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Robert Graves - Yo, Claudio

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Robert Graves Yo, Claudio
  • Libro:
    Yo, Claudio
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    Edhasa
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    2000
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Yo, Claudio: resumen, descripción y anotación

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Robert Graves Yo Claudio Por la versión latina de los versos sibilinos - photo 1
Robert Graves
Yo, Claudio
Por la versión latina de los versos sibilinos mencionados en el primer capítulo quedo en deuda con Mr. A. K. Smith. Se publican aquí por primera vez:

Punica centenos durabit poena per annos:

Res Romana viro parebit caesariato:

Calvus caesarie dominus dominabitur orbi:

Omnibus ille viris mulier mas ille puellis:

Rex equitabit equo bifidis equus unguibus ibit:

Filius imbelli fictus mactaverit ictu.

Imperium hinc alter ficto patre caesariato

Caesariae crinitus habet, qui marmore Romae

Mutabit lateres. Non visis vinciet Urbem

Compedibus. Fictae secreto coniugis astu,

Occidet ut fictus bona filius occupet heres.

Tertius hinc sumet ficto patre caesariato

Calvus caesarie regnum cui sanguine limus

Commixtus. Victrix penes ilium et victa vicissim

Roma erit. Ille instar gladii pulvinar habebit,

Filius et fictus regni potietur iniqui.

Quartus habet solium ficto patre caesariato

Calvus caesarie invenis, cui Roma ministrae est.

Feta veneficiis Urbs impia serviet uni.

Quo puer ibat equo vectus calcatus eodem

Se iuvenem ferro cecidisse fatetur equino

Caesariatus ad hoc quintus numerabitur hirtus

Caesarie, toti genti contemptus avitae.

Imbecillus iners, aestivas addere Romae

Aptus aquas populo frumenta hiemalia praebet.

Ille tamen fictae secreto coniugis astu

Occidet ut fictus bona filius occupet heres.

Sextus habet regnum ficto patre caesariato.

llamas pavor citharoedus eunt tria monstra per urbem.

Sanguine dextra rubet materno. Septimus heres

Nemo erit, at sexti busto cruor ibit ab imo.

R. G.
Galmpton, Brixham.
NOTA DEL AUTOR
La "pieza de oro" que se emplea aquí como unidad monetaria regular es el aureus latino, una moneda que vale cien sesterti o veinticinco denari de plata ("piezas de plata"). Se la puede comparar, aproximadamente, con una libra esterlina o cinco dólares norteamericanos de preguerra. La "milla" es la milla romana, unos treinta pasos más corta que la inglesa. Las fechas marginales se han dado con fines de conveniencia, de acuerdo con los cómputos cristianos: los cómputos griegos usados por Claudio contaban los años a partir de la Primera Olimpiada, que se realizó en 776 a de C. También por motivos de conveniencia se han usado los nombres geográficos más familiares: por ejemplo, "Francia", y no "Galia Transalpina", porque Francia abarca más o menos la misma región territorial, y habría sido incoherente llamar a ciudades como Nimes, Boulogne y Lyon por sus nombres modernos -los clásicos no serían popularmente reconocibles- ubicándolas en la Gallia Transalpina o, como la llamaban los griegos, en Galatia. (Los términos geográficos griegos se prestan a confusión: Germania era "el país de los celtas".) De manera similar, se han utilizado las formas más familiares de los nombres propios: "Livio" por Titus Livius, "Cimbelino" por Cunobelinus, "Marco Antonio" por Marcus Antonius.

En ocasiones resultó difícil encontrar versiones adecuadas para términos militares, legales y otros vocabularios técnicos. Para dar un solo ejemplo, la palabra "azagaya". El aviador T. E. Shaw (y aprovecho esta oportunidad para agradecerle su cuidadosa lectura de estas pruebas) pone en tela de juicio mi utilización de "azagaya" como equivalente de la framea o pfreim germana. Sugiere "jabalina". Pero no he adoptado la sugerencia, si bien adopté, con reconocimiento, algunas otras que me hizo, porque necesitaba "jabalina" como equivalente de pilum, el proyectil arrojadizo normal del disciplinado infante romano, y porque "azagaya" tiene un sonido más salvaje. "Azagaya" tiene una vigencia de trescientos años en el idioma inglés y adquirió nuevo vigor en el siglo XIX gracias a las guerras zulúes. La framea de largo ástil y punta de hierro fue utilizada, según Tácito, como arma arrojadiza y como arma de empuñar para el ataque. Lo mismo sucedió con la azagaya de los guerreros ama-zulúes, con quienes los germanos de la época de Claudio tenían mucho en común en el plano cultural. Si hay que reconciliar las afirmaciones de Tácito, primero en cuanto a la naturaleza manipulable de la grimea en la lucha cuerpo a cuerpo, y luego en cuanto a su naturaleza poco manipulable en la lucha entre árboles, es probable que los germanos hayan hecho lo que hicieron los zulúes: quebrar el extremo del largo ástil de la framea cuando comenzaba el combate cuerpo a cuerpo. Pero pocas veces se llegó a esa situación, porque los germanos preferían las tácticas de guerrillas cuando luchaban con el infante romano, mucho mejor armado que ellos.

En sus Doce Césares, Suetonio se refiere a las historias de Claudio, considerándolas escritas con "ineptitud", y no con "falta de elegancia". Empero, si algunos pasajes de esta obra están escritos, no sólo con cierta ineptitud, sino, además, con poca elegancia -las frases penosamente construidas y las digresiones torpemente ubicadas-, ello no está en desacuerdo con el estilo literario de Claudio, tal como aparece en su discurso latino sobre las franquicias de Aedua, algunos fragmentos del cual sobreviven. En verdad, el discurso está sembrado de inelegancias de ese tipo, pero es probable que se trate de una transcripción del acta taquigráfica oficial de las palabras exactas pronunciadas por Claudio ante el Senado, el discurso de un hombre fatigado que improvisaba conscientemente su oratoria tomando como base un papel con unas cuantas notas generales. Yo, Claudio, es una obra compuesta en el estilo familiar de la conversación, lo mismo que el griego, en verdad, es un lenguaje mucho más conversacional que el latín. La carta griega de Claudio a los alejandrinos, descubierta en fecha reciente, y que sin embargo podría ser en parte la obra de un secretario imperial, se lee con mucha mayor facilidad que el discurso sobre Aedua.

Por la ayuda recibida en cuanto a la corrección clásica tengo que agradecer a Miss Eirlys Roberts, y por las críticas respecto de la congruencia con la redacción inglesa, a Miss Laura Riding.

Capítulo I
Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y lo-otro-y-lo- de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido de mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Cla-Cla-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir (AÑO 41 d. De C) ahora esta extraña historia de mi vida. Comenzaré con mi niñez más temprana y seguiré año tras año, hasta llegar al fatídico momento del cambio en que, hace unos ocho años, a la edad de cincuenta y uno, me encontré de pronto en lo que podría denominar "la jaula dorada" de la cual jamás he podido escapar desde entonces.

Este no es en modo alguno mi primer libro; en rigor, la literatura, y en especial la redacción de obras de historia -que de joven estudié aquí en Roma con los mejores maestros contemporáneos-, fue, hasta que sobrevino el cambio,– mi única profesión e interés durante más de treinta y cinco años. Por lo tanto, mis lectores no han de sorprenderse ante mi consumado estilo: en verdad es el propio Claudio el que escribe este libro, y no un secretario cualquiera, ni tampoco alguno de los cronistas oficiales a quienes los hombres públicos acostumbran a comunicar sus recuerdos, en la esperanza de que una escritura elegante anule la parvedad del tema y la adulación endulce los vicios. En esta obra, lo juro por todos los dioses, soy mi propio secretario y mi propio analista oficial. Escribo por mi propia mano, ¿y qué favor puedo esperar ganar de mí mismo con zalamerías? Permítaseme agregar que ésta no es la primera historia de mi vida que he escrito. En una ocasión escribí otra, en ocho volúmenes, como contribución a los archivos de la ciudad. Fue una cosa bastante anodina, que tuve en muy poco aprecio, y sólo la escribí en respuesta a peticiones públicas. Para ser sincero, durante su composición estuve muy ocupado con otros asuntos -eso fue hace dos años- y la mayor parte de los cuatro primeros volúmenes la dicté a un secretario griego, con la orden de no alterar nada mientras escribía (salvo donde fuese necesario para el equilibrio de las frases, o para eliminar repeticiones o contradicciones). Pero admito que casi toda la segunda mitad de la obra, y por lo menos algunos capítulos de la primera, fueron compuestos por ese mismo individuo, Polibio (a quien yo mismo bauticé, cuando era un joven esclavo, con el nombre del famoso historiador), con materiales que yo le suministré. Y copió con tanta exactitud mi estilo, que en verdad, cuando terminó, nadie habría podido adivinar qué parte había sido escrita por mí y cuál por él.

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