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Para mi madre, que perdió la batalla contra el COVID, pero cuyos valores viven cada día en mí. Soy quien soy, porque ella fue mi mejor ejemplo.
Para mi esposo Richard y mis hijos, Joshua y Tamara, que me rodean con su amor, fe y apoyo. Ellos hacen que todo sea posible.
Más que nada, esta serie va dedicada a los niños del mañana. Sabemos que tienen que verlo antes para poder serlo luego. Nuestro deseo es que estos héroes latinos les enseñen a desplegar sus alas y volar.
—C. R. E.
Para mamá y papá, por todo.
—S. E.
“Roberto nació para jugar béisbol”.
— LUISA WALKER, madre de Roberto Clemente
Un d í a lluvioso del a ñ o 1934, en un peque ñ o archipi é lago —un conjunto de islas— rodeado por el oc é ano Atl á ntico por arriba y el mar Caribe por debajo, con elevadas monta ñ as en el centro, naci ó una futura leyenda del b é isbol.
Roberto Enrique Clemente Walker lleg ó al mundo rodeado de amor. Era el menor de siete hijos en una comunidad muy unida de Carolina, Puerto Rico. En tan solo treinta y ocho a ñ os, miles de puertorrique ñ os, aficionados al b é isbol y latinos del mundo entero lo llorar í an y venerar í an como uno de los peloteros y fil á ntropos —alguien que se dedica a hacer el bien— m á s grandes que hayan existido.
Como muchos ni ñ os y ni ñ as latinos, los apellidos de Roberto narran la historia de su familia. En Puerto Rico y otros pa í ses de Am é rica Latina, los hijos llevan dos apellidos, el paterno y el materno. “Clemente” era el apellido de su padre, Melchor Clemente, y “Walker” era el apellido de su madre, Luisa Walker. Al mudarse a Estados Unidos de adulto, algunos pensaban que el verdadero apellido de Roberto era Walker, porque era el ú ltimo que se escrib í a. Pero durante la mayor parte de su carrera en Estados Unidos, usar í a el nombre Roberto Clemente.
Melchor Clemente ten í a cincuenta y un a ñ os cuando su hijo menor naci ó . Melchor naci ó en 1882, menos de diez a ñ os despu é s de que Espa ñ a aboliera la esclavitud en Puerto Rico. Melchor era un hombre serio que manten í a a su familia trabajando duro como capataz en una compa ñí a para procesar az ú car de ca ñ a. Era bajito y andaba a menudo con su pava y machete en mano para trabajar la ca ñ a. Al igual que Roberto, Melchor ten í a la piel y los ojos color caf é oscuro.
Luisa Walker era de Lo í za, Puerto Rico. Fue la primera de muchas mujeres fuertes que moldearon la vida de Roberto. Antes de nacer Roberto, la vida de Luisa ya estaba marcada por una tragedia y no ser í a la ú ltima.
El primer esposo de Luisa hab í a fallecido dejándola viuda con sus dos hijos, Luis y Rosa. Pese a esa tragedia, junto a Melchor, Luisa cre ó un hogar c á lido y acogedor para su familia. Trabajaba m á s que los dem á s, incluído Melchor. Cocinaba, limpiaba, lavaba ropa, educaba y criaba a sus hijos igual que lo hac í an muchas mujeres de la é poca. Luisa tambi é n cos í a y les cocinaba a los trabajadores de la ca ñ a para ganar dinero. Convirti ó uno de los cuartos del fraente de su modesta casa en una improvisada tienda de alimentos. Los fines de semana vend í a carne. Ten í a brazos y hombros fuertes que pod í an cargar el cad á ver de una vaca entera y prepararla para consumirla, fuerza que Roberto hered ó . Cuando hablaba de su mam á , Roberto dec í a que ella nunca tuvo tiempo para bailar. Pero les ense ñó a sus hijos a encontrar dicha y alegr í a en las cosas sencillas de la vida.
Cuando Luisa y Melchor estaban criando a su familia, al igual que hoy, hab í a puertorrique ñ os negros, marrones, blancos y de todas las posibles combinaciones de estos colores de piel, muchas veces dentro de una misma familia. La explicaci ó n es que los puertorrique ñ os descienden de tres grupos de ancestros: ta í nos, espa ñ oles y africanos.
Los ta í nos eran agricultores, cazadores y recolectores que viv í an originalmente en Puerto Rico, se convirtieron en la cultura dominante alrededor del 1000 d.C. ¡Hace m á s de mil a ñ os! Llamaban Borinquen al archipi é lago puertorrique ñ o (a veces Borik é n o Boriquen). “Borinquen” y muchas de las palabras y nombres que los ta í nos usaban hace m á s de mil a ñ os todav í a se usan hoy en d í a. Si alguna vez has hablado acerca de un jurac á n (hurac á n), una canoa, una iguana, una hamaca o un manat í entonces has usado palabras ta í nas.
Los ta í nos tambi é n ten í an su propio juego de beísbol, conocido como bat ú , que jugaban en el batey, un campo que utilizaban para ceremonias especiales. Jugaban a lanzarle una pelota de resina (una especie de pegamento vegetal) y hojas a un jugador que le pegaba a la pelota con un bate que parec í a un remo. Algunos estudiosos del lenguaje piensan que las palabras “bate” y “batear” en espa ñ ol vienen de los vocablos ta í nos batey o batú.
Los ta í nos viv í an en peque ñ as aldeas llamadas yucayeques, lideradas por jefes que eran llamados caciques. Desde el a ñ o 1000 d.C. hasta 1492, cuando Crist ó bal Col ó n y su tripulaci ó n espa ñ ola invadieron Puerto Rico, hab í a una cacica. De acuerdo a la leyenda local, los espa ñ oles bautizaron a la cacica, Yuiza, y ella se cambi ó el nombre a Lo í za. Este es el nombre del pueblo d o nde nacer í a la madre de Clemente muchos a ñ os despu é s.
Cuando Col ó n lleg ó a Borinquen empez ó a llamarla San Juan Bautista, en honor al santo que, seg ú n los cat ó licos, bautiz ó a Jes ú s. Tan pronto los espa ñ oles se percataron de que hab í a oro en la isla, empezaron a llamarla Puerto Rico y nombraron la ciudad capital, San Juan.
Los espa ñ oles no se portaron bien con los ta í nos. Los consideraban inferiores porque no se comportaban como espa ñ oles y no ten í an las mismas armas. Los ta í nos nunca hab í an visto gente que se comportara como los espa ñ oles y no pod í an competir contra sus armas y los g é rmenes que tra í an. Los espa ñ oles explotaron la ca ñ a de az ú car y la miner í a. Estas empresas requer í an mucho trabajo bajo el sol ardiente de Puerto Rico. En vez de pagarles por su trabajo, los espa ñ oles obligaron a los ta í nos a trabajar en contra de su voluntad y pr á cticamente los esclavizaron. Poco despu é s, los espa ñ oles trajeron barcos llenos de otra gente esclavizada, que había sido arrebatada de sus hogares en el continente africano en contra de su voluntad, a Puerto Rico y otros lugares donde tambi é n fueron maltratados atrozmente.
Lo í za se convirti ó en el refugio de aquellos que escapaban de la esclavitud, conocidos como cimarrones, sobre todo los yoruba, una etnia oriunda de Nigeria, a quienes los espa ñ oles hab í an secuestrado. Los cimarrones se fugaban de sus captores, se escond í an del ej é rcito espa ñ ol en los densos manglares y formaban sus propias comunidades. Hoy en d í a, Lo í za tiene una de las mayores concentraciones de personas negras puertorrique ñ as y celebra su rica historia de baile y m ú sica (como la bomba y la plena), platos t í picos y fiestas patronales. Las fiestas patronales son celebraciones especiales que conmemoran a santos del pante ó n cat ó lico que aportaron los espa ñ oles ya que ellos no permit í an que los esclavizados practicaran sus propias creencias religiosas. La cultura de Lo í za y Puerto Rico incluye much í simas tradiciones heredadas de estos antepasados africanos.