MICHAEL CRICHTON (Chicago, Illinois, 23 de octubre de 1942 - Los Ángeles, California, 4 de noviembre de 2008) fue un médico, escritor y cineasta estadounidense, considerado el iniciador del estilo narrativo llamado tecno-thriller.
Se han vendido más de 150 millones de copias literarias de sus obras, la mayoría best-sellers, que han sido traducidas a más de treinta idiomas y de las cuales doce se han llevado al cine, a destacar Devoradores de cadáveres (1973), Parque Jurásico (1990) o Twister (1996).
Quizá principalmente conocido por ser el padre de Parque Jurásico, lo es también de la prestigiosa serie de televisión, ER (Urgencias). Es la única persona que ha tenido: el libro número uno (Acoso), la película número uno (Parque Jurásico) y la serie de televisión número uno (Urgencias - ER), en el mismo instante.
Los extraterrestres causan el calentamiento global
Conferencia pronunciada el 17 de enero de 2003 en el Caltech Michelin Lecture.
Mi asunto de hoy suena humorístico, pero desgraciadamente hablo en serio. Voy a argumentar que los extraterrestres están detrás del calentamiento global. O, para hablar con mayor precisión, argumentaré que la creencia en los extraterrestres ha pavimentado el camino, en pasos progresivos, a la creencia en el calentamiento global. Mi tarea de hoy será hacer un diagrama de esta progresión de la creencia.
Déjenme decirles que no tengo deseo alguno de hacer que nadie deje de creer, ya sea en los extraterrestres o en el calentamiento global. Eso es casi imposible de conseguir. En su lugar, quiero discutir la historia de muchas creencias ampliamente publicitadas y hacer notar lo que yo considero como una crisis emergente en todo el campo de la ciencia —precisamente la incrementada e incómoda relación entre ciencia pura y políticas públicas.
Tengo un interés especial en esto a causa de la forma en que crecí. Nací en medio de la Segunda Guerra Mundial, y pasé mis años de formación en el punto más álgido de la Guerra Fría. En los simulacros del colegio, me agazapaba obedientemente debajo de mi escritorio esperando un ataque nuclear.
Era un tiempo de extendido temor e incertidumbre, pero aún como niño, yo creía que la ciencia representaba la mejor y más grande esperanza para la humanidad. Hasta para un niño, el contraste era claro entre el mundo de la política —un mundo de odio y peligro, de creencias irracionales y temores, de manipulaciones en masa y desgraciados borrones en la historia humana—. En contraste, la ciencia tenía valores diferentes —con una visión internacional, forjando amistades y creando relaciones a través de fronteras internacionales y sistemas políticos, alentando un desapasionado hábito de pensamiento, y en última instancia, conduciendo a nuevo conocimiento y tecnologías que beneficiarían a toda la humanidad.
El mundo podría no ser un lugar muy bueno, pero la ciencia lo haría mejor. Y lo hizo. Durante mi vida, la ciencia ha cumplido largamente con su promesa. La ciencia ha sido la gran aventura intelectual de nuestra era, y una gran esperanza para nuestro problemático e inquieto mundo.
Pero yo no esperaba que la ciencia simplemente extendiese nuestra expectativa de vida, alimentase a los hambrientos, curase las enfermedades y encogiese al mundo con jets y teléfonos móviles. También esperaba que la ciencia hiciera desaparecer la maldad del pensamiento humano —prejuicios y superstición, creencias irracionales y falsos temores. Esperaba que la ciencia sería, como en la memorable frase de Carl Sagan, «una vela en un mundo obsesionado por demonios». Y en esto no estoy muy contento con el impacto de la ciencia. Más que servir como una fuerza limpiadora, en algunas ocasiones la ciencia ha sido seducida por las más antiguas tentaciones de la política y la publicidad. Algunos de los demonios que pueblan nuestro mundo en los años recientes, han sido inventados por los científicos. El mundo no se ha beneficiado al permitir que estos demonios hayan sido liberados.
Pero veamos cómo esto llegó a suceder.
Proyecte sus recuerdos hacia atrás a 1960. John Kennedy es presidente, los aviones a reacción comerciales comienzan a aparecer, las computadoras más grandes de las universidades tenían 12K de memoria y en Green Bank, West Virgina, en el nuevo Observatorio Nacional de Radio Astronomía, un joven astrofísico llamado Frank Drake lleva adelante un proyecto de dos semanas conocido como Ozma, para buscar señales extraterrestres. Con gran excitación, se recibe una señal. Resulta ser falsa, pero la excitación se mantiene. En 1960, Drake organiza la primera conferencia SET, y presenta su ahora famosa ecuación Drake:
N = n*fp ne fl fi fc fL
En donde n es el número de estrellas en la Vía Láctea; fp es la fracción de las mismas con planetas; ne es el número de planetas por estrella capaz de mantener vida; fl es la fracción de planetas donde la vida se desarrolla, fi es la fracción de los mismos donde evoluciona vida inteligente; fc es la fracción de las especies inteligentes que se comunica; y fL es la fracción de la vida del planeta durante la que vive la civilización que en él vive se comunica.
Esta ecuación que parece muy seria permitió al SETI afianzarse como una legítima inquietud científica. El problema, por supuesto, es que ninguno de los términos de la ecuación puede ser conocido, y la mayoría ni siquiera pueden ser estimados. La única manera de hacer funcionar a la ecuación es llenarla con suposiciones y las suposiciones —sólo para dejarlo en claro— son meramente expresiones de prejuicios. Tampoco puede haber «suposiciones informadas». Si usted necesita declarar cuántos planetas con vida eligen comunicarse, simplemente no hay manera de hacer una suposición informada. Es simple prejuicio.
Como resultado, la ecuación de Drake puede tener cualquier valor, desde «millones de trillones» hasta cero. Una expresión que puede significar cualquier cosa, no significa nada. Hablando con precisión, la ecuación de Drake literalmente no tiene sentido, y no tiene nada que ver con la ciencia. Yo mantengo la visión dura de que la ciencia involucra la creación de hipótesis demostrables. La ecuación de Drake no puede ser ensayada ni probada, por lo tanto SETI no es ciencia. SETI es, sin duda alguna, una religión. La Fe es definida como la firme creencia en algo para lo cual no hay pruebas. La creencia de que el Corán es la palabra de Dios es un asunto de Fe. La creencia de que Dios hizo al universo en seis días laborables es materia de Fe. La creencia de que hay otras formas de vida en el universo es materia de Fe. No hay ni la más mínima traza de evidencia de alguna otra forma de vida y, en 40 años de investigación, no se ha descubierto nada. No hay absolutamente ninguna razón ni evidencia para mantener esta creencia. SETI es una religión.
Una manera de hacerse una idea del enfriamiento del entusiasmo inicial es revisar los trabajos populares sobre el tema. En 1964, en la cúspide del delirio del SETI, Walter Sullivan, del New York Times, escribió un excitante libro acerca de la vida en el universo titulado No estamos solos.
En 1995, cuando Paul Davis escribió un libro sobre el mismo tema, lo tituló ¿Estamos solos? (Desde 1981 ha habido, de hecho, cuatro libros con el título «Estamos solos»). Más recientemente, hemos visto el ascenso de la llamada teoría de la «Tierra Rara» que sugiere que, en verdad, podríamos estar solos. Una vez más, no hay evidencia de ninguna de las dos cosas.
En los años 60, SETI tuvo sus críticos, aunque no entre los astrofísicos y los astrónomos. Los biólogos y los paleontólogos fueron los más duros. George Gaylord Simpson de Harvard, se mofó que SETI era «un estudio sin objeto que estudiar», y así permanece hasta nuestros días.