevieve visitó el museo una segunda vez para corroborar el curioso descubrimiento, y en una tercera visita, quizá para despejar cualquier tipo de duda, decidió comprar en el mismo museo un catálogo de la exposición. En él aparecía El barco en su posición correcta, es decir, al revés de cómo estaba colgado en una de las paredes del MoMA.
La corredora de bolsa, ya totalmente convencida de su hallazgo, acudió a uno de los empleados del museo para comunicarle la noticia y emplazarle a que se tomaran las medidas oportunas. Y la respuesta que obtuvo fue más oportuna si cabe: «Usted no sabe lo que es hacia arriba ni hacia abajo, y nosotros tampoco. No podemos ser responsables de los pintores». Ahí queda eso. El arte, especialmente el de las últimas décadas, tiene estas cosas. Suele suceder, un cuadro que fulano aprecia de una manera, mengano lo ve de otra diferente y zutano de la contraria. «Depende, todo depende, de según cómo se mire todo depende», dice la famosa canción.Y ante tal panorama, ¿quién podría saber lo que ha ocurrido en la cabeza del que ha pintado un cuadro? No sería de extrañar que hubiera más personas que visitaron la exposición y también creyeran ver ese cuadro del revés, pero asumieron que sobre gustos no hay nada escrito, que el capricho de Matisse, mira por dónde, había sido dibujar aquel barco de aquella particular manera. Sin embargo, Genevieve Habert no iba por allí, ella no aludía a gustos o inclinaciones personales, se refería a una cuestión que tiene poco que ver con caprichos, en este caso con los de Matisse. Gustará o no, e irritará a más o menos gente, pero la relación que hay entre un objeto y su reflejo está clara como el agua y no deja espacio para la controversia. Genevieve Habert decidió comunicar su hallazgo al New York Daily News, rotativo que publicó la noticia el 24 de diciembre del mismo año en el que se celebraba la exposición.
El barco de Matisse no ha sido el único cuadro que se ha expuesto de manera incorrecta. Se sabe que sucedió lo mismo con Hierba y mariposas, de Vincent van Gogh, en la National Gallery de Londres, y que aún fue peor lo que le pasó a El árbol de Lawrence, de Georgia O’Keeffe: se exhibió erróneamente en dos exposiciones diferentes, en una de ellas durante la friolera de diez años seguidos. Quién sabe si algún lienzo más se ha visto envuelto en una situación parecida a la de los mencionados, sin que fuera advertido por alguien como aquella avispada corredora de bolsa. Tras el descubrimiento, Pierre Matisse, el hijo del gran pintor, afirmó: «La señora Habert debería recibir una medalla» por saber ver las cosas con lucidez y precisión, por el buen discurrir, por pensar con criterio. Y no solo del señor Matisse hijo, nos atrevemos a pensar que también hubiera recibido el aplauso del mismísimo Jaume Balmes, espléndido filósofo del sentido común que precisamente escribió El criterio, uno de esos libros que siempre hay que tener a mano.
De la misma manera en que pensó Genevieve Habert sobre la colocación de aquel famoso barco, uno puede razonar sobre tantas otras cosas. Cambiará la cuestión sobre la que se discurre, pero no la manera de proceder. Por ejemplo, se piensa erróneamente cuando se defiende que los osos son animales holgazanes a los que les encanta dormir a pierna suelta durante largas temporadas; y se discurre de forma adecuada cuando se conocen los intríngulis de la hibernación, ese estado fisiológico que se da en ciertos mamíferos como adaptación a temperaturas invernales extremas, estrategia para ahorrar energía, manifestación del espíritu de supervivencia y alguna que otra cosa más que ahora se nos escapa. También se piensa bien cuando se entiende que la amistad es algo importantísimo que se cultiva y cuida como un auténtico tesoro; y se razona equivocadamente cuando se considera que es un instrumento para conseguir favores en momentos puntuales o un mero compadreo de buen rollo. Y un último ejemplo, también piensa con criterio quien se sienta en el autobús público tal y como la inmensa mayoría de las personas venimos haciéndolo desde tiempos inmemoriales, no hace falta que describamos cómo; y anda ofuscado quien, además de reclinar sus posaderas en un asiento, apoya los pies en el de delante; ya nos imaginamos esa posición. El hecho de no pensar como Genevieve Habert puede traer problemas. Sin ir más lejos, el ingenuo de la hibernación se pierde una insospechada maravilla del mundo animal, el negligente ante la amistad dilapida la oportunidad de disfrutar de relaciones puras y desinteresadas, y el comodón del autobús resulta ser incómodo para todos, incluso para él mismo, por muy descansado que se sienta y muy apoltronado que se siente.