Jan McCray - El Amor Que Toda Mujer Necesita

EL AMOR
QUE TODA
MUJER
NECESITA

ELAMOR
QUE TODA
MUJER
NECESITA

JAN MCCRAY

© 1998 EDITORIAL CARIBE/BETANIA
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, TN - Miami, FL

www.editorialcaribe.com
E-mail: editorial@editorialcaribe.com

Título en inglés: The Love Every Woman Needs: Intimacy with Jesus
© 1997 por Jan McCray
Publicado por Chosen Books

Traductor: Leticia Santos

ISBN-10: 0-88113-510-0
ISBN-13: 978-0-88113-510-7

Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
o parcial de esta obra sin la debida
autorización de los editores.

Impreso en EE.UU.
Printed in U.S.A.

12th Impresión, 07/2008

Contenido

E ste libro está dedicado a todas las mujeres que persisten para que Jesús sea el amor que más necesitan. Al compartir sus historias conmigo, han enriquecido mi vida inmensamente y me han ayudado en mi propio viaje con el Amante de mi alma.

También está dedicado a mi esposo, Dave, que me ha animado y sostenido con sus oraciones. Él es una ayuda diaria en mi camino de fe, y no pudiera hacer lo que hago sin él.

También quisiera agradecerle a Christine Willett Green-wald por su valiosa experiencia editorial que hizo este libro una realidad.

E ste libro trata sobre la intimidad con Jesucristo en un nivel que pocas mujeres experimentan. Nació de la necesidad que pude ver en mujeres de recibir el completo e incondicional amor y la aceptación de alguien significativo. Añoramos esa persona que nos conozca completamente, que nos quiera por entero y que toque las necesidades más profundas de nuestra alma. Queremos una relación con alguien que alcance las profundidades más vacías de nuestro ser y las llene totalmente.

A medida que nuestras vidas van cambiando, esta necesidad se convierte en más que un deseo casual. Se convierte en un anhelo, en una realidad inquietante que demanda satisfacción. Si la necesidad es frustrante, trataremos (consciente o inconscientemente) de llenar el vacío que su ausencia deja en nuestro espíritu por medio de relaciones, trabajos, negaciones o hasta por ocupaciones cristianas.

A fin de cuentas, solo Jesús puede calmar esa intensa necesidad por nuestro amor incondicional y aceptación. Jesús debe ser para nosotras más que el Salvador que necesitamos. Debemos llegar a conocerle en la intimidad que Él nos ofrece.

Espero que este libro les guíe a una intimidad con Jesús llena de libertad y sanidad. Entrelaza historias bíblicas y de mujeres modernas de hoy que han luchado para establecer esa relación con Él. Nuestro gran Salvador murió para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos entrar a una unidad con Él mucho más de lo que pudimos haber soñado.

El verdaderamente es el Amor que toda mujer necesita!

Jan McCray
St. Petersburg, Florida

PARTE 1
CONECTÉMONOS AL AMOR

1
Mostremos nuestra
peor imagen

R acuerdo la primera vez que vi a Ana. Estaba colgando ropa detrás de la pequéña casa misionera en la que yo vivía en Kenya, África, cuando ervía por lapsos breves dentro de la tribu masai, la más primitiva de entre las más de cuarenta en ese país. Ana vivía en una de la aldeas cercanas y venía una vez por semana a lavar la ropa de la casa misionera. Mientras observaba por la ventana, noté el brillo en sus ojos y la belleza de su rostro. A medida que trabajaba, cantaba la misma canción una y otra vez, la melodía danzaba sin tino en su lengua.

Algo de su magnético semblante me intrigó. Me preguntaba: ¿Qué significará su canción? ¡Quiero conocer a esta mujer!

El día estaba más frío y ventoso que lo usual. Continué observando, Ana dejó de trabajar por un momento para frotarse los brazos tratando de calentarse. Vestía un colorido shuka, el vestido tradicional de las mujeres de la cultura Masai. Pero el pedazo delgado de tela que envolvía su cuerpo como una bufanda gigante no bastaba para protegerla del frío. Así que tomé un suéter que había traído de casa y salí corriendo a ponérselo.

Lo apretó fuertemente.

«Ashay», dijo, sonriéndome con aquellos oscuros y refulgentes ojos. «Ashay». Me tomó la mano y me la apretó, y juntas terminamos de colgar la ropa.

Ana y yo nos hicimos amigas, y comencé a buscar el secreto de la serenidad y aparente felicidad de esa mujer pese a una vida, bajo cualquier punto de vista, difícil. Era madre de seis ni­ños y la persona más trabajadora que conocí.

Los masai casi nunca son agricultores, son guerreros y ganaderos. Ana, sin embargo, aprendió que la gente que cultivaba la tierra podía alimentar a sus hijos; así que ella sola sembró un enorme cultivo de maíz. Incluso hizo su propio sistema de irrigación cavando una zanja para almacenar el agua en tiempo de lluvia. Almacenaba el maíz en la choza de barro de la familia; eso no solo se convirtió en su fuente principal de alimentos, también era un medio para compartir con otros en tiempos de sequía. Ana nunca parecía estar cansada, ¡y siempre cantaba aquella canción!

¿Era Ana cristiana? Sí, aceptó a Cristo como su Salvador personal varios años antes. El trabajo fiel de los misioneros en su área había levantado una pequeña comunidad cristiana, y la rústica iglesia local se entusiasmaba a menudo con los masai que caminaban muchos kilómetros para asistir a los servicios. Se reunían por horas, cantaban y se deleitaban con los testimonios de los creyentes, algunos de los cuales fueron desterrados de sus aldeas por creer en Cristo.

Si bien Ana participaba constantemente en las actividades de la iglesia y criaba a sus hijos en ese compañerismo de fe, su corazón ansiaba que su esposo abriera su espíritu a Jesús. Quería que conociera la paz y la felicidad que ella disfrutaba. Pero él no solo se negaba a creer en Cristo; sino que la hostigaba por su fe. Para manifestar su desagrado recurrió a la violencia, algunas veces le pegaba cuando ella regresaba de la iglesia a su aldea. Incluso cuando estaba embarazada de su último hijo, llegó a la iglesia con moretones y latigazos. Al preguntarle acerca de eso, me dijo: «¡No puedo estar lejos de los que aman a mi Jesús! Debo cantar, orar y escuchar la Palabra. Los moretones siempre desaparecen».

De manera que Ana parecía capaz de vivir por encima del temor, en un lugar donde sus penas no la podían seguir. Pero, ¿cómo erera eso?

¿Podríaser así su cultura? Me pregunté. Tal vez la gente con poca educación vive menos complicada que algunas de nosotras criadas en sociedades occidentales. O quizás Ana no es tan introspectiva como nosotras y toma la vida en su valor nominal.

En el fondo, sabía que no podía explicar el brillo de Ana con simples factores sociológicos o sicológicos. Por alguna razón, de algún modo, sabía que Ana había permitido que Jesús tocara y sanara lo que llamo el punto doloroso.

El punto doloroso

Antes de que pudiera comprender el secreto de Ana o aprender el significado de su canción, me percaté de una verdad importante, la cual observo cuando hablo a grupos de mujeres o aconsejo a mis hermanas en todos los aspectos de la vida. He aquí: Cada mujer, soltera o casada, africana o afroamericana, caucasiana, latina, asiática o nativa americana, tiene un punto doloroso que necesita ser tocado, consolado, sanado, restaurado, lleno y vuelto a llenar con regularidad en el transcurso de su vida. Las mujeres no siempre pueden explicar la fuente de ese profundo e íntimo anhelo. Es más, pueden vivir muchos años solas o con relaciones, conscientes de un vacío doloroso pero incapaces de identificarlo.

¿Cuál es el punto doloroso? Como todos los dolores, físicos, mentales o emocionales, es en alguna manera inexplicable y vago. Si resumimos las observaciones femeninas de todo el mundo, en su extensa variedad de sentidos, unidas en miles de dialectos e idiomas,