Todos tenemos cierta capacidad de fe. Esta podemos usarla para abrirnos camino en la oscuridad, para vencer los obstáculos que la vida nos presenta, para romper las barreras que se nos atraviesan; y para encontrar la felicidad y la realización personal.
Este libro tiene como objeto enseñarte a usar este maravilloso potencial que Dios puso a disposición de cada ser humano, o por lo menos para que veas una persona, que sí lo usó con gran beneficio personal, y triunfó. Tú, naciste para triunfar, naciste para ser feliz, naciste para abrirte paso en los senderos de la vida con confianza y firmeza de carácter.
Al leer este libro, organiza tu vida de nuevo, corrige lo deficiente e inestable de ella; disciplínate. ¡Triunfa! Agarra el éxito Y no lo sueltes más. No es otro el propósito de la historia que quiero contarte a través de las páginas de este libro.
Historia de Helen Keller
Infancia feliz
Helen pequeñita y vivaracha
El 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, una población de Alabama, nació una niña a la que sus padres llamaron HELEN KELLER. Su padre, Arthur H. Keller, fue capitán del ejército confederado, y su madre, mucho menor que él, fue Kate Adams. Esta niña, de pelo rubio y ojos azules, mostraba una singular viveza. A los pocos meses de vida absorbió la atención total no solo de sus padres, sino también de los vecinos y amigos del hogar paterno. Sus padres notaban que captaba las cosas con más facilidad que los otros niños de su edad, y además, mostraba mucha felicidad por cada momento vivido y cada cosa que contemplaba.
Al cumplir exactamente un año, mientras su madre la tenía en su regazo, observó un rayo de sol que penetraba a la casa por una rendija del techo, y le produjo tal impresión, que soltándose del regazo materno, caminó por primera vez en pos de la claridad que el rayo presentaba.
¡En todos sus infantiles actos mostraba que amaba la vida, y que le era grata la existencia! La niña llegó a ser el verdadero sol de la casa, el centro de inspiración de la familia, el foco de atención y de cuidado. La niña trajo a la casa una felicidad que antes era desconocida en la familia Keller. Cómo presentaba ciertos visos de genio los padres hacían toda clase de conjeturas.
Quizá sea la científica que necesitamos, decía la madre; o quizás una persona sobresaliente, añadía el padre.
En esa época había gran anhelo por los genios. Debemos recordar que fue por entonces cuando se presentaron los grandes descubrimientos científicos. Por ejemplo, en ella se descubrió la luz, el teléfono, el gramófono, la bombilla, etc.
Para formarnos una idea más clara de la felicidad que la niña aportó a la casa. Imagínate que uno de tus hijos; ¡el más adorado! ¡Es un genio! ¡Un niño que capta la atención del mundo entero! ¡Un niño que al verte se llena de tal felicidad que brinca! ¡Salta! ¡Grita! ¡Corre de la alegría!, que tu presencia le imprime, y que, por lo consiguiente, la sientes tú también. Este era el caso de Helen y los Keller.
Recuperándose del duro golpe sicológico, se consuela en el regazo de su madre
La enfermedad
A los 19 meses la niña contrajo una fiebre inesperada y muy fuerte. Los padres hicieron todo lo que humanamente les fue posible por aliviar a su hijita, y así lo lograron; pero notaron que la niña ¡perdía viveza! ¡No corría! ¡Permanecía pensativa y triste! Hacían todo lo posible por alegrar su corazoncito, pero la niña no respondía a los impulsos que los padres trataban de provocarle y, pensativos, perdían peso. La angustia de la madre por este cambio tan dramático de la niña, le era insoportable.
Además, notaban que las pocas palabras que la niña decía iban perdiendo la sonoridad; por el contrario, como que ya no las decía y se trocaban en sonidos extraños. Con gran preocupación llevaron la niña al mejor médico de la región, y después de muchos exámenes, el médico quedó pensativo y mirando el candor y la belleza de la niña que por la quietud, que ya manifestaba, parecía la estatua de una diosa griega.
¡Qué belleza!, exclamaba a solas el doctor, ¡me parte el alma! Mientras el médico expresaba su pena, doña Kate, preocupada, preguntó al médico —doctor, ¿se puede saber qué pasa? —Está ¡sorda! ¡Muda! Y ¡ciega!
Pasaron meses, quizás años; para que estos pobres seres se pudieran recuperar del golpe sicológico que tal desgracia les produjo. La niña antes brincaba, saltaba, reía, jugaba, llamaba la atención, inspiraba ternura. Ahora se encontraba quietecita, retraída, pensativa, una mentecita superactiva y superespontanea, ahora, ella misma no sabía el porqué del cambio, ¿Qué había pasado? ¿Qué espíritu maligno; o qué mano había producido el cambio?
Solía contemplar el sol con gran alegría, ahora se encontraba en profundas tinieblas y nunca más lo vería.
Acostumbrada a hacer gran algarabía expresando sus sentimientos, ahora tenía que callarlo todo. En casa, ahora todo era inadvertido para ella, y quizá para siempre lo fuera.
Con la pérdida del esplendor y la belleza de sus sentidos, se perdió el tremendo atractivo de su personalidad.
Ahora la niña alegre se convirtió en taciturna. Cuentan que permanecía a veces casi el día entero sentadita sin moverse, como asustada por el golpe que la vida le había propinado.
Ella misma cuenta que cuando notó que se encontraba en un cajón sin salida, eran tantos los anhelos de expresarse, que entraba en rabietas que la llevaban a golpearse y después de muchas horas de llorar, salía en busca de consuelo y escondía su rostro en el césped para sentir la frescura de sus hojas. Esto le aliviaba.
Inicia el largo y penoso aprendizaje de las personas sin los sentidos vitales
Con su muñeca de trapo desahoga la furia de sentirse aprisionada entre cadenas irrompibles de tinieblas
Lo primero que comenzó a entrenar fue sus manitas, al principio temblorosas mostraban la desadaptación de vidente a no vidente. Sin embargo, sus deditos tocaban cada cosa que tenía a su alcance. No había superficie que no tocase y ángulo que no palpase. Cuando hacía viento levantaba sus bracitos con el fin de sentirlo.
Pegadita a las paredes poco a poco fue conociendo la casa y dominando cada parte de esta. Midiendo los pasos, por instinto, de una parte a otra de ella, pronto llegó a dominarla y caminar sola junto a ellas sin la ayuda de la madre.
Aunque torpemente, pronto se inició en el idioma de las señas. Por ejemplo: cuando quería negar algo lo hacía con movimiento de su cabeza, cuando quería aprobar algo lo hacía inclinando su carita hacia el suelo. Cuando deseaba que alguien se le acercara lo halaba hacia ella.