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Gerolamo Cardano - Sobre la inmortalidad de las almas

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Gerolamo Cardano Sobre la inmortalidad de las almas
  • Libro:
    Sobre la inmortalidad de las almas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1545
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Sobre la inmortalidad de las almas: resumen, descripción y anotación

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Capítulo I
GIROLAMO CARDANO, MÉDICO,
SOBRE LA INMORTALIDAD DE LAS ALMAS
Al sapientísimo varón Giacomo Filippo Sacchi, gobernador
óptimo de la Galia Cisalpina.

|458a| A menudo y durante mucho tiempo se ha dudado de si esta alma nuestra es inmortal e incorruptible, como una divinidad; o, más bien, como les pasa a las almas de todos los demás seres vivos, está sujeta a la muerte y perece a la vez que el propio cuerpo. Y, si sobrevive, también se duda de si es una y la misma la que existe para todos los hombres, igual que con un sol lucen todas las cosas; o si, más bien, está distribuida por cada uno de los cuerpos mortales, de manera que hay tantas almas como hombres. Luego, si es una, ¿es también una la substancia misma de la que están constituidas las almas?, ¿es, en efecto, plural la distribución de las almas, mientras que es uno su principio? Pero, aunque el principio sea único e inmortal, ¿acaso lo que se encuentra en nosotros es al mismo tiempo también perpetuo?, ¿acaso lo que puede separarse es eterno? |8| Y por esta razón no siempre se puede entender como dotado de un principio extrínseco aquello que en nosotros se corrompe y no permanece, ya que su naturaleza, aunque sea eterna, lo es a la manera de la luz solar, que se derrama sobre la variedad de cosas subyacentes, por más que su causa sea inmóvil y eterna. Y si eso es en nosotros inmortal, ¿acaso es sólo una, o son muchas las cosas que deben calificarse de libres de la muerte? Y, en efecto, no hay una cuestión más difícil, o de mayor importancia en opinión de los hombres, o más útil, o tratada con una mayor disputa. Cada uno tiene como verosímil los argumentos de sus escuelas. Sin embargo, la que hace al alma mortal, estando en la posición más solitaria, se opone directamente a todas las demás. No es de extrañar, pues, que sólo ésta tenga muchas razones contra las restantes. (1) Pues, ¿qué necesidad hay, dicen ellos, de tantas razones para discernir la naturaleza del intelecto, cuando, como todas las demás cosas, lo vemos desde la infancia aumentar y disminuir en la vejez hasta tal punto que se reduce a la nada? (2) Luego, en efecto, aunque de todos los cuerpos celestes haya una sola alma, y sea pequeño el número de seres inmortales en tan inmensa mole, estos mismos seres inferiores estarán dotados de una cantidad innumerable de dioses: debe ser considerado divino lo que es inmortal y siempre intelige; será, en efecto, inmortal incluso un solo deleite suyo. (3) Y si sobrevive, ¿para qué?, ¿acaso lo hará como substancia inactiva sin tarea, o de nuevo tendrá otra tarea sin valerse de los sentidos o de la vida?, ¿o quizá (como decían los estoicos) vivirá, sí, hasta el punto en que llegue el mundo a la conflagración futura, de lo cual ellos están convencidos? |9| Entonces el alma juntamente con la totalidad del orbe será destruida. |458b| (4) Pero, ¿qué es lo que a vosotros, que sois por encima de todo mortales, os atiza hacia esta esperanza tan grande e increíble, cuando veis a tantos hombres seguir las huellas de los animales, y a tan pocos cultivar la virtud y la erudición? Y de entre ellos, sin embargo, muy pocos son los que alcanzan una sabiduría digna, y dedican una mínima parte de sus vidas a esta reflexión; el resto en su totalidad suele consagrarse al sueño, al vino, y a otras cosas que son necesarias y tenemos en común con los demás animales; y si juzgaras diligentemente la ciencia universal de un hombre eruditísimo, por más que haya dado cumplimiento a una vida completa entregada a los estudios, sin embargo nada encontrarás allí digno de la inmortalidad, sino unas pocas cosas confusas, oscuras, inciertas, tomadas de una infinita y clarísima serie de cosas, de modo que en verdad es poco lo que se diferencia el docto del indocto, incluso de una bestia, y sea como sea este intervalo, nunca reconocerás que es infinito: lo cual, por el contrario, es necesario que admita quien piense que nuestra alma es inmortal. Añádase, por otro lado, cuán violentamente, con cuánta dificultad, con qué absoluta oposición por parte de la naturaleza, y con cuánto dispendio de vida, somos arrastrados hacia esa minúscula porción de sabiduría, de modo que, cuando ya empieza a morir el hombre, apenas piensa que sabe algo. Y, sin embargo, ese saber es recogido gracias al arte de muchísimos hombres, a un estudio de muchos siglos, y a base de enormes fatigas. (5) Así pues, si es verdad que las almas de los hombres sobreviven, es sorprendente que ninguna de ellas haya venido nunca a nosotros durante tanto tiempo. Pues las historias que se narran de estas cuestiones deben tenerse claramente como fábulas. No fue, en efecto, tan audaz Aristóteles cuando, a pesar de atribuirle al alma una cierta inmortalidad, negó, sin embargo, que tras la muerte se acuerde de lo que hizo en vida. |10| No obstante, tal como suele hacer en un asunto que resulta al menos dudoso, y habiendo quedado patente su negativa, podría haber pasado por esta cuestión en silencio. (6) Pero pongamos que sean ya inmortales las almas, ¿por qué no sólo el hombre entero se aflige en los suplicios, sino que, aun habiendo sido hecho de naturaleza divina, es llevado al mal? Pues, aunque sea exiguo lo que es divino, manda, sin embargo, en la totalidad de la mole, y gobierna aquel cuerpo constituido de elementos. Y como el alma puede arrastrar a cualquier cosa hacia lo contrario, pues en el caso de los árboles hace crecer hacia lo más alto lo que es pesado, y en el de los animales que vuele y salte lo que por su propia naturaleza se dirige hacia abajo, ¿cuánto más verosímil es que, si esta alma nuestra es divina, su artificio, aunque le estorbe la pesadez de los sentidos, deba arrastrarnos hacia la divinidad? |459a| (7) Luego, ¿por qué hasta tal punto estamos deseosos de gloria y de fama, que es una cierta sombra, y bastante tenue de nuestra vida, si la vida sobrevive tan solidamente tras la muerte? (8) Pero, ¿por qué celebramos a Aquiles y a Homero, y a Cicerón como a hombres ciertamente extraordinarios, si siendo el alma inmortal todos van a ser en el futuro mucho más importantes, es más, ni aquéllos serán considerados más dignos que la mayoría? (9) O, ¿por qué no soportas en menor medida la muerte, es más, tenemos más miedo si se ha de transitar hacia otra vida más excelente? (10) Finalmente, si este intelecto es divino, ¿qué es lo que directamente le impide inteligir en todo momento? (11) Y el que sean tantas las diversas opiniones acerca de su inmortalidad, habiendo una sola la verdad, no proviene de otro sitio sino del hecho de que ninguna de ellas es verdadera, y sucede por esto lo que a la fiera rodeada con redes, que, como no tiene ningún lugar por el que salir, se detiene en muchos lugares como si por allí pudiera emprender la huida. (12) Pues, el que debamos considerar indubitable la inmortalidad del alma no debería creerse gracias a ninguna razón distinta de aquella que está relacionada con los bienes y los males. |11| Pero, ¡qué justo es por el desliz de un breve tiempo hacer sufrir a alguien perpetuamente! Ni las leyes de los tiranos ordenan eso. Ahora bien, no hay nadie entre los filósofos tan necio que se haya atrevido a sostener una opinión tan torpe, cuando es necesario que aquella substancia purísima esté libre de toda afección, y aún más de todo sufrimiento, a no ser únicamente Platón, quien a pesar de que se proponía otra cosa, por eso tan sólo sin embargo fue criticado, de ahí que se lanzaran contra él estos versos griegos:

Ἂν μνήμην ἄνθρωπε λάβῃς ὁ πατήρ σε τί πoιῶν ἔσπειρεν, παύσῃ τῆς μεγαλoφρoσύνης ἀλλ’ ὁ Πλάτων σoὶ τῦφoν ὀνειρώσσων ἐνέφυσεν ἀθάνατόν σε λέγων, καὶ φυτὸν oὐράνιoν. ἐκ πηλoῦ γέγoνας. τί φρoνεῖς μέγα, τoῦτo μὲν oὕτως εἶπ’ ἄν τις κoσμῶν πλάσματι σεμνoτέρῳ. εἰ δὲ λόγoν ζητεῖς τὸν ἀληθινόν, ἐξ ἀκoλάστoυ λαγνείας γέγoνας καὶ μιαρᾶς ῥανίδoς·

Versos que nosotros traducimos así: «Si recuerdas tu humana y vergonzosa estirpe, y que un día tu padre te engendró con una pobre gota, depondrás esa arrogancia inane con la cual a ti te adorna Platón diciendo que tu semilla es eterna y celestial. Sueños son los del hombre, y simples niñerías, todas las cosas que están en nosotros están hechas de cieno, y en breve desaparecerán».

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