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Robert Walser - Diario de 1926

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Robert Walser Diario de 1926

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Robert Walser

DIARIO DE 1926

TRADUCCIÓN de Juan de Sola

Ediciones La uÑa RoTa

Colección Libros Robados

DIARIO DE 1926

Hoy he dado un agradable paseíto, breve, mínimo y sin alejarme demasiado, he entrado en una tienda de comestibles y he visto en su interior a una agradable muchachita, de estatura igualmente mínima y porte y actitud visiblemente modestos. En el curso del paseo he reflexionado brevemente acerca de las palabras con las que iba a iniciar el trabajo que empiezo a escribir en este preciso instante y cuya redacción me tendrá ocupado probablemente una veintena de días. Durante este espacio de tiempo, pues, seré bastante aplicado, aunque no dejaré de concederme de tarde en tarde alguna pausa, con lo que vengo a decir que el presente «diario» no va a fatigarme en exceso. Naturalmente, podría haber dicho «dietario» en lugar de «diario». Quiero decir que lo que me he propuesto es escribir estas líneas, que acaso despierten algún interés -cosa, huelga decir, que deseo con toda el alma-, de la manera más simple posible, es decir, sin la menor afectación; en otras palabras: pondré todo mi empeño en evitar escrupulosamente cualquier clase de «fanfarronada». Lo que me gustaría exponer es que en esta ciudad, que ha devenido por así decir tan cara a mis afectos, he tenido ocasión de conocer a una serie de mujeres, o mejor, a algunas mujeres realmente simpáticas y diría incluso en parte que hasta imponentes, una cosa, ésta, que confieso me llena de contento. ¿A quién no iba a satisfacerle la simpatía que se ha acostumbrado a profesar a algunas personas que irradian confianza y rebosan alegría de vivir? Porque, desde que habito esta ciudad en la que se me ha permitido residir, me he sentido de vez en cuando, esto es, con bastante frecuencia, relativamente feliz. ¿Puedo osar afirmarlo sin temor a que se me considere un hombre frívolo o superficial y tantas otras cosas? Y ¿se me permite desde aquí recordar que anoche tuve ocasión de trabar y cultivar una nueva amistad realmente agradable?

Y es que ayer, a altas horas de la noche, en el silencio y, lo digo sin tapujos, la quietud nocturna de la calle, estuve charlando con uno de nuestros jóvenes intelectuales, un estudiante, sobre el sentido y la importancia del «psicoanálisis». ¡Qué sereno, cálido y hermoso resplandecía el cielo nocturno con todas sus estrellas! Porque era un resplandor en toda regla. El firmamento se me antojó como un árbol amable y cargado de frutos; luego, de repente, como una camisa finamente recamada o un vestido de noche suntuosamente guarnecido. No quisiera que nadie se tomara a mal esta alusión, esto es, que la interpretara como una extravagancia o algo del mismo tenor. Tengo la sensación como si hoy día uno no tuviera «ya propiamente», o, a decir mejor, no gozara «aún», por el momento, del derecho a comportarse y expresarse «poéticamente». Ello puede deberse tal vez a que me tomo muy en serio el tiempo que paso en compañía de mis contemporáneos, y probablemente no voy muy desencaminado ni, creo, yerro el tiro, pues, ¿de qué otra cosa me informó ayer una noticia publicada en el periódico, sino del creciente desempleo en tal o cual otro país? Sólo de eso se infieren ya claras dificultades económicas. La escasez de oportunidades de ocupación es, a mi entender, un peligro que debe ser tomado seriamente en consideración; huelga decir que dicho problema ha existido siempre, pero hacía mucho tiempo que no adquiría las dimensiones que tiene en nuestros días.

He hablado, pues, de una conversación y de un artículo periodístico, y he proclamado mi entusiasmo por algunas mujeres que serían algo así como mis declaradas «predilectas)). El hecho de haber conocido a algunas mujeres, por otro lado, no es ciertamente una cuestión que revista gran importancia, toda vez que las conozco sólo de haberlas visto en alguna parte, de haberlas rozado con la mirada, pues debo confesar, en honor a la verdad, que no frecuento por así decir eso que llamamos sociedad. sí, por ejemplo, en esta ciudad apenas si me han «invitado)) alguna vez a ir a ningún sitio. ¿Confirmaría eso que en cierto modo interpreto en este lugar el papel de un marginado, y haría bien en tomar conciencia de haber interpretado siempre ese papel? Desde este punto de vista, pues, en lo que concierne a mi relación pasada o actual con el entorno o con el mundo circundante, habría ocurrido poco o nada que semejara una transformación. Soy un escritor al que algunos se han encaprichado en otorgar el título de «poeta)). Ni que decir tiene que, en lo que a dicha distinción se refiere, me muestro sumamente indulgente y acomodadizo. Lo que es yo, de vez en cuando he estimado oportuno o conveniente presentarme como «periodista)), acaso sin más motivo que por puro capricho, y sin tener la más mínima intención de sugerir con ello un «rango)) o una «posición)).

Además, ¿no hay algunas personas que al principio se interesaron por mí y que luego, hace algún tiempo, afirmaron que, comparado con mi antigua manera de obrar, me había vuelto considerablemente «más silencioso))? Pues bueno, puede que eso no sea sino un hecho consumado.

Muy a menudo, es decir, casi todos los días, veo cómo el comerciante de un ultramarinos hace con cierto placer sus recados, que parecen consistir en un afanarse y al mismo tiempo, sin embargo, en un abandonarse completamente liberal, y una de esas personas a las que llamamos personalidades, esto es, alguien que ocupa un cargo y posee cierto peso, me saluda con extrema cortesía cada vez que nos cruzamos.

De todos modos, ya va siendo hora de que me disponga a hablar con tiento de la «experiencia)) que he tenido. ¿Tendrá alguna importancia? Esta pregunta se responderá sola.

Hace unas semanas, alguien se esforzó visiblemente en hacerme creer que sigo siendo «exactamente, con pelos y señales)), la misma persona espontánea y natural.

Este primer párrafo podría compararse con una suerte de introducción.

Todo esto que ahora, cómo decirlo, trato de poner sobre el tapete, ¿será algo así como una historia de amor? ¿Sería posible que aquí, en este lugar y en cualquier momento, me hubiera enamorado perdidamente y hasta las orejas? ¿No sonaría quizás algo así francamente increíble? Porque yo siempre me he considerado y «todos los demás» me han considerado alguien por así decir insensible, un tipo incapaz de entusiasmarse, incapaz de albergar ilusión, de exaltarse por algo, de luchar denodadamente por esto o aquello, de sentirse arrebatado, enardecido.

No hace mucho leí que fueron los habitantes de Asia Menor quienes, en torno al año 700 antes del nacimiento de Cristo, acuñaron dinero en forma de moneda. Hay épocas en las que leo muchísimo, pero luego hay otras en las no leo prácticamente nada.

Como fuere, se me permitirá que dé por supuesto que esto a lo que muy poco a poco, esto es, con la debida serenidad de espíritu, voy dando forma aquí es fruto y propiedad de mi intelecto, desde el momento en que mentalmente me muevo sobre un terreno que es mío y de nadie más, y espiritualmente me apoyo sólo en lo que he conocido por mí mismo. Con todo, ¿qué hacen allí todos esos librillos?

En primer lugar, parece que me encuentro en una duda nada desdeñable con respecto a un nombre de mujer. Se trata de qué nombre dar a una «heroína». Cualquier otro autor en semejante tesitura estaría quizá inquieto; yo, en cambio, creo poder confiar decididamente en mí mismo, y creo además que una diversión como la que ayer, por ejemplo, me distrajo hasta cierto punto de proseguir la narración, de perseverar en este trabajo, no podrá impedir que comunique que vi con estos ojos la imagen de una condesa. De eso hará quizá dos semanas. Yo estaba en el campo, hojeando la colección anual de una revista en la que encontré reproducida la imagen de esta dama, que me causó una impresión, me siento tentado a decir, de una delicadeza superior a toda ponderación, esto es, una impresión de una ternura y una bondad extraordinarias, y al mismo tiempo, tal vez, también de una ordinariez extraña, poco al orden del día. La ilustración era obra de un pintor, dibujante o maestro, que debió de ser un hombrecillo enjuto, en los huesos, de una irrelevancia corporal tal que pasaba casi inadvertido, pero al mismo tiempo muy inteligente y espiritual, una suerte de duendecillo o diablillo bonachón y con talento, un pequeño observador, por así decir, de primera calidad. Por lo demás, como es de recibo, pido disculpas por un excurso que posiblemente esté fuera de lugar y hago saber que aquella diversión de la que he hablado consistió en una velada que, como ya se ha dicho, se celebró ayer. Me hallaba entre un número razonable de muchachas jóvenes y vivarachas, hablando de lugares lejanos e importantes, de las labores cotidianas de oficina y del arte de la danza. ¿Puedo añadir que me parece que no escribo tanto para conseguir, si lo hubiere, un salario, esto es: que escribo menos por dinero que por el encanto, simple y llanamente, que tiene para mí una ocasión cualquiera, o un objeto, y pedir además

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