Mason Deaver - Te deseo todo lo mejor

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Para Robin, que estuvo ahí desde el principio.

—Ben, cariño, ¿te sientes bien?

Mi madre toma el plato que tengo frente a mí con casi toda mi cena aún intacta. Comí quizá uno o dos bocados antes de sentir como si pusiera rocas en mi estómago y que el poco apetito que tenía se había esfumado.

—Sí, estoy bien —le contesto. Siempre es más fácil decirle eso. Es mejor a que ella saque un termómetro y todos los frascos de medicina que tiene en el anaquel—. Solo tengo mucho en qué pensar.

Eureka. No es una mentira completa.

—¿La escuela? —pregunta mi padre.

Asiento con la cabeza.

—No te estarás atrasando, ¿o sí?

—No, solo están pasando muchas cosas. —De nuevo, no es una mentira completa. ¿Cuenta como mentira si solo me guardo algunas cosas?

—Bueno —comienza mi madre—, mientras mantengas tu promedio… ¿Cuándo llega tu boleta?

—La próxima semana. —Serán puros dieces, salvo por la clase de Lengua, en la que probablemente obtenga un «No estamos enojados, solo decepcionados».

—¿De verdad te sientes bien? Tú sabes que estos cambios de temperatura siempre te afectan. —Mamá se me acerca nuevamente y aparta con los dedos el cabello que cae sobre mi frente—. Parece que tienes un poquito de calentura.

—Estoy bien. —Alejo su mano—. Te prometo que es solo un poco de cansancio.

Pienso que es suficiente para ella porque esboza una sonrisita.

—Está bien. —Sigue mirándome mientras se aleja—. Deberíamos hacer una cita para que te corten el cabello, está comenzando a verse muy largo en la parte de atrás.

—Bueno. —Doy un sorbo a mi vaso de agua, para tener algo que hacer—. ¿Les conté que Gabby Daniels tuvo que renunciar a la presidencia del club de arte?

—No, ¿pasó algo? —pregunta mi madre.

—Creo que era demasiado para ella, está casi en todos los otros clubes de la escuela. Pero eso significa que ¡puedo tomar su lugar!

—Ay, cariño, eso es fantástico —contesta mi madre desde el fregadero mientras enjuaga los platos antes de meterlos al lavavajillas—. ¿Tendrás que hacer algo extra para el club?

—Casi todo es organizar eventos y salidas. Ya cubría a Gabby en casi todas las reuniones, así que no será muy distinto.

—¿No interferirá con tus estudios? —interrumpe mi padre con rostro de preocupación—. Recuerda nuestro trato: si tus calificaciones bajan, tienes que dejar el club.

—Sí, señor. —Puedo sentir una leve presión en el cerebro, como si algo se apretara contra mi cráneo. Miro a mi madre, esperando que diga algo, pero no lo hace. Solamente mira al suelo, como hace regularmente cuando mi padre se pone así—. Lo sé.

Mi padre suspira y se va al estudio mientras recojo los platos restantes de la mesa y los llevo a la barra, antes de sacar los recipientes para guardar las sobras.

—Gracias, cariño. —Mi madre no levanta la vista.

—No hay problema —le contesto—. ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Ay, ya sabes. —Se encoge de hombros—. El doctor Jameson continúa relegándome sus trámites en vez de hacerlos él mismo.

—¿Hacer su propios trámites? —bromeo—. ¡Hasta crees!

—¿Verdad? —Mamá se ríe y me dirige una mirada de exasperación—. Te juro que un día voy a decirle sus verdades.

—¿No me habías dicho que uno nunca debe quemar sus naves?

—Sí, es verdad. Pero yo soy la adulta aquí y puedo hacer lo que se me antoje. —Mi madre se ríe sola y hace los trastes a un lado—. Entonces, ¿qué hiciste hoy?

—Casi nada. Dibujé un ratito, trabajé en un par de proyectos que debo entregar después de las vacaciones… Nada emocionante. —Una vez más, solo me estoy guardando información.

En su mayor parte, mi día se resumía en enloquecer respecto de lo que estaba a punto de hacer, mirar videos de YouTube acerca de cómo la gente hace esas cosas, volver a leer mensajes viejos de Mariam, y casi vomitar el sándwich de crema de cacahuate que me preparé para el almuerzo.

Ya saben, cosas típicas, de todos los días.

Mi madre coloca los últimos trastes en el escurridor mientras yo guardo los recipientes en el refrigerador.

—¿Sí te sientes bien? No comiste nada extraño, ¿o sí? —Mi madre se acerca para volver a tocar mi frente, pero logro esquivarla.

—Te lo prometo, me siento perfectamente bien.

Mentira.

—Si tú lo dices. —Mamá dobla con cuidado las toallas de la cocina al lado del fregadero—. ¿Todavía tienes ganas de ver la película?

—Sí, claro. Dame un minuto.

—Quizá no nos hará ver Mi pobre angelito por vigésima ocasión —susurra mi madre, creo que más que nada para ella misma.

—Es un clásico —bromeo y ella me sonríe mientras agarra la bolsita de chocolates de menta que hizo hace unos días, antes de desaparecer hacia la sala.

Una vez que se ha ido, me recargo sobre el fregadero, abrazándome en caso de que sienta que la cena quiere regresar a mi boca. Puedo hacer esto, voy a estar bien. Todo va a estar bien y esto es, casi en definitiva, lo mejor que puedo hacer. Conozco a mis padres, y ellos a mí; también merecen saber esto acerca de mí.

Y de verdad quiero contarles. En serio que sí.

Así que eso es exactamente lo que haré.

—Ben, tráeme las palomitas —llama mi padre desde el estudio y siento cómo mis entrañas se contraen de nuevo. Tomo de la barra la enorme cubeta, la que viene con cuatro sabores diferentes y que mi padre siempre compra en Navidad, y migro hacia el estudio, aunque pareciera que mis pies están metidos en bloques de cemento.

Aún parece que es Navidad aquí. Mamá y yo estamos de acuerdo en que la gente no aprecia esta festividad lo suficiente, así que ella es de dejar el árbol y la decoración casi hasta el primer día del año. No tengo idea de si esto es lo que estilan otras familias, pero es una de mis cosas favoritas de su manera de ser madre.

Ella ya decidió que la película de esta noche es El duende, aunque no la tenemos físicamente, así que es mi responsabilidad encontrar dónde rentarla.

—Podríamos ver Vacaciones después. —Mi padre mastica un puñado de palomitas.

Tras explorar un poco la encuentro, ingreso la información de la tarjeta de crédito de mi madre y me acomodo. Es raro, normalmente la disfruto a morir, pero ¿esta noche? Casi me irrita. No creo que sea culpa de la película. Sin importar cómo me recueste, siento incomodidad; es como si tuviera que escapar de mi cuerpo de alguna manera.

Y entonces llega esa escena extraña en la que Will Ferrell canta con Zooey Deschanel mientras ella está en la regadera, y entiendo que el personaje de él debe ser inocente o algo parecido, pero aun así me da un poco de escalofríos.

—Vaya mujer. —Se ríe mi padre, alimentándose con otro puñado de palomitas cubiertas de chocolate—. ¿O no, Ben?

—Claro. —Hago lo posible por actuar como si participara en el chiste, aunque eso no pueda estar más lejos de la verdad. Me pregunto si acaso han visto a través de ese disfraz, si alguna vez han imaginado que soy algo más que su hijo perfecto.

No me gusta mentirle a mi padre.

Ni a mamá.

Básicamente, siempre estoy viviendo una mentira. No saben todo de mí en realidad.

Y eso es en lo que he estado trabajando de cara a esta noche, o más bien, durante las últimas semanas. Es la razón por la que no tenía apetito, la razón por la que la semana anterior no pude concentrarme en nada. Las vacaciones de Navidad parecían pasar a la velocidad de un caracol porque me prometí que lo haría esta vez, uno de estos días. Esta noche se siente como el momento indicado, aunque no pueda explicar en verdad por qué. Quizá es una especie de intoxicación navideña, o algo parecido.

Es la temporada, supongo.

Qué lástima que no me sienta tan alegre en estos momentos. Quizá debí ponerme algo más «vistoso y alegre» para aligerar el ambiente.

Un comercial comienza y una compañía de autos promueve una venta «Extra-jo-jordinaria» y por el rabillo del ojo puedo ver cómo mi padre sacude negativamente la cabeza.