Cantoras todas. La generación del siglo 21
se terminó de editar en octubre de 2020
en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara,
José Bonifacio Andrada 2679, Lomas de Guevara, 44657
Guadalajara, Jalisco.
Índice
Enrique blanc, gabriela robles y humphrey inzillo
Julieta Venegas
Lila Downs
Rafa G. Escalona
Lara López
Umberto Pérez
Natalia Cano
José Manuel Gómez Gufi
Gabriela Robles
Enrique Blanc
Kristel Latecki
Diego Londoño
Humphrey Inzillo
Paz Azcárate
Betto Arcos
Luisa Piñeros
Gabriel Plaza
Jaime Andrés Monsalve B.
Liliana Estrada
Sara Melguizo Gavilanes
Mercedes Sanz
Simona Sánchez
Angie Giaverini
Anexos
Todas las voces, todas
El 24 de febrero de 2020, Mon Laferte apareció —por segunda vez en su exitosa carrera artí stica — en el escenario del popular festival de Viña del Mar. Para la ocasión, la compositora y cantante chilena radicada en Mé xico, guard ó una sorpresa para su actuación: llevar consigo a otras 50 cantautoras y mostrarse junto a ellas portando un pañuelo verde en mano, símbolo de la campaña por el aborto libre, seguro y gratuito para las mujeres en Latinoamérica. Entre aquellas cantantes que entonaron juntas un par de cuecas, todas parte de una de las escenas musicales más efervescentes de la historia musical chilena, estaban Francisca Valenzuela, Natisú , Daniela Sep ú lveda, Cecilia Astorga, Natalia P érez (Cancamusa) —también baterista del grupo de Laferte—, La Chinganera , Andrea Andreu, Catalina Blanco, por sólo mencionar algunas. El gesto, además de mostrar la solidaridad de género que hay hoy entre quienes se dedican al oficio de hacer canciones, simbolizó el momento de lucha por condiciones de igualdad que las mujeres viven en la actualidad en el mundo. Momento que días más tarde tendría una de sus expresiones más contundentes: la marcha durante el Día Internacional de la Mujer, aunado al paro nacional que se llevó a cabo un día después, el 9 de marzo de 2020, en múltiples ciudades de Latinoamérica y el resto del orbe.
En Viña del Mar, Laferte, a mitad de su espectá culo, recorri ó la tarima del escenario para encontrarse con sus colegas. “No vine sola”, dijo. Una vez que los reflectores iluminaron a las allí presentes, ella continuó hablando. “ Vine acompa ñada de un montón de amigas. Todas cantoras. Y, como es difícil tener espacio en los escenarios las mujeres, yo dije voy a invitar a todas mis amigas poderosas que admiro”.
Si bien el hecho no representa la primera vez que un grupo de cantoras se reú ne para acompa ñarse en una canción y de paso manifestarse a favor de los derechos de su género, sí realz ó el reciente sentimiento de sororidad que, como nunca antes, identifica a las mujeres en el siglo XXI .
Con toda seguridad, algo muy similar debe haber acontecido en alguna de las ya varias ediciones del Ruidosa Fest, el festival fundado por la también chilena Francisca Valenzuela y que presenta exclusivamente talento femenino. En el manifiesto que lo sustenta —y que puede consultarse en su pá gina oficial —, se dan a conocer sus objetivos, entre los que está el siguiente: “ Queremos romper normas inconsciente s , sesgos expl ícitos y todas las acciones cotidianas que sustentan y reproducen la desigualdad de género”. En el mismo texto puede leerse : “Ahora somos un festival, una plataforma de conversación, una red de activistas y un sitio web. Haremos todo aquello que esté a nuestro alcance para que el feminismo deje de ser una mala palabra, y se transforme en el diagnóstico compartido de que el género puede ser una fuente de diversidad, pero nunca de exclusión”.
El empuje demostrado por quienes se han identificado con Ruidosa, evoca aquel esfuerzo que llevó a la compositora y cantante canadiense Sarah MacLahan a fundar en 1997 la iniciativa Lilith Fair, el festival que sirvió de plataforma para que otras cantoras se diesen a conocer, entre ellas Suzanne Vega, Jewel, Liz Phair, Holly Cole, Natalie Merchant e Indigo Girls. Tal ejemplo hizo eco en México, inspirando a Julieta Venegas, Ely Guerra y Aurora y la Academia a reunirse en una gira que se denominó De Diva Voz, que no só lo mostr ó la complicidad de estas tres cantautoras, también exhibió sus intenciones de reclamar un lugar en la escena del rock mexicano, que entonces, a fines de los noventa, era masculina casi en su totalidad. Su solidaria aventura incluso trajo como consecuencia que la prestigiosa revista estadounidense Time les dedicara la portada en su edición del 3 de agosto de 1998. En aquella foto aparecen Guerra y Venegas acompañadas de la frase “Era de la rockera” y una breve descripción del contenido del artículo sobre ellas incluido pá ginas m ás adelante: “La sororidad de cantantes de fuerte tono está tomando la delantera en el rock latinoamericano, tradicionalmente macho”.
Pero nada tan elocuente en lo que a los logros femeninos en la música concierne como Sirenas al ataque, la investigación que la periodista y tambié n compositora Tere Estrada public ó en M éxico, y que emprende un exhaustivo y revelador recorrido histórico por las aportaciones que muchas mujeres han hecho en el desarrollo del rock y los estilos afines a éste. En su prólogo, la soció loga Julia Palacios consigna:
En Sirenas al ataque, Tere Estrada nos dice que entre 1956 y 1969 se lanzaron en México ciento seis cantantes mujeres, de las cuales el cuarenta por ciento realizaron un solo disco. La cifra no me sorprende. En Estados Unidos se dio un fenómeno parecido. Por ejemplo, a principio de la década de los sesenta, los llamados “grupos de niñas”, producidos por Phil Spector (The Ronettes) y Berry Gordy (The Supremes) fueron, en la mayoría de los casos, mujeres, o grupos de mujeres, de un solo éxito. Es interesante hacer notar que muchas de las portadas de los discos de estos “grupos de niñas” aparecían sin fotografía. Los productores en las compañía disqueras —a quienes sólo les interesaban las voces— sostenían que no valía la pena invertir en la imagen de una mujer que finalmente se iba a casar, a tener hijos y a retirarse del medio.
Vaya contraste es identificar las portadas de cantantes actuales que a lo largo de Latinoamérica han conseguido afianzarse como las voceras de una nueva generación. Mujeres que transitan por la industria musical, cuya imagen es hoy tan reconocida como su voz. Allí está la Natalia Lafourcade de Hasta la raíz , la Carla Morrison de Amor supremo , la Mon Laferte de La trenza , y tantas otras, algunas de las cuales también están incluidas en las páginas de este libro.
Memorable es también en este recuento de postales que recorren varias de las incontables aportaciones de las chicas al rock , el folclore, el jazz , la música electrónica, el cierre del espectá culo Reluciente, Rechinante y Aterciopelado, donde Andrea Echeverri y Héctor Buitrago interpretaron una versión de “ Florecita Rockera ” , acompa ñados por tres figuras de la canción femenina colombiana de hoy —todas, por cierto, incluidas en estas páginas—: Catalina García, Goyo y Las Áñez. Un detalle que de nueva cuenta refrenda la solidaridad que hoy se percibe entre cantoras y la relevancia que todas ellas se han ganado en el horizonte de la mú sica latina.