El libro que reúne la esencia del pensamiento de la mujer más extraordinaria del siglo XX.
Marcada desde su más tierna infancia por la ceguera y la sordera totales, Helen Keller fue capaz de superar, con la abnegada y paciente ayuda de la maestra Anne Sullivan, todos los obstáculos hasta convertirse en una pensadora, oradora, escritora y activista política de prestigio internacional. Sus ansias de vivir, sus re exiones sobre la vida y las limitaciones por la carencia de dos sentidos importantes, su fe y sus ideas en defensa de los derechos civiles, la liberación de la mujer y los derechos de los trabajadores, la han convertido en un ejemplo de superación personal y de compromiso social y político. Este libro reúne la esencia de su pensamiento, tan delicado como profundo.
Helen Keller
La puerta abierta
La puerta abierta
HELEN KELLER
Traducción de
Francisco García Lorenzana
Título original: The Open Door by Hellen Keller.
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© de la traducción, Francisco García Lorenzana
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ISBN: 978-84-16256-81-5
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Índice
1.Agradecimientos
2.Prefacio
1.La puerta abierta
Agradecimientos
La selección de las páginas 25, 45, 59, 65, 68, 69, 75, 84, 89 y 123 proceden de The World I Live In, publicado por The Century Company. La de las páginas 20, 26, 41, 47 y 61 son de My Key of Life, copyright 1926, 1954, por Helen Keller. Publicadas con el permiso de la editorial, Thomas Y. Cromwell Company, Nueva York. Los fragmentos de las páginas 15, 31, 33, 57, 64, 73, 82, 88, 90, 93, 103, 112, 113 y 117 se han extraído de We Bereaved, publicado por Leslie Fulenwider, Inc. Los materiales restantes han sido seleccionados de los siguientes libros publicados por Dou- bleday & Company, Inc.: The Story of My Life: 23, 49, 67 y 83; Out of the Dark: 36, 39, 52, 58, 77, 81, 94 y 109; My Religion: 16, 21, 22, 24, 27, 28, 34, 38, 42, 53, 54, 60, 92, 102, 105, 108, 115, 121 y 122; Midstream: 17, 40, 44, 62, 80, 85, 96, 97, 99, 118, 120 y 124; Helen Keller’s Journal: 18, 29, 32, 43, 48, 78, 87, 107, 111, 114 y 116; Let Us
Have Faith: 19, 30, 35, 37, 46, 50, 51, 56, 63, 66, 70, 71, 72, 74, 76, 86, 91, 98, 100, 101, 104, 106, 110 y 119.
Dedico este librito a Anne Sullivan Macy
con gran afecto, porque gracias a ella
mi vida ha podido respirar en libertad.
Prefacio
Hace setenta años, una niña de siete años –ciega, sorda y muda– fue empujada, amenazada, engañada, cautivada, provocada, sacudida, ridiculizada, embellecida, adulada y amada por una maestra con corazón de león para que penetrase en el mundo del pensamiento. La niña era, por supuesto, Helen Keller. La intrépida maestra, Annie Sullivan, una joven de veintiún años cuyo genio, determinación inconmovible y un amor incondicional y persistente al final consiguieron grabar su mensaje en la pizarra en blanco del cerebro de Helen. Annie despertó la mente dormida de Helen, le dio palabras con las que pensar y durante cincuenta años la acompañó en su famoso viaje por el corazón de hombres y mujeres.
En la actualidad, millones de personas de todo el mundo conocen el nombre de Helen Keller. Pero no porque fuera sorda y ciega. Y no porque, siendo sorda y ciega, aprendiera a leer, a escribir y a hablar. Sino porque, a pesar de ser sorda y ciega, aprendió a pensar con una comprensión y profundidad filosóficas que han alcanzado la mente y el corazón de todas esas personas, y porque aprendió a expresar dichos pensamientos con una claridad que envidian todos los escritores.
Se considera que Helen Keller es un fenómeno, un milagro, un ejemplo de humanidad y una educadora. Creo que todos los que lean los extractos de sus muchos libros, que tengo el placer de recomendarles en este momento, también descubrirán que es una filósofa y una escritora.
Katharine Cornell
La puerta abierta
Cuando se cierra una puerta de felicidad, otra se abre; pero con frecuencia nos quedamos mirando durante tanto tiempo la puerta cerrada que no vemos la que se ha abierto para nosotros.
He contemplado realmente el corazón de las tinieblas, y me he negado a dejarme arrastrar por su influencia paralizante, porque en espíritu soy una de las que caminan bajo la luz de la mañana. ¿Y si todas las actitudes oscuras y descorazonadoras de la mente humana se cruzan en mi camino como si fueran una espesa capa de hojas de otoño? Otros pies han hollado este camino antes que yo y sé que el desierto conduce a Dios con tanta seguridad como los campos verdes y frescos y los huertos llenos de frutos. Yo también me he sentido profundamente humillada y me he dado cuenta de mi pequeñez en medio de la inmensidad de la creación. Cuanto más aprendo, creo que sé menos, y cuanto más comprendo mis experiencias de los sentidos, mayor es mi percepción de sus carencias y su insuficiencia como fundamento para la vida. A veces, los puntos de vista del optimista y del pesimista aparecen delante de mí en un equilibrio tan perfecto que solo por la pura fuerza del espíritu puedo seguir aferrada a una filosofía de vida práctica y llevadera. Pero utilizo mi voluntad, elijo mi vida y rechazo lo opuesto: una nadería.
Si no hubiera ninguna vida después de esta vida terrena, algunas personas que he conocido se ganarían la inmortalidad por la nobleza del recuerdo que guardamos de ellas. Con cada amigo que amo que ha sido depositado en el seno marrón de la tierra, una parte de mí se ha enterrado con él; pero su contribución a la felicidad, a la fuerza y a la comprensión de mi ser sigue sosteniéndome en un mundo alterado.
Creo desde luego que Dios nos ha dado la vida para ser felices, no para ser desgraciados. Estoy segura de que la humanidad nunca se volverá perezosa o indiferente por exceso de felicidad. El orden de la naturaleza siempre necesitará dolor, fracaso, separación y muerte; y probablemente eso se volverá mucho más amenazador a medida que aumenten las complejidades y los experimentos peligrosos de una enorme civilización mundial. Seguirá siendo nuestra la delicada tarea de transmitir el don de Dios –la alegría– a Sus hijos. Muchas personas tienen una idea equivocada de lo que constituye la verdadera felicidad. No se obtiene a través de la autogratificación, sino mediante la fidelidad a un propósito que valga la pena. La felicidad debe ser el resultado de un logro, como la salud, no una finalidad en sí misma. Cada ser humano tiene unos derechos inalienables que, si se respetan, hacen posible la felicidad: el derecho a vivir su propia vida en toda la extensión en que quiera desarrollarla, a elegir sus creencias, a desarrollar sus capacidades; pero nadie tiene derecho a consumir la felicidad sin producirla o a colocar su carga sobre los hombros de los demás simplemente para cumplir un deseo personal.