Adéntrate en la historia de la filosofía y descubre por qué su estudio es uno de los más fascinantes. Con Nemrod Carrasco nos trasladaremos a los orígenes de la filosofía para conocer de primera mano a Aristófanes, Platón o Aristóteles; nos introduciremos en el mundo de Matrix a través de los filósofos gnósticos; aprenderemos a enfocar con las gafas verdes de Kant; y descubriremos que la filosofía, el capitalismo y el amor van de la mano de Marx.
Repleto de anécdotas y curiosidades, Viaje al centro de la filosofía nos iniciará en esta gran disciplina y descubriremos que, sin ella, vivir se vuelve menos apasionante.
¿EN QUÉ MUNDO VIVIMOS?
Decía Hegel que una de las cosas más difíciles en este mundo es decir exactamente lo que uno quiere decir. La prueba de ello es que normalmente decimos lo primero que se nos pasa por la cabeza. Muy a menudo se nos exige: «¡Di lo que piensas!», cuando lo realmente interesante debería ser lo contrario: piensa lo que dices y, tal vez así, dirás exactamente lo que quieres decir. Esto es lo primero que nos enseña la filosofía: lo difícil no es tener buenas ideas y expresarlas, sino más bien resistirnos a ellas, ponerlas a prueba, interrogarlas.
Un historiador, por ejemplo, puede afirmar con precisión que tal hecho tuvo lugar en algún momento del pasado, pero un filósofo preguntará: «¿Qué es un hecho?». Un físico constata que hay leyes en el universo, pero un filósofo preguntará: «¿Qué es el universo?». Un psicólogo puede investigar cómo aprenden a hablar los niños, pero un filósofo preguntará: «¿Qué relación hay entre las palabras y las cosas?». Cualquiera que eche un vistazo a las desgracias que suceden a nuestro alrededor, exclamará horrorizado: «¡En qué mundo vivimos!», pero un filósofo preguntará: «Eso es: ¿en qué mundo vivimos?».
La filosofía está ligada desde sus orígenes a esta pregunta tan sencilla como inocente: ¿en qué mundo vivimos? En lugar de apresurarnos y querer darle una respuesta, en lugar de opinar y dejarnos llevar por las ideas que tenemos sobre el mundo, hay que prestar atención a lo que la pregunta plantea. De entrada, establece una separación, una distancia. Hay algo ahí que nos asombra y hace que nos comportemos como si en el mundo nada fuera evidente. El simple hecho de preguntarnos «¿en qué mundo vivimos?» nos revela que algo falla; pone de manifiesto que las cosas no parecen tan sólidas como creíamos; muestra que hay algo extraño en todo lo que nos resultaba tan familiar. En pocas palabras: nos hace sospechar de todo lo que considerábamos verdadero.
Esto es lo que distingue a la filosofía de cualquier otra forma de pensar. Se pone a buscar la verdad y de esta manera se sitúa para siempre ante nosotros en un lugar distinto de aquel otro que nos resulta tan obvio. En el fondo, la historia de la filosofía no es otra cosa que la historia de esta búsqueda que nos invita a salir de nuestro mundo hacia no se sabe muy bien qué. Si eres de los que nunca ha hecho filosofía pero está enamorado de la verdad, si tienes ganas de aventurarte en ella aunque no sepas muy bien lo que te espera, si buscas un lugar por donde empezar a pensar sin importarte mucho adónde pueda llevarte, si te sabe a poco una vida desprovista de preguntas y perplejidades, si eres de los que no quiere dejar de asombrarse, entonces te animo a realizar este viaje que ya emprendieron en algún momento los filósofos. Empecemos.
SÓCRATES Y PLATÓN:
DEL POZO A LA FOSA
LA RISA DE LA ESCLAVA TRACIA
Una de las fábulas más conocidas de Esopo (600-564 a. C.) cuenta que un astrónomo se había impuesto como norma salir de su casa todas las noches para observar las estrellas. Una vez, cuando merodeaba por los alrededores de la ciudad con toda la fuerza de su espíritu concentrada en el firmamento, no se percató de que había un pozo en su camino y cayó en su interior. Entonces gritó de dolor y pidió socorro. Una persona que pasaba por allí oyó sus lamentos, se acercó y, viendo lo que había sucedido, le dijo: «¿Así que eres uno de esos que por querer ver lo que hay en el cielo se olvida de lo que hay en la tierra?». Esopo escribe estas palabras contra aquellos pensadores que, ensimismados en el conocimiento de las estrellas, son incapaces de atender los asuntos de la vida práctica. Expertos en lo teórico, se adentran en los misterios de los cielos, pero carecen de la habilidad necesaria para manejarse con las cosas de este mundo. Tras su reflexión se halla, pues, la crítica a quienes no se permiten descender a lo más cercano y palpable. Lo que Esopo no podía figurarse es que estaba describiendo a todos los que en el siglo V a. C. recibirían el nombre de filósofos.
En el diálogo Teeteto , Platón (427-347 a. C.) reproduce la misma anécdota. Pero la historia no se refiere ya a un sabio cualquiera, sino concretamente a Tales de Mileto, y su caída provoca ahora la risa de una sirvienta tracia, alegre y burlona, que no duda en ridiculizarlo. Lo que nos sugiere Platón es que quienes se dedican a la filosofía son unos tipos de lo más estrafalario: tienen una ambición teórica desmesurada (quieren preguntarlo todo: «¿por qué?», «¿por qué?» y más «¿por qué?»), pero sus resultados prácticos son más bien escasos (casi todas sus respuestas valen lo mismo que sus preguntas y no suelen servir para nada «eficaz»). No es extraño, pues, que los filósofos sean el hazmerreír de las jóvenes esclavas. Sus razonamientos no sólo chocan frecuentemente contra las evidencias del sentido común o las respetables tradiciones que la gente decente rara vez cuestiona. Por lo general, se hacen preguntas que no tienen respuesta, se creen superiores al resto de los mortales y, para colmo, todo lo que aseguran pensar carece de «realismo». Esto es lo primero que se pierde cuando se alza la vista, con terrible arrogancia y banal pedantería, hacia las estrellas mismas. Y las criadas lo saben perfectamente: cualquiera que camine de noche tiene que asegurarse bien de dónde pone los pies. Por eso, los filósofos resultan tan torpes: ellos, que pretenden atrapar lo que no está a nuestro alcance y están dispuestos a iluminar lo que se encuentra por encima de nosotros, son incapaces de iluminarse a sí mismos y saber por dónde andan.
Cuando comenzamos a hacer filosofía conviene tener en cuenta esta perspectiva. Siempre hay una joven esclava que nos está mirando, que nos está recordando lo terriblemente grotesco que puede llegar a ser el filósofo cuando, pretendiendo tener una vista más aguda y penetrante que los demás, ignora que hay un mundo mucho más cercano por explorar. Esta es la primera lección del Teeteto : pertrechado únicamente con el conocimiento de las cosas de arriba, el filósofo no puede iluminar las cosas de este mundo. Hacer filosofía no es solamente plantearse las «grandes cuestiones de la vida», el sentido profundo de la existencia, formular preguntas trascendentales del tipo: ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Cuál es el sentido y el trasfondo de la vida? El problema de este tipo de interrogantes es que nos obligan a mirar en una dirección que con frecuencia nada tiene que ver con las cosas concretas de este mundo. Hacer filosofía no significa trascender, liberarnos de la triste materialidad, aproximarnos al misterio insondable de la existencia, como si el objetivo de la filosofía fuera levantar el velo que cubre el verdadero significado de las cosas. Esta es la principal advertencia que la muchacha tracia nos plantea con el eco permanente de su risa. El filósofo debe tener cuidado, si no quiere que la distancia entre los dos mundos (el de allá arriba, el de las grandes preguntas, y el de aquí abajo, el de las cuestiones concretas) se vuelva absolutamente insalvable.