50. El significado del respeto en el proceso pedagógico
E n el texto anterior tomamos conocimiento de los tres criterios sobre los que el P. Kentenich basa sus “principios de una ascética juvenil moderna”: línea clara, estrategia y consecuencia. La línea clara hace referencia a la actitud ética fundamental del educador: paternidad o bien maternidad sacerdotales.
Con “estrategia” el P. Kentenich alude a la actitud fundamental del proceso pedagógico. Éste está determinado por el amor y el respeto. En nuestra época adquiere particular importancia el respeto. De ahí el acento que se pone sobre él en el presente texto.
El texto ha sido tomado de “Ethos und Ideal in der Erziehung” , Vallendar, 1972, 231 - 246.
En las conferencias siguientes abordaremos tres constantes de la estrategia. Destaco tres:
El arte de abrir. Sabemos por experiencia cuán importante y difícil es este arte. ¿Qué hemos de abrir? El corazón de mi prójimo.
El arte de escuchar, y más exactamente, el arte de escuchar con atención e incluso percibir lo que el otro no acierta a expresar con palabras.
El arte de guiar con lucidez.
Esta tarde comenzamos enfocando los límites y posibilidades de la estrategia.
[Resistencia al término “estrategia” en el proceso pedagógico]
El vocablo “estrategia” genera cierta resistencia. Quizás se la atempere puntualizando que es una palabra que tomamos prestada de otros campos de la vida humana. En efecto, la palabra “estrategia” proviene del ámbito militar. Hay más ejemplos de tales vocablos: hablamos del educador como arquitecto, jardinero, buen pastor, etc. Al examinar todos ellos, advertimos que solo pocos provienen del mundo animal. Sí hay uno muy conocido: el buen pastor, que tiene una connotación de bondad.
Si tenemos en cuenta los tres estratos del ser: animal, sensitivo e intelectual, se pensaría que en nuestro campo habría que tomar palabras de la vida sensitiva. ¿Por qué esa resistencia a las comparaciones con animales? Porque genera resonancias de “domador de fieras”: se teme que con el tiempo acabemos convertidos en “domadores”. Pero eso no debe suceder. Nosotros queremos ser educadores, formadores de hombres y dejar que la vida se desarrolle desde adentro, contribuir a que se forme desde lo interior.
Esta reflexión mitiga de alguna manera tal resistencia. Pero hay que despejarla por completo haciendo la siguiente reflexión: ¿Dónde están los límites? Piensen en las dos líneas: paternidad e ideal. ¿Qué es la estrategia?: El arte de aplicar y armonizar ambas líneas.
[Límites de la estrategia]
Analicemos esos límites objetivos desde el punto de vista psicológico. ¿Dónde radican en mi alma los límites en lo que se refiere a la aplicación de la estrategia? La respuesta es: en el respeto y el amor. ¿De dónde fluye el amor? De la paternidad. ¿Y el respeto? De la entrega al ideal del que me ha sido confiado. Si tenemos esos dos pilares profundamente plantados en el alma, y aplicamos la estrategia, jamás utilizaremos a un ser humano como medio para un fin; jamás aplicaremos la estrategia en el sentido peyorativo del término; jamás “manipularemos psicológicamente” a nadie: una persona noble no soporta tal manipulación.
De esta manera hemos tocado un tema que es esencial para el auténtico educador.
[Respeto y amor]
Cuando en el educador operan el respeto y el amor, surge también en el educando, a modo de devolución, respeto y amor. Si esos pilares están presentes tanto en el educador como en el educando, son capaces de generar cosas que parecían imposibles. Cuando el educando responde con respeto y amor al respeto y amor que le prodiga el educador, se gesta fácilmente una delicada vinculación. Toda educación, tanto la del niño como la del adulto, presupone siempre esos dos afectos: respeto y amor. Puede suceder que a veces esté en el primer plano ora el respeto ora el amor; pero ambos han de estar presentes. Reitero que también en la vinculación con el niño, incluso con el niño de pecho. En el educador han de palpitar ambos afectos: no solo el amor sino también el respeto; y no solo un cierto respeto sino el máximo respeto.
Si tenemos a nuestro cargo la formación de madres, recordémosles que no dejen de expresar un sano amor maternal a sus niños, incluso a los más pequeños.
Observando la vida misma, los psicólogos afirman que muchas personas arrastran en su vida ulterior bloqueos afectivos porque siendo niños pequeños fueron tratados como seres inferiores. Instintivamente se sienten inferiores porque cuando eran muy pequeños no pudieron dar caricias ni recibieron las caricias de una madre. Los padres deben prodigar tales ternuras a su hijo. Éstas han de ser, por un lado, expresión de amor y, por otro, señales de respeto. Con esto no estamos diciendo que los padres estén besuqueando continuamente a sus hijos: eso sería un amor no disciplinado por el respeto. Reitero que debe haber ambas cosas: respeto y amor.
Y lo mismo vale para la etapa de la cual hablamos ahora: la adolescencia. También en esa etapa de vida hemos de brindar a la joven ambas cosas: respeto y amor. Si logramos recibir igualmente respeto y amor a modo de devolución, la educación estará asegurada y alcanzaremos un desarrollo cabal y profundo en nuestros hijos. Pero la pregunta clave es: precisamente en esa edad, ¿cómo mantener el respeto y el amor en la educación de la joven y cómo obtener de su parte amor y respeto?
Para llegar más rápidamente a nuestro objetivo, dejemos por ahora de lado el amor. No porque no fuese necesario. El amor es absolutamente necesario, también en esa edad. Pero enfoquemos por el momento el respeto, porque me parece que el respeto es más necesario aun que el amor.
Ciertamente, si contemplamos ambos afectos como un solo organismo, observaremos que no existe amor alguno sin respeto ni respeto alguno sin amor. Pero al tener en cuenta la mentalidad reinante en la actualidad, sacamos la siguiente conclusión. Hoy lo esencial en la educación, especialmente en la del joven, es el respeto; el respeto de mi parte que suscitará en el otro la respuesta del respeto.
En este contexto planteo y paso a responder, en líneas generales, dos preguntas:
1. ¿Cómo educarme en el respeto, para con todas las personas y, en nuestro caso, para con el adolescente?
2. ¿Cómo educar al adolescente en el respeto para conmigo?
1. ¿Cómo educarme en el respeto?
La respuesta que les daré es aplicable asimismo, en general, a la labor pedagógica con adultos para quienes sea yo padre o superior. Y también es aplicable (y debe serlo) en el caso de niños chicos.
Les ofrezco pues tres respuestas:
1.1. Volver a tomar conciencia, continuamente, del verdadero sentido de la educación.
¿Qué significa educar? Servir a la originalidad del prójimo. He ahí el arte de las artes: educar hombres, formar almas. No hagan como el Prometeo de Goethe: “Heme aquí, modelando hombres a mi imagen y semejanza”. No; no soy yo la meta de la educación. El ideal de la educación es: “Heme aquí, modelando hombre a TU imagen y semejanza.”
En la vida de cada ser humano, Dios ha depositado una de sus ideas. Con cada hombre Dios quiere encarnar y realizar una idea suya. La tarea del educador será pues descubrir esa idea de Dios y colaborar con todas sus fuerzas para que dicha idea de Dios se encarne y realice efectivamente en ese ser humano.
Por ende cuanto más íntimamente me embeba del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte será mi respeto.
1.2. Esa íntima actitud ha de manifestarse en un trato respetuoso, en una disposición del alma a la generosidad.
Debemos ser respetuosos para con
1. todo ser humano,
2. todo destino humano,
3. toda originalidad y capacidad humanas.
Reitero que la gran idea de Dios está en el punto central. Dios colocó al ser humano en el universo como una idea suya, y quiere que ésta se vaya encarnando y consumando cada vez más.