Conclusión
¡Oh divino amor! ¡Permíteme ahora una vez más, después de haber echado suficientemente la mirada turbadora a las turbias manifestaciones del presente, en oposición a las cuales la verdad misma puede parecer, no como verdad, sino sólo como oposición, permíteme de nuevo, digo, sumergirme en el placentero y beatifico pensamiento de tu esencia que abarca y unifica todo lo particular! Tu eres Dios, esencia, toda esencia; tú eres la conciencia misma que todo lo ilumina, el pensamiento mismo, el espiritualismo, el tiempo mismo que todo lo aniquila, el espacio mismo que lo dispersa todo. Dios, eres tú como el amor mismo, como toda esencia, como toda conciencia, todo espíritu, todo tiempo, todo espacio, toda naturaleza, todo, tanto en su unidad como en su diferencia, eres mi afirmación y mi negación, el fundamento de mi vida y el de mi muerte, todo en uno. Como tiempo eres tú mi pasar, como espacio, mi permanecer, como esencia eres mi fin y como conciencia mi principio. Como todo, como espíritu y naturaleza, como conciencia y esencia, como tiempo y espacio, tú no eres solamente la unidad de lo diferente, sino incluso la diferencia de lo diferente, la independencia de los seres independientes, la multitud de las muchas cosas, la existencia de los existentes, la limitación de lo limitado, la determinación de lo determinado, la particularidad de las cosas particulares. ¿Cómo podrías serlo todo, cómo podrías ser el amor, si sólo fueras la unidad en lo uno y no también la diferencia en lo diferente, si sólo fueras lo común y no también lo particular y lo singular, si sólo fueras lo infinito y no también lo limitado y determinado? Tú lo eres todo; eso es indudable, eres incluso toda verdad. Pero ¿qué y cómo es este todo? ¿Es este todo un todo como uno, o es también este uno como un todo disociado, como un todo diferente? ¿Cómo podrías serlo todo, si solamente fueras todo sólo en su vinculante unidad, y no también en su diferencia disociativa? ¿Serias tú sólo algo, si sólo fueras todo en su unidad, y por consiguiente en la diferencia sólo de su diferencia? Si sólo fueras la negación de lo diferente y particular, entonces serias, como negación de lo diferente, sólo algo diferente de él, en tanto que pura negación, y por consiguiente, como pura oposición de lo diferente, caerías tú mismo todavía bajo la idea común de lo diferente, y serias de esta manera comprendido bajo la idea de lo diferente, y no bajo la idea de todo. Tú lo eres todo solamente, en verdad, en la medida en la que eres la idea de todo, todo es comprendido en ti, pero tú mismo en nada más que en ti mismo eres comprendido. Lo infinito afirma al negar, y niega al afirmar; lo infinito es infinito por doquiera, pero no seria en todas partes ni infinito, si su negación fuera por si algo separado, algo aparte, si hubiera una pared separatoria, una frontera entre ella y la afirmación, si, por lo tanto, la negación fuera una negación finita, si terminara en la afirmación, como ésta en aquélla. Lo finito no es en lo finito, como quiere y cree la forma de pensar que no considera al espíritu ni a Dios, sólo lo infinito es en lo infinito; pero precisamente la infinitud es la infinitud de lo finito en lo infinito, es la negación de lo finito, en lo infinito está en efecto lo finito en su fin, no en si y por sí, es decir, en su negación, pero ciertamente esta negación es en lo uno su afirmación; lo finito en el fin de lo finito, en el limite de su limite, en la finitud de la finitud, en la negación de su negación, está precisamente sólo en su afirmación. Si tú, hombre, no puedes comprender en sí misma esta naturaleza de lo infinito consistente en que su negación es su afirmación y viceversa, intenta entonces por lo menos captarla en el símil y en la imagen acerca de cómo una negación puede ser también una afirmación. ¿Acaso la ira del padre que castiga, la cual como ira y castigo representa la negación del niño, no es también el amor al niño, la voluntad de lo mejor para él, y por lo tanto la afirmación del niño? El padre está con el hijo en una relación semejante a la del infinito con lo finito; el niño es el hombre en el grado de su finitud y de su apariencia, el padre es el hombre en el último e infinito grado, en el grado de la esencia, desde cuyo grado, por lo tanto, el hombre, como individuo concreto, ya no es comprendido en progreso, sino en regreso, ya no en aumento, sino en disminución, porque él, estando en el más alto y último, en el grado infinito que no tiene como frontera ningún otro, y, mucho menos otro más alto que él, en si ya, como ser singular determinado, ha llegado al final de su vida. La ira, por el contrario, con la que un niño hace daño a otro niño, es sólo negación, pues el uno está con el otro en la relación de lo finito con lo finito. ¿Acaso en el amor no es la propia negación afirmación? Cuando tu corazón arde de amor por un ser, le dañas y le expolias, le privas de su despreocupada y satisfecha unidad consigo mismo, le enajenas su existencia separada, su independencia. Tú quieres y ansias y exiges estrictamente que sea sólo contigo y para ti, que sea una sola cosa contigo, y no que exista separado, es decir, libre e independiente de ti; si por lo tanto el ser amado quiere separarse de ti, retomar su existencia independiente, o simplemente no renunciar a ella, entonces entra en escena la fuerza de negatividad del amor y la actividad del amor sólo como negación, solo e independientemente para si, y de esta manera, al moverse la negación en el sentido de una existencia separada, el amor se vuelve odio destructivo, ira, venganza, enemistad. Ahora bien, ¿acaso el amor como tal amor, en su negación de la existencia independiente, no es afirmación? ¿Acaso, en general, la negación, que es el amor, no es la más alta, profunda, segura y real afirmación que pueda haber?, ¿cómo puedes hacer tú la mayor afirmación de un ser más que amándolo?, ¿cómo puedes valorar, reconocer, confirmar y hacer actuar a un ser en mayor medida que amándolo? Pero ¿acaso de esa comprobación activa y de esa afirmación del ser puedes separar la negación del mismo? Si el amor se transforma en odio y enemistad, al alma no llegan éstos de ninguna parte más que desde el amor. Enemistad y odio son pura negación; ¿cómo podría el amor transformarse en odio y enemistad, cuando éstos se originan de él, si no fuera ya en sí mismo negación? ¿Qué otra cosa es la enemistad sino la negación que en el amor es infinita negación, que no tiene en la afirmación su limite como el de alguien separado de él, y, que, por consiguiente, es incluso afirmación puesta fuera de si en calidad de negación finita, esto es, de negación pura e independiente? En efecto, ¿acaso no es la muerte —por mostrarte la verdad incluso en ella como ejemplo—, aunque es negación del individuo, también al mismo tiempo la afirmación del mismo? La muerte es la manifestación de que tú no eres un ser sin destino, sin finalidad, y, en consecuencia, sin límite; al negarte, es la manifestación, la confirmación, la afirmación de tu limite de tu finalidad, y, en consecuencia, de tu destino, pero, al ser precisamente ese limite el destino interno de tu individualidad, que convertía a esta en lo que ya era, la muerte es así el testimonio, la prueba efectiva, la afirmación de tu límite, la afirmación misma de tu individualidad, o, en la negación de la misma, es al mismo tiempo la prueba de la realidad de ella. La finalidad destina determinando, limita, delimitando, quita, enajena, niega, pero la finalidad, así como quita, da, pues convierte aquello de lo que es fin en aquello que es, afirma; sin finalidad no hay individuo, sin limite no hay ninguna finalidad ni muerte; la muerte pues, como manifestación de la finalidad, es a la vez afirmación y negación. La finalidad del individuo, en realidad su individualidad misma, no es por ello eliminada ni quebrantada con la negación de su existencia, sino que continúa ininterrumpidamente. Incluso la finalidad de un individuo, por ser finalidad de su existencia, tiene su ininterrumpida prosecución en la existencia de un nuevo individuo, cuyo destino es la misma finalidad.