El fabuloso mundo del dinero y la bolsa, con más de 100.000 lectores, es libro de cabecera y guía de economistas y financieros, además, gracias a su fácil lectura cargada de anécdotas, también lo es para todo el que quiera entender el mundo bursátil. Desde la publicación de nuestro primer libro del maestro André Kostolany Enseñanzas de Kostolany, en el año 2006, y más tarde con El arte de reflexionar sobre el dinero, en el año 2007, no hemos dejado de recibir en nuestra editorial multitud de peticiones y demandas sobre el título que representa el clásico de las finanzas: El fabuloso mundo del dinero y la bolsa (Kostolanys Wunderland von Geld und Börse). Ahora, en un tiempo convulso, donde constantemente se habla desde todos los medios sobre los mercados, la bolsa, el diferencial de la deuda, la especulación… nada como la voz del maestro Kostolany. Con él descubrimos que nada es nuevo ni en los mercados ni en el comportamiento humano. Os invitamos a disfrutar del conocimiento acumulado en la interesantísima vida del autor que describe sus experiencias y su sabiduría.
André Kostolany
El fabuloso mundo del dinero y la Bolsa
ePub r1.0
Balhissay 01.03.16
Título original: Wunderland von Geld und Börse
André Kostolany, 1982
Traducción: Joaquín Adsuar
Editor digital: Balhissay
ePub base r1.2
Yo no enseño, cuento.
Michel de Montaigne
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Mi breviario bursátil
La Bolsa es mi vida
¿ESPECULAR? Ésta es una pregunta que se me hace con frecuencia. La respuesta depende de la persona.
Quien tiene mucho dinero puede especular; quien tiene poco debe especular; quien no tiene dinero en absoluto está obligado a hacerlo.
En la actualidad, uno sólo puede hacerse rico rápidamente y con facilidad mediante la especulación. Y si hay que especular, ¿cómo debe hacerse? ¿Dónde, cuándo y con qué?
Mi «centenaria» experiencia se limita a la Bolsa. Repito: centenaria. Lo digo en broma pero lo pienso en serio. He reunido 55 años de experiencias personales, para bien o para mal de mi cartera, y a estos cincuenta años hay que sumar los cincuenta de experiencia en la vida y en la Bolsa de aquellos colegas que ya contaban setenta años cuando yo solamente tenía veinte.
¿Qué pasaría si yo contara lo que sé de ese mundo caprichoso que es la Bolsa? La bourse, la borsa, la bolsa, die Börse, Serka… Desde París hasta Milán y Buenos Aires, de Frankfurt a Petersburgo, esta palabra es del género femenino, ¿y eso es más que una simple casualidad? ¿Qué es, realmente, la Bolsa, esa Bolsa «perversa» que para unos significa la riqueza y para otros la ruina?
Para muchos es un Montecarlo sin música, un casino de juego en el cual durante una tarde uno se puede jugar una suma de dinero en medio de un ambiente excitante y escalofriante. Para mí la Bolsa es el centro nervioso, incluso el motor, de todo el sistema económico capitalista. La verdad, posiblemente, está en un punto medio, y es algo más complicada de lo que suele creerse.
Yo he especulado ya con todos los valores, divisas y productos, al contado y a plazos, en Wall Street, París, Frankfurt, Zurich, Tokio, Londres, Buenos Aires, Johannesburgo o Shanghai. He especulado con acciones, valores del Estado, incluso con valores de la deuda de los países comunistas, préstamos fluctuantes y divisas flotantes o estables, con el cuero de que están hechas las suelas de mis zapatos, con granos de soja y todo tipo de cereales, con la lana y el algodón, con el caucho de los neumáticos de mi automóvil, con los huevos y el bacon del desayuno, con café y con cacao, con whisky, con la seda de mi corbata de pajarita y con todos los metales, preciosos o no.
Debo añadir al respecto que no soy un alcista, que no sólo especulo con el alza de los precios, sino que también lo hago a la baja. En resumen: especulo en todo y con todo, de acuerdo con el lugar desde donde sopla el viento o con lo que exigen la economía y la situación política, tanto en las coyunturas favorables como con la depresión, inflación o deflación, devaluación o revaluación… ¡y he sobrevivido a todo ello! Para lograrlo hay que oír crecer la hierba y estar en condiciones de juzgar cualquier situación con la máxima seguridad.
Un alumno de uno de mis seminarios sobre la Bolsa me preguntó en cierta ocasión si yo estaría dispuesto a aconsejar a mi hijo que se dedicara a la especulación.
—¡Ciertamente que no! —Fue mi respuesta—. Si yo tuviera un hijo debería ser compositor. El segundo, pintor y el tercero, periodista o escritor. Pero el cuarto —añadí— tendría necesariamente que ser especulador para poder mantener a sus hermanos.
Homo speculator… Pero ¡qué ser humano mas extraordinario es el especulador! Porque no todo el que está profesionalmente relacionado con la Bolsa es un especulador.
En todo el mundo debe haber entre cien mil y doscientos mil agentes de Bolsa, consejeros de inversiones, administradores de paquetes de acciones, empleados de las distintas Bolsas que cantan los resultados… ¡Y millones de personas en todo el mundo que han convertido el juego de la Bolsa en una profesión y que, entre un universo de cifras, compran y venden, venden o compran alternando de un extremo a otro…!
Existen, además, los financieros, que llevan a cabo transacciones en las que se juegan millones. Pero los conceptos financiero y especulador no deben confundirse.
El financiero se mantiene firme en el negocio iniciado por él, «metido hasta las orejas», se asegura mayorías, planea fusiones, funda trusts, lanza nuevas industrias y él mismo lleva una vida inquieta e intranquila con tanta actividad. Cuando crea empresas se dirige a la Bolsa para conseguir en ella el capital necesario. También por medio de la Bolsa logra controlar aquellas sociedades o empresas que quiere dominar. En un trust vertical reúne empresas complementarias o combina las más complejas sociedades mixtas. Su objetivo sigue siendo una transacción determinada, pero sus compras o ventas causan grandes movimientos que tienen consecuencias importantes sobre toda la Bolsa.
El especulador, por su parte, continúa siendo un espectador pasivo de esos movimientos que él no ha causado, pero de los cuales intenta beneficiarse. ¡Que profesión tan señorial! Y piensa como Horacio: «Feliz el que vive alejado de los negocios». Sin contacto con el público, sin mancharse los dedos con un trabajo «humillante», lejos de toda mercadería y de los polvorientos almacenes, libre de las confrontaciones cotidianas con los comerciantes y los negociantes, el especulador reflexiona sumido en sí mismo. Envuelto por el aromático humo y de su habano, se sienta cómodamente en su mecedora y medita alejado del mundo y sus ruidos. Su herramienta de trabajo la tiene al alcance de su mano y es muy sencilla: un teléfono, una radio y algunos periódicos. Pero puede actuar así porque también él tiene su secreto: sabe leer entre líneas.
El especulador carece de empleados y de jefe, no debe ir de un lado para otro repartiendo saludos y sonrisas, no ha de aguantar la lata de un cliente nervioso, como el banquero o el agente. No tiene que convencer a nadie para que haga o deje de hacer esto o aquello. Es un aristócrata, un noble que puede disponer de su tiempo con libertad. Consecuentemente, no es raro que muchos le envidien. Vive peligrosamente y, como el cocodrilo, tiene que habituarse a dormir con los ojos abiertos.