Introducción
Hace un tiempo me encontré en la capilla de un tanatorio, en el leccionario correspondiente, que alguien había tachado con un bolígrafo la respuesta del salmo 103: «El Señor es compasivo y misericordioso», y había puesto a continuación: «No». En ese momento me imaginé que alguien había pasado por aquella capilla y se encontraba en diálogo con Dios por la pérdida de un familiar o un amigo, alguien escandalizado y dolorido por la muerte cercana. En su «no» hay una primera y espontánea respuesta a Dios desde su sufrimiento y desde su sentimiento herido. El sufrimiento nos provoca escándalo y, cuando nos encontramos con el Dios que aparece en la Biblia como «compasivo y misericordioso», nos parece que no es más que una ilusión para dar consuelo.
Muchas veces tenemos que leer entre líneas lo que otros tachan, pues también esto es una forma de escribir desde la vida. Y creo que a esta lectura de la vida nos invita el papa Francisco al convocar este año jubilar sobre la misericordia. Cuando me enteré de esta convocatoria, me sentí interpelado y agradecido por este año, que supone en primer lugar escuchar a tantas personas decepcionadas y heridas, saliendo al encuentro de los que se hallan en la orilla de los caminos de este mundo en crisis. Yo había escrito recientemente dos artículos sobre el tema de la misericordia en la Biblia y, al leer la bula de Francisco El rostro de la misericordia (MV), me volví a sentir interpelado. Francisco afirma que «la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros» (MV, 9).
El lenguaje de la Biblia sobre la misericordia es amplio y está lleno de matices. No basta con presentar las veces que aparecen las palabras «amor» y «misericordia», sino que hay que explicar la imagen de Dios que dibuja este lenguaje y su relación con el sentir humano. Por eso este libro lleva como subtítulo «Meditaciones bíblicas», pues la meditación nos ayuda a preguntar al texto desde nuestra vida y a traer un texto tan antiguo a nuestro contexto actual. No se trata de un pretexto para hacer decir al texto lo que quiero, pues la meditación bíblica solo será tal si dejo en primer lugar hablar al texto en su contexto. De esta manera, la meditación bíblica nos ayuda a comprender el texto que primero hemos entendido en una lectura atenta. Se trata de un movimiento del yo o de la conciencia hacia Dios, que se convierte en un encuentro, en un diálogo yo-tú, en una comunión amorosa con el Dios amor que se revela y se comunica en la Biblia.
El recorrido que propongo en este libro nos lo indica el mismo Jesús en el camino de Emaús y en el cenáculo de Jerusalén, cuando «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas y salmos, les explicó... les abrió el entendimiento» (Lc 24,27.44). Es lo que propone el papa Francisco al inicio de El rostro de la misericordia:
«Después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad” (Éx 34,6), no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina» (MV, 1).
La lectura que propongo es un recorrido basado en la unidad de toda la Biblia, o lectura canónica, que nos lleva a buscar la unidad de este libro inspirado. Desde la fe decimos que todos estos textos fueron inspirados por Dios, como autor que es de toda la Biblia, y escritos por varios autores humanos a lo largo de un tiempo concreto. Creo que la misericordia es el hilo que encuaderna todos los libros de la Biblia en un solo libro. Leerla e interpretarla en su unidad canónica es muy importante para poder traer esta palabra de misericordia a las situaciones de nuestro mundo.
Algunos de los pasajes bíblicos que comento se refieren al desierto, pues o bien se sitúan en el desierto geográfico o bien el texto alude a un desierto en sentido simbólico o metafórico. A este desierto simbólico me refiero cuando en el título del libro aparece «tiempo de crisis». El desierto bíblico, en cuanto espacio difícil que hay que atravesar y en el que faltan tantas cosas que se han quedado atrás, es lugar de paso y no meta definitiva, y es lugar de renuncias y purificación en donde es posible encontrarse con lo esencial para caminar y subsistir: el amor y la misericordia que concretiza este amor en las dificultades del desierto. Este lugar simboliza tanto un tiempo de crisis como también un lugar marginal, alejado de los ámbitos de poder y de decisión del mundo. En la Biblia, el desierto es un símbolo ambivalente.
Muchas veces me pregunto cómo podemos ser canales de la misericordia de Dios para tanta gente herida en los desiertos de este mundo y que en su sufrimiento se escuchan a sí mismos pero no pueden, no saben o no logran escuchar a Dios. Se trata de dejar hablar en nuestras vidas al Dios que habla en la Biblia o dejarle que escriba derecho con renglones torcidos. La palabra de la Biblia nos ayuda a reconocer esos renglones torcidos, como la vida misma, con los que escribe Dios. El papa Francisco nos indica el camino cuando afirma:
«Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre [...] (Lc 6,36) [...]. Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios» (MV, 13).
Este libro es para mí como el arbusto que cubrió con su sombra a Jonás y que, aunque duró poco tiempo, le dio descanso a este profeta enfadado con todos y le enseñó que la misericordia de Dios es lo más grande. El libro es pequeño, como el arbusto; no es completo y no recoge todo sobre la misericordia en la Biblia, ni lo explica todo. Es tan solo un pequeño momento de encuentro con la espiritualidad bíblica para este año jubilar de la misericordia.
I. La misericordia en el desierto del éxodo
«El ejercicio del desierto es admirable».
San Juan de la Cruz
Carta 28, 19 de agosto de 1591)
La misericordia en la Biblia comienza con una experiencia que ocurre en la historia del pueblo de Israel y que este pueblo narra de manera que sirva como modelo para cualquier momento de desierto o de crisis. Para Israel, el desierto fue una experiencia de encuentro, y la narra para entenderse a sí mismo como pueblo, comprendiendo la misericordia divina que siempre está presente y le acompaña, aunque no sea reconocida.
Los libros de Éxodo y Números nos cuentan el paso por el desierto después de la salida de Egipto. Podemos leer las tensiones a las que tuvo que enfrentarse el pueblo de la Biblia durante su larga estancia en el desierto y la respuesta providente de Dios: sed y enfermedad, alimento, liderazgo y murmuración. En estos episodios, el pueblo va conociendo al Dios que le guía de manera providente, que le muestra su Ley y le enseña a darle culto.
El desierto es muy importante en la tradición bíblica, pues en el desierto el pueblo tuvo que aprender que su corazón y su mente eran del Dios que les sacó de Egipto y que no se debían dejar someter por ninguna tiranía. En este lugar, alejado de todo interés territorial y de toda ansia política y económica, el pueblo guiado por Moisés descubrió que su identidad y su destino era ser el pueblo de Dios, no construir imperios ni ejércitos para sostenerlos.
El desierto fue un lugar de prueba, en donde este pueblo aprendió, no sin gran esfuerzo y sacrificio, a ser libre para cumplir su destino de pueblo de Dios, liberado de sus propios miedos y complejos (¡eran apenas unas pocas tribus nómadas!) y de la opresión de los demás reinos y de sus tiranías.